Tengo una buena amiga que posee una gran hembracidad. ¿Qué es la hembracidad? Que me haya tenido que inventar una palabra para nombrar la cosa deja claro lo difícil de definir que es. Pero intentémoslo. Hembracidad es algo que tienen algunas mujeres (y otras, ay, no) que hace que el macho en las cercanías perciba que es una hembra para la que el sexo es algo fundamental y para la que el sexo es un goce generoso y natural, un goce ajeno, como debe ser, a las taras morales y a los condicionamientos posesivos machistas.
Una mujer con una gran hembracidad es una mujer orgullosa de la hembra que lleva dentro y el control de la hembra que lleva dentro. Una hembra que exuda hembra y que hasta huele a hembra antes que a cualquier otra cosa (aunque se ponga el mejor perfume del mundo, seguirá oliendo a hembra). Ella no se lo propone, por supuesto, es algo que tiene, como quien tiene los ojos verdes, y esto es lo que resulta más perturbador.
Pues bien, tengo esta amiga con una gran hembracidad y me he hecho a lo largo del tiempo unas cuantas pajas mirando fotos suyas, porque esa hembracidad la tiene en la cara, como un cartel gigantesco y lumínico, y a mí la hembracidad en las mujeres me pone muy caliente. Entrar en contacto con una de estas mujeres y empezarme el primer cerebro a babear es lo mismo.
A mí, sinceramente, que no he venido aquí a mentir, no me gustaría morirme sin follarme a esta mujer. O sin que ella me folle (acepto cualquier condición, cualquier fantasía suya). O al menos sin conseguir que me la chupe. Lo que no sería lo mismo, porque de lo que tengo ganas es de meter la polla dentro de su chocho y dentro de su culo, naturalmente, y ganas, muchas ganas, de olerla durante horas. Pero tanto me afecta su hembracidad que, a estas alturas (pasa el tiempo para ambos, ay, cómo pasa el tiempo), me conformaría con una mamada. Y hasta me conformaría con hacerle yo una mamada a ella. Y al terminar, incorporarme agradecido e irme de allí sin mirar atrás con todo ese sabor formidable en la boca.
¿Le he dicho estas cosas a mi amiga? ¡Por supuesto! No con los detalles que les estoy dando a ustedes hoy aquí, pero sí que se lo he dicho. ¿Y que ha respondido ella? Ella ríe (lo que aumenta considerablemente su hembracidad) y dice que si nos hubiéramos conocido en la juventud. Pero ahí está precisamente la cuestión. Mientras tengamos ganas de hacerlo, para mí es la juventud. Eso es lo que pienso. Creo firmemente en que mientras tengamos ganas de follar, somos jóvenes.
A ver. Partamos de la realidad. Es decir, partamos de que dentro de unos años (después de los 80, espero) estaremos tan deteriorados físicamente que ya no podremos follar, y que unos años más tarde moriremos y desapareceremos y ya no estaremos más, y dentro de un tiempo será como si nunca hubiésemos existido (no creo en la inmortalidad literaria o artística, es más, la palabra inmortalidad en cualquiera de sus modalidades me parece una falsedad grotesca y una estafa intolerable).
Y no digamos follar; cuando pase todo ese tiempo y estemos muertos no podremos disfrutar ya más de la inenarrable alegría de beber o comer o mear o cagar o leer o ver o caminar o respirar o hablar, que son alegrías que no apreciamos lo suficiente cuando estamos vivos, pero que son inconmensurables. Y, más tarde, dentro de los años suficientes, ya nadie se acordará de nosotros, y por lo tanto desapareceremos aún más y, si acaso, quedará en algún sitio una imagen nuestra, pero esa imagen a la larga también desaparecerá y será como si nunca hubiéramos estado aquí.
Así será. Créanme.
Por lo tanto, no veo ninguna razón para no disfrutar ahora que podemos de nuestro cuerpo y del hecho de estar vivos. ¿No?
Eso le digo a mi amiga. Con mucha convicción. Yo tengo ganas, tú tienes ganas. Insisto. Y es verdad, se le ve en los ojos que tiene tantas ganas como yo de que se la chupe o de chupármela. Pero. No pasa. Y el tiempo transcurre como suele transcurrir el tiempo, como un gran hijo de puta.
Además, y comprenderán que lo haya dejado para el final, está el asunto del marido de mi amiga. Que es también mi amigo. Yo no haría nada, por muchas ganas que tenga, que las tengo, como van viendo, por follarme a mi amiga a escondidas de mi amigo, porque entonces ya no sería lo mismo. La honestidad es muy importante. Este tipo de cosas han de tratarse como actos de libertad y de complicidad ennoblecedora, y la verdad sea dicha, lo ideal y lo honorable y lo masculino y lo femenino, es que el marido de mi amiga, mi amigo, lo sepa todo y me diga: hombre, diviértete. Y a ella: querida, si te apetece, disfruta, que la vida es tan corta y tan miserable que hay que vivirla lo más honestamente y lo más libremente posible.
¿Podré mirar? ¿Podré participar?
Y todos nos echaremos a reír.
¡Pues claro que podrás mirar y participar!
Ya. Así son las cosas en un mundo ideal, pero no vivimos en un mundo ideal. Vivimos en un mundo mezquino, en un mundo lleno de estupidez, hipocresía y bajeza.
Por tanto, en este momento, así estamos. Con ganas irresueltas, pero nada más. Y con el marido, mi amigo, desinformado; creo.
Y al final, no sé, la verdad, qué sucederá con todo esto. Pero pase lo que pase, prometo que se los contaré.