Si se pregunta a una aficionado a la literatura de ciencia ficción por los méritos del género, bien sean estos filosóficos o artísticos, una respuesta tópica suele ser invocar al sentido de la maravilla. ¿Y qué es? Bueno es uno de esos conceptos que todo el mundo parece tener claro, pero que no sabe bien explicar, como le pasaba a San Agustín a la hora de definir la naturaleza de eso tan esquivo que parece ser el tiempo. Y al igual que sucede con la mecánica cuántica, para la cual todos los físicos tenemos nuestra propia interpretación, todo aficionado la ciencia ficción parece tener la suya. No pretendo pues resolver la pregunta aquí, y sesudas interpretaciones del concepto las podéis encontrar en la versión inglesa de la wikipedia, pero si aportar mi pequeño grano de arena, con una interpretación atrevida que tal vez no sea del gusto de todos.
Como bien dice en la wikipedia se trata de un estado intelectual o emocional que se genera cuando el lector se enfrenta a un nuevo concepto, idea o escenario. El enfrentamiento se asocia con algún tipo de dilema cognitivo, ideológico o científico, que plantea algún tipo de contraste con la visión del mundo del lector. Pero, y aquí soy subjetivo, creo que en el fondo todo se reduce a una combinación de fascinación, atractivo, y en cierto modo (y esta es la clave de todo mi razonamiento posterior) terror morboso. En este sentido creo que aunque muchos casos el sentido de la maravilla venga provocado por encontrarse ante una sociedad extraña, una teoría científica extraña o extraterrestres difíciles de entender, al final se trata de una versión reducida y controlada de un tipo de experiencia mística. Sí, mística, ni más ni menos.
Aunque la ciencia ficción se asocie con una visión racionalista de la realidad (aunque largo y tendido podría hablarse de la importancia que tiene la influencia romántica, con todo lo que ello implica, o cómo entender esto en la ciencia ficción que adapta las tesis del posmodernismo) para mí el sentido de la maravilla tiene un componente místico, el mismo que, por cierto, encontramos en muchos y afamados científicos. Aunque bien es verdad, para que no se malinterpreten mis palabras, que desprovisto de todo componente religioso (al menos en la concepción popular del término). Ahí tenemos a Lucrecio, con sus átomos y vacío, fascinando por un mundo eterno y cambiante, a Einstein y su curiosa visión panteísta de un mundo regido por leyes deterministas, o incluso Carl Sagan y su mundo poblado de extraterrestres, que a pesar de todo, en lo sentimental (que no el racional) no está tan lejos del universo infinito del hermetista Giordano Bruno. Este tipo de experiencias, que se tienen al comprender lo que significan las ecuaciones de la relatividad general, o incluso las más modestas ontológicamente de Maxwell o Navier-Stokes, es lo que Freud denominaba sentimiento oceánico, como una sensación de ser uno con la naturaleza. Y esa sensación de terror o euforia, es embriagadora, y podría decirse, de un modo grosero, que el sentido de la maravilla no es más que una manifestación de una epifanía de ese tipo, pero en muy pequeñas dosis. Así, cuando uno se maravilla al imaginarse al incognoscible océano de Solaris, la peculiar sexualidad del planeta Gueden o esos maravillosos seres que piensan intercambiando chorros de gas ideados por Ted Chiang, no está más que teniendo una ínfima dosis de sentimiento oceánico, un pequeño éxtasis; quizá emocional, quizá intelectual, o seguramente ambas cosas a la vez.
Pero a mí no me acaba de convencer esta interpretación, o mejor dicho, esta terminología. Pues creo que la sensación es de un tipo que es similar, pero no exactamente igual, o que siendo la misma debería de interpretarse en otros términos. Es decir, creo que más que hablar de sentimiento oceánico, habría que emplear otro término, que en si mismo tiene una enorme carga semántica y estética, literariamente hablando: numinoso. Este palabra fue creado por Rudolf Otto, y lo interesante aquí es que se refiere a una concepción de la sagrado pero que conlleva un componente misterioso, pero un misterio que es la vez terrorífico y fascinante. Esta concepción de lo sagrado está en el centro del pensamiento paranormal y religioso. No en vano la palabra deriva de numen, que etimológicamente hace referencia a los dioses y lo divino. Aquí la diferencia con respecto a la interpretación grosera que he puesto más arriba en base al sentimiento oceánico está en el componente terrorífico, que aquí sí que es parte fundamental. Si sois lectores habituales de esta bitácora os daréis cuenta de que la visión del mundo que tienen los estudiosos de lo numinoso es radicalmente distinta a la que tiene un servidor, pero no por eso voy a dejar de admitir los méritos de los rivales intelectuales, cuando los tienen.
Creo que está bastante clara la relación de lo numinoso con la literatura de terror, o al menos la parte de este con elemento fantástico. Si entendemos lo fantástico como aquello que transgrede nuestros parámetros científicos y racionales de la realidad, como entienden muchos teóricos de la literatura, está claro cómo lo numinoso es fundamental a la hora de entender la clave de cómo la creación artística del escritor conecta con los lectores para generarles un sentimiento de terror, pero a la vez fascinación (pues de lo contrario no seguirían leyendo el libro). Pero, ¿realmente esto se aplica a la ciencia ficción? Para responder a esta cuestión tengo en primer lugar que distinguir la literatura fantástica de la de lo maravilloso que no implica una transgresión de la realidad en lo que respecta a los personajes, y que considera una aceptación esos mundos fantásticos e irreales como algo natural dentro del pacto de ficción entre el autor y los lectores. Y ojo, que aquí tenemos la palabra maravilloso, y de hecho yo creo que el sentido de la maravilla, si nos atuviésemos a lo que significa literalmente las palabras lo tenemos al sumergirnos en los mundos de las sagas de Tolkien y George Martin. No, creo que en la ciencia ficción, hay otra cosa, más próxima a una percepción de lo numinoso.
Intentaré mostrarlo con dos ejemplos de autores fundacionales de la ciencia ficción. El primero de ellos es Olaf Stapledon, uno de los más grandes autores del género de todos los tiempos, quizá no suficientemente conocido (aunque era admirado por gente como Jorge Luis Borges), y es que su obra Hacedor de Estrellas además de ser la fuente de inspiración de un montón de temas fetiche del género (por no decir casi todos), e incluso de inspirar artículos científicos (como el de las famosas esferas de Freeman Dyson), es también una clara muestra de una concepción mística del universo. Aunque ciertamente sin el elemento religioso, la épica universal, en escalas de tiempo grandiosas, que nos presenta Stapledon es a la vez sugerente y aterradora, así como el encuentro entre la entidad que constituye la unidad de la vida con el Hacedor de Estrellas es realmente numinosa.
Y el segundo ejemplo, como no podría ser de otra manera, es ese loco genial de Providence, sí, acertáis, Howard Phillips Lovecraft. Parece bastante claro que lo que sus relatos generan en el lector es una sensación de presencia de lo numinoso, en los términos en que lo definía Otto. Pero lo interesante aquí, es que además de ser un precursor en temática de la ciencia ficción, Lovecraft también es interesante en lo que respecta a la interpretación del origen de sus miedos. Pues además de una manifestación de lo inconsciente, de los horrores oníricos o lo primigenio y blasfemo, el terror de Lovecraft, según lo interpretan muchos de los estudiosos de su obra, tiene un origen fundamentalmente materialista. Así su horror cósmico es resultado de la aceptación de los descubrimientos científicos de su época reveladores de un cosmos mecanicista, determinista y con escalas de espacio y tiempo inconmensurables, en el que el ser humano juega un papel insignificante, por no decir ninguno. Así, lo numinoso es en Lovecraft una manifestación del terror y fascinación que de forma simultánea le podrían producir la aritmética transfinita de Cantor o la relatividad general de Einstein, siendo esta última bastante perturbadora para él y hay autores quienes defiende su papel relevante en la gestación de sus miedos, como es el caso del físico e historiador de la ciencia José Manuel Sánchez Ron.
Incluso en autores mucho más alejados de lo místico o del género fantástico, y mucho más próximos a mi concepción de la realidad y de muchos lectores, como es el caso de Stanislaw Lem, en el sentido de la maravilla no deja de existir un componente numinoso. Esto se percibe bastante claramente en Solaris, donde por cierto, la inquietante presencia (pero a la vez fascinadora, lo que explica la evolución del personaje principal de la novela, y sobre todo su final) del mar se ha interpretado también en términos psicoanalíticos. Y si bien desde mi punto de vista este tipo de interpretaciones posmodernas de la obra maestra de Lem son erróneas, sí que muestran que el efecto que tiene la obra es algo más que una mera fascinación intelectual por la idea de un océano consciente. Algo similar puede experimentar el lector al imaginarse los posibles creadores del mensaje de La voz de su amo.
Ahora bien, se puede argumentar que por qué empleo un concepto que se ha utilizado desde ciertos entornos académicos para justificar un posible fundamento de las religiones a una serie de autores decididamente materialistas. Y aquí está la clave para entender qué es realmente el sentido de la maravilla, pues realmente lo que ocurre es que esa modesta manifestación de un sentimiento de lo numinoso que se tiene al leer ciencia ficción, viene filtrada por el realismo científico (o materialismo realista que diría Mario Bunge) que está implícito en buena parte de la ciencia ficción. Así lo trascendente deviene en lo inmanente, en términos narrativos, y la mayoría de las veces no es como resultado de la aceptación de una visión cientificista de la realidad por parte del autor o los lectores, pero está claro que en buena medida ésta es una característica definitoria de lo que es el género de la ciencia ficción moderna. Y a pesar de todo, aún existen autores genuinos de ciencia ficción donde lo numinoso se manifiesta casi sin filtro, como es el caso de Phillip K. Dick, quien muchas veces parece estar más cerca de la literatura fantástica en lo que se refiere a la relación con la visión de la realidad de los lectores.
Entonces, para concluir, mi opinión es que realmente lo que se denomina popularmente como sentido de la maravilla se encuentra más bien en la fantasía de orcos y magos. Lo numinoso tiene mucho que ver con la literatura fantástica, y realmente lo que distingue a la ciencia ficción es que lo numinoso se manifiesta a través del filtro de la visión científica del mundo, y como a los lectores de ciencia ficción nos gusta racionalizar nuestros gustos, lo denominamos sentido de la maravilla. Quizá este argumento no sea del agrado de muchos lectores de ciencia ficción, racionalistas y escépticos, quienes no estarán de acuerdo en considerar que su fascinación ante las paradojas taquiónicas de Gregory Benford tiene una naturaleza similar al canguelo morboso de los crédulos espectadores del programa de Iker Jiménez. Pero yo creo que en cierto modo es así, y también por eso a veces hay una fusión de estos ámbitos.
Es por eso que creo que no debería de darse tanta importancia al sentido de la maravilla como elemento definitorio del género, y como algo que sirve para venderlo al lector genérico. En primer lugar porque es algo muy personal, y el chasco de un lector que no obtenga la misma sensación con la lectura puede alejarle para siempre del género. Y en segundo lugar, y es lo más importante, es una forma de no tener en cuenta las muchas otras virtudes desde un punto de vista literario que tiene la ciencia ficción. Centrarse tanto en el sentido de la maravilla vacía de contenido toda la carga ontológica y gnoseológica presente en el género, además de renegar en buena medida de los postulados básicos en torno a los cuales se configuran los temas básicos del género. Es decir, lo fundamental de la ciencia ficción es su carácter proyectivo.
Es que ciertamente se puede manifestar un sentido de la maravilla ante una dilatación temporal igualmente en el caso de una historia del folklore de hadas que como resultado de un viaje interestelar a velocidades relativistas, y depende de cada lector que le toque la fibra uno u otro escenario. Sin embargo las virtudes de la ciencia ficción como herramienta para conocernos mejor a nosotros mismos y el mundo que nos rodea son más universales y pueden ser comprendidas racionalmente.
Y seguramente, además de no gustar a ciertos lectores de ciencia ficción, seguramente este análisis no gustará a otros por la ligereza en el manejo de ciertos conceptos, muy profundos y sesudos. Pero es que si algo he pretendido con él es aplicar modestamente una de esas bazas literarias de que puede hacer gala la ciencia ficción, su carácter eminentemente transgresor.