Me topé con ese poema de Bukowski que dice: “Hay un pájaro azul en mi corazón que quiere salir / pero soy duro con él / le digo quédate ahí dentro / no voy a permitir que nadie te vea. / Hay un pájaro azul en mi corazón que quiere salir / pero yo le echo whisky encima y me trago / el humo de los cigarrillos / y las putas y los camareros / y los dependientes de ultramarinos / nunca se dan cuenta / de que está ahí dentro (…)”.
Y pensé: entre los mitos erróneos que heredamos, está ése, el mito del pájaro azul. El pájaro azul de nuestro corazón que debe permanecer oculto, porque si lo mostramos al mundo, el mundo puede cazarlo, enjaularlo, quitarle las plumas una por una, arrancarle la música, clavarle una aguja en el corazón, en el corazón del pájaro azul de nuestro corazón, que no es otra cosa que nuestro corazón, y finalmente prenderlo fuego. Heredamos la idea equivocada de que ser bellos es debilidad, que ser amables es debilidad, que ser suaves es debilidad, que querer es debilidad, que ser el primero en decir te quiero es el colmo de la debilidad, que apostar por algo es debilidad (porque apostar por algo es creer en ese algo, y creer es debilidad), que tener ganas es debilidad; en resumen: que la vida es debilidad. Que el pájaro azul nos hace débiles. Que nada debe ser mostrado a las putas, a los camareros y a los dependientes de ultramarinos, entre otra gente. Porque Bukowski también heredó eso, no crean que no. Pero Bukowski contaba con una cuestionable ventaja: era Bukowski. Nosotros no somos Bukowski. Nosotros sentimos el latido, las ansias, el aleteo del pájaro azul, le decimos “chito, quieto, cerrá el pico”, nos hacemos los malos, y no somos Bukowski, ni de puertas para afuera ni, mucho menos, de puertas para adentro. Somos nosotros, que nos ponemos un saquito cuando hace frío, nos preparamos un té y apoyamos el culo en la estufa. No somos poetas malditos. Y actuamos como si no supiéramos que el miedo a que el mundo incinere a nuestro pájaro azul tiene un porcentaje de absurdo, porque el mundo somos, también, nosotros. Nosotros, los del pájaro azul. Y si resulta que, a pesar de todo, el mundo saca su costado malvado y le prende fuego a nuestro pájaro azul, será doloroso, claro; pero no finjamos ignorancia, no finjamos haber nacido ayer: nuestra experiencia sabe que el pájaro azul es un fénix: ya nos lastimaron, y -qué maravilla- acá estamos.
Así que dejémonos de joder, por favor. Miedo tenemos todos. Lo mejor que podemos hacer es ser hermosos, una y otra y otra y otra vez.