En la redacción de LR! hemos recibido este emotivo relato que nos pareció pertinente compartir con nuestros queridos lectores, poco afectos a un concepto de humanidad que traspase las barreras del “yo” vs “los otros” (?).
Querido Ricardo:
Cuántas veces te he denostado, cuántas vilipendiado por vende humo, coimero, antifútbol, chanta, ladrón, producto infame del azar y otra larga cadena de epítetos. Debo confesar que de mis labios han brotado rubicundos insultos hacia tu persona, hacia tu nombre o todo aquello que tenga que ver con vos. Con oprobio reconozco haber festejado tus fracasos, tu descenso con Quilmes, tus tempranas partidas de varias temporadas en las que quisiste conformar un equipo a tu gusto y debiste dejar el cargo por los magros resultados obtenidos.
Por vos logré trascender esta humanidad que me agobia, fui Asad, Angulo, Elio Rossi, Carlos Bueno, Schiavi, Fabián García… Encarné todos y cada uno de estos personajes que te enfrentaron gallardos buscando derribar tu imagen buscando en ellos al héroe que al fin te tumbe de tu pedestal y demuestre que no eras más que un cúmulo de falsedades, mentiras y falacias tocado por la suerte.
Cada argumento vertido en contra tuyo fue para mí una lanza discursiva para socavar tu figura en cada instancia que se me presentara, fuese virtual o corpórea. De repente descubría que tus defensores esgrimían frías estadísticas para sostenerte, lo que se me hacía gracioso, porque entonces atacarte era luchar contra un sistema opresor que basa sus decisiones de exclusión social en números irreales, que olvidan el contexto, que subsumen la humanidad haciendo hincapié en fenómenos aislados. Sí, todo esto significabas; aborrecerte era aborrecer un mundo lleno de injusticia y desigualdad social.
Algunos me recordaban tus orígenes humildes como condición irrefutable para generar mi simpatía, pero quienes llevaban adelante esta apelación a la lástima recibían como única respuesta el rechazo a hacer de la humildad una causa de la magnificencia. Los grandes lo son por su constitución, no por su discurso floreado…
Cada participación televisiva tuya me repugnaba; tus maratones mediáticas, tu inolvidable discurso desde las escalinatas del congreso, tus anécdotas aderezadas de la sonrisa cómplice que invita al malandra sentirse comprendido. Sin embargo, la gente te adoraba ¿Cómo era posible que este ser carente de conceptos pero rebosante de declaraciones grandilocuentes pudiera obnubilar una masa humana tan grande? ¿Estaban todos equivocados? ¿Y si era yo el que estaba errado?
Nunca me permití que las dudas crecieran demasiado, preferí aferrarme a mi idea sobre vos porque, como diría Einstein, es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. Parte de mi identidad futbolera se construyó alrededor de la aversión a tu persona y no estaba dispuesto en forma alguna a cambiar de parecer por más que los hechos golpearan la puerta de mi razón. Pero como me dijo mi viejo cuando era pibe y me enojaba cuando las cosas no me salían como quería: “la realidad es una mujer vestida; tiene su encanto en lo desconocido”. La sabía lunga el viejo, sabía de todo menos cómo dejar el faso que se lo terminó morfando, pero esa es otra historia.
Lo cierto es que la realidad me enfrentó a una situación inesperada, al peligro de dejar de ser, a la aberrante urgencia de destruir un tótem que se pretendía eterno y hoy se mostraba frágil por demás. Y ahí, en la desesperación, en el dolor, en el llanto, en la angustia, ahí creí. En ese momento supe, más por revelación que por racionalización, que tu presencia hubiera cambiado todo. No entiendo aún si fue un acto de fe o de rebeldía, pero lo que sé es que fue. Envidié a los que te tenían de su lado porque aún cuando todo parecía acabado poseían la esperanza que yo perdí tiempo atrás. No había nadie que me amparara en su frase jocosa, en su declaración denunciante, en su apuesta por los ignotos. Nos dieron más de lo mismo y así terminamos…
Errar es humano, pero sólo los necios perseveran en su error; con el dolor que oprime mi pecho, devastado por las circunstancias aún me quedan fuerzas para reconocer que me equivoqué. Sos un mito viviente, levantaste fortalezas inexpugnables con escasos obreros, los proveíste de las pocas herramientas que tenías a tu alcance y los llenaste de coraje y valor. Todo te salió bien, una vez es casualidad, siete es trabajo. Desconozco la veracidad de quienes, como antes yo lo hacía, vociferan en tu contra acusaciones surgidas de fuentes no corroboradas; hoy no me interesan las especulaciones, si no los hechos, lo empírico, lo comprobable.
Hablo desde el corazón, o de lo que de él quedó, no sé si te admiro, pero si te valoro como no supe hacerlo antes. Vos debiste ser la solución que nunca apareció, el guía espiritual de esta embarcación que se hundió en los abismos. Desconozco cómo continuarás, pero sé que ya no querré tu fracaso, estés donde estés, aunque por supuesto si tuviera la potestad para elegir el lugar donde quiero que te desempeñes hoy por hoy ya no lo dudo: te quiero en mi equipo.
Con afecto….
El converso