La Nochevieja de 1967 el presidente Charles De Gaulle felicitó el nuevo año a los franceses con su tradicional mensaje televisivo. Tenía 78 años, hablaba despacio y se mostraba optimista: "A menos que se produzca una grave sacudida que conmocione el universo, nuestra situación seguirá progresando. (...) Sobre todo con los jóvenes que hacen su trabajo nuestra república encontrará una colaboración cada vez más activa y amplia. Saludo el año 1968 con serenidad". Apenas unos días después, su ministro de Juventud, François Missoffe, visitaba sonriente la universidad de Nanterre cuando le sorprendió una algarada y un estudiante pelirrojo llamado Daniel Cohn-Bendit le trató de "nazi". Cinco meses después, aquellos jóvenes en los que confiaba De Gaulle levantaban los adoquines de París para arrojarlos contra la policía. La grave sacudida inesperada se había producido y, esta vez sí, iba a "conmocionar el universo".
La fama del mayo francés no se corresponde con su importancia relativa en aquel año de convulsiones globales. Alemania, Italia, Estados Unidos, México, Checoslovaquia se revolvían contra el pasado de un lado a otro del planeta y sus habitantes deseaban, y temían, "que una cierta idea de sociedad estaba al borde del abismo". Se cumplen ahora 50 años de los hechos de mayo del 68 y Ramón González Férriz, periodista y columnista de El Confidencial, estrena las conmemoraciones y el debate en nuestro país con '1968. El nacimiento de un mundo nuevo' (Debate, 2018), una historia global que recoge y enriquece la interpretación original que el autor esbozó en su anterior libro, 'La revolución divertida' (Debate, 2012). A saber, que los revolucionarios de mayo fortalecieron el capitalismo y, añade ahora, que "el neoconservadurismo estadounidense actual es una reacción contra el 68, una especie de oposición alarmada por lo que se percibe como una cultura juvenil enloquecida e irresponsable".
PREGUNTA. Uno de los clichés más repetidos de Mayo del 68 es el de su "recuperación", la denuncia de la reapropiación y tergiversación de sus ideas tanto por los propios revolucionarios reconvertidos como por la cultura y la economía de nuestro tiempo. ¿Cómo se atreve un liberal como tú a meterle mano a aquellos hechos?
RESPUESTA. Me interesan porque son ideológicamente ambiguos. Los manifestantes franceses eran muy de izquierdas -trotskistas o maoístas, muchas veces-, pero se consideraban profundamente contrarios al Estado. Decían odiar la burocracia, las intromisiones de la autoridad en la vida privada. Y no tenían ninguna clase de interés por la economía: en sus reivindicaciones, en ningún momento se les ocurre pedir, no sé, mejores pensiones o subsidios de desempleo o alguna reivindicación clásica de la izquierda. En Estados Unidos, por ejemplo, están los revolucionarios tradicionales que dicen querer hacer una revolución para derrocar al gobierno, pero al mismo tiempo los hippies, que son muchos más, solo quieren que el gobierno les deje en paz, crear una especie de “nación” dentro del país en la que no se apliquen las leyes del Estado (sobre todo las antidroga). Son profundamente individualistas pero tienen la retórica de lo común, la vida en la comuna, no ser materialista. Al mismo tiempo, los hippies que tienen más éxito, los que forman grupos de rock que triunfan globalmente, se vuelven increíblemente ricos.
Todo es muy atractivo desde el punto ideológico, y creo que ha influido mucho en las ideologías posteriores. Si escribí el libro fue en gran medida por eso.
PREGUNTA. En tu libro anterior, 'La revolución divertida', argumentabas que los revolucionarios del 68 contribuyeron a fortalecer a su mayor enemigo, el capitalismo. En 'Divertirse hasta morir', Neil Postman aseguraba que la cultura de masas mostraba la superioridad de la distopía de Huxley sobre la de Orwell: no hace falta prohibir ningún libro, basta con que nadie quiera leerlos, el peligro no está en el control sino en la trivialidad y el deseo. ¿Las reivindicaciones individualista y hedonista constituyeron la mayor fuerza del 68... y también su mayor debilidad?
RESPUESTA. Por un lado, yo creo que el individualismo (con límites) y el hedonismo han hecho mucho más bien que mal a nuestra sociedad. De modo que ese legado creo que es positivo. Y creo que eso sirvió para demostrar que el capitalismo es un sistema muy dúctil, que se adapta a cualquier situación y que en las últimas décadas ha sido crecientemente tolerante (no solo por el 68, toda la revolución cultural de los años sesenta iba en esa dirección, y a mí me gusta, mas o menos). Pero el capitalismo también aportó a la cultura de masas algo que en ese momento asustó mucho a los conservadores, además de a la izquierda tradicional: una especie de frivolidad perpetua, toda la vida convertida en fiesta y provocación, una desatención absoluta por la complejidad de la existencia, todo, como dices, trivialidad y deseo. La cultura popular actual ha heredado algo de eso, sin duda.
El problema del 68, y es un problema que, un poco pretenciosamente, he tratado de aclarar en el libro, es que se ha convertido en un fetiche cultural. O, mejor dicho, que en España identificamos el 68 con el mayo francés, pero en realidad el mayo francés casi fue el acontecimiento menos importante de ese año. Puede que ideológicamente fuera lo más trascendente, pero los hechos importantes tuvieron lugar más bien en Checoslovaquia, en México, en Estados Unidos, en Alemania, también en España. Y muchos de ellos no fueron frívolos, sino auténticas tragedias: asesinatos -en el caso mexicano el asesinato por parte del Estado de centenares de personas-, la creación de grupos terroristas -como ETA en España, que mata por primera vez en ese año-, la invasión de Checoslovaquia por parte de la URSS... Todo eso también fue el 68.
PREGUNTA. Boadella comentaba irónicamente hace unos años que el 68 era como uno de esos suflés franceses tan apetitosos como hinchados. ¿El mito del 68 es un producto legítimo de la historia o de la incontinencia de sus hermeneutas?
RESPUESTA. El problema del 68, y por eso yo decidí hacer el libro como lo hice, es que ha sido mucho más atendido por hermeneutas ideológicos que por historiadores. La sobreinterpretación de lo que pasó ese año (a la que yo he contribuido, sin duda) ha hecho que los acontecimientos que realmente sucedieron se hayan desvanecido, o más bien dispersado: todo el mundo sabe que mataron a Martin Luther King, a Bobby Kennedy, que unos atletas negros levantaron el puño en unas olimpiadas o que Raimon cantó en la Facultad de Políticas y Económicas de la Complutense. Pero eso ¡sucedió todo en 1968! Y aunque no estaba coordinado, si existían profundas relaciones entre todos estos hechos. De modo que sí, el mayo francés está hinchado, pero el año en sí es clave para la historia, una especie de resumen de los convulsos sesenta y un prólogo de los bestias -terrorismo, gran crisis económica, fin del sueño de la nueva izquierda- años setenta.
PREGUNTA. Y sin embargo, los que se reclaman hoy herederos del 68 denuncian que prestar tanto interés al movimiento estudiantil y su revuelta contra las costumbres rebaja y banaliza lo que también fue, especialmente en Francia, la mayor huelga general salvaje de los trabajadores de los años dorados de la socialdemocracia...
RESPUESTA. Una de las cosas más llamativas del 68 es la arrogancia con que los estudiantes afirmaban hablar en nombre de la clase obrera. En realidad, en su mayoría eran chicos de clase media que no sabían muy bien qué era la clase obrera ni cómo se comportaba, que solo conocía las versiones que aparecían en los libros de Debord o de Vaneigem. Tenían muy idealizados a los trabajadores y por eso creían que su lucha era la misma (también la de los campesinos vietnamitas o los estudiantes senegaleses). Los obreros, naturalmente, sabían que no era así. Y de hecho, detestaban a aquellos jóvenes, les caían bastante mal y pensaban que, pese a tanta algarada revolucionaria, esos chavales, cuando fueran adultos, serían sus jefes. El Partido Comunista y la CGT no querían saber nada de ellos. Se sumaron a las protestas de los jóvenes franceses porque aborrecían a De Gaulle, porque creían que podían sacarle rédito material y, en definitiva, porque no tuvieron más remedio. No podía ser que hubiera una revolución de izquierdas y que ellos no estuvieran allí. Pero no tenían ninguna clase de interés en la revolución: querían mejoras laborales, y cuando las lograron -aumento del salario mínimo del 35 por ciento, subida del sueldo medio del 10 por ciento y más vacaciones- llegó el principio del fin de la revuelta.
Algo importante y duradero del 68 en la izquierda -no solo en Francia, sino también en España, Estados Unidos e Italia- fue que los estudiantes y los intelectuales iban por un lado y los obreros por otro. A veces, eso adoptaba expresiones un poco grotescas, como los chicos de Milán que estudiaban diseño y arquitectura y les daban lecciones de revolución a los empleados inmigrantes procedentes de Sicilia que trabajaban en las fábricas de sus padres.
PREGUNTA. La llama libertaria prendió con fuerza en unas revueltas que se enfrentaban por igual al capitalismo y al comunismo. Situacionistas franceses, yippies californianos, panteras negras, estudiantes checos y mexicanos, feministas, libertarios catalanes... ¿Quiénes son tus preferidos?
RESPUESTA. Por lo que sufrieron, es casi inevitable sentir simpatía y debilidad por los luchadores por los derechos civiles de los negros en Estados Unidos, que predicaban la no violencia y vieron como su líder era asesinado, por los estudiantes mexicanos que fueron masacrados por su propio gobierno y por los checoslovacos que creyeron que se podía construir un comunismo democrático y fueron aplastados por la Unión Soviética.
Pero con algo más de frivolidad, creo que por descarte, diría que los hippies y los yippies estadounidenses. Eran completamente insoportables, pero no tenían las pretensiones intelectuales que manifestaban los revoltosos europeos, que eran increíblemente pomposos en términos de teoría revolucionaria e interpretación marxista. Hay algo en la actitud hippie -fumar porros, considerar el sexo con desconocidos una especie de acto de generosidad mínima, escuchar buen rock- que me parece envidiable. Los yippies eran unos cretinos, pero sus formas de llamar la atención eran geniales: iban a la bolsa de Nueva York y tiraban billetes para ver cómo los brókers se agachaban y reírse de ellos, nombraron a un cerdo candidato a presidente, dijeron que habían contaminado el agua de Chicago con LSD y que la gente en cualquier momento se pondría a flipar… Eran un imán para la televisión.
PREGUNTA. La cuestión de la violencia resultó clave en las discusiones de entonces y sobrevuela así todo tu libro. Por un lado, las revueltas fueron en general pacíficas y a los viejos revolucionarios franceses les sorprendía el escaso interés de los estudiantes en "tomar las armas". Por otro, en los 70 la violencia de extrema izquierda sacude Alemania, Italia, España. ¿El terrorismo fue la criatura maligna del 68?
RESPUESTA. Sí. En el 68, como decía, ETA mata por primera vez. Y después del 68, cuando los más politizados de las revueltas se dan cuenta de que estas no van a conseguir una verdadera revolución, se forman grupos terroristas en Estados Unidos, Italia, Alemania y Japón. El 68 abrió una fase de delirio ideológico absoluto entre una minoría. Muchos de quienes habían sido sus colegas en las manifestaciones del año se asustaban al ver cómo se radicalizaban. Pero no es de extrañar, en cierto sentido era casi inevitable que la lectura de Frantz Fanon o del propio Sartre llevara a la violencia a una minoría.
PREGUNTA. Relatas cómo tras su asimilación -o derrota - las ideas sesentaiochistas hallaron refugio en las universidades y entre la élite intelectual alejándose de las preocupaciones de la gente. ¿Explica quizás esa superioridad moral el lamentable estado de la izquierda hoy y de los nuevos movimientos populistas de extrema derecha que cargan contra la casta progresista en defensa de "los trabajadores"?
RESPUESTA. Sí, creo que tiene que ver. Se vuelve a repetir una situación en que las ideas que podrían generar una izquierda más radical que la socialdemocracia parten muchas veces de intelectuales o universitarios con un conocimiento superficial del mundo obrero (el que queda) y de las verdaderas necesidades de la clase trabajadora. Esto ha sucedido siempre, por supuesto, pero creo que el PSOE en los ochenta, por ejemplo, o antes el laborismo británico, sí lograron crear una coalición entre los votantes universitarios y los trabajadores organizados en sindicatos. No es sorprendente, en ese sentido, que los votantes de los partidos más de izquierdas en España sean también los que tienen ingresos más elevados.
La derecha siempre ha aprovechado el hecho de que esta izquierda, muy presente en el 68, es vista con profundo recelo por las clases bajas. El neoconservadurismo estadounidense es una reacción contra el 68, una especie de oposición, alarmada por lo que se percibe como una cultura juvenil enloquecida e irresponsable. El Frente Nacional francés, que se funda a principios de los setenta, también es en parte una reacción al 68 y a lo que se percibe como una falta de patriotismo por parte de los jóvenes (aunque en este caso es más complejo). El auge del conservadurismo en Gran Bretaña en los años setenta también tiene mucho de respuesta airada a la nueva izquierda, y de hecho Thatcher explota el instinto conservador de parte de las clases trabajadoras contra lo que se consideran los excesos y frivolidades de una juventud ideológicamente superficial. Los obreros se pasaron a la derecha alarmados por mayo del 68.
PREGUNTA. Trazas paralelismos entre los hechos de mayo y el surgimiento en España de movimientos como el 15-M o Podemos aunque los primeros explotaron en un contexto de prosperidad y los segundos en plena crisis. En cualquier caso, parece que nuestro propio mayo languidece hoy: bajón en las encuestas y un cambio radical en el eje del debate, de la economía a la identidad. De Gaulle ganó por mayoría aplastante en 1969. ¿Rajoy&Rivera enterrarán también esta "Spanish Revolution"?
RESPUESTA. No sé cuál es el futuro electoral de Podemos, pero “Spanish Revolution” ya no va a haber. Creo que en 2014 Podemos hizo lo correcto. Recogió un clamor social, se apoderó simbólicamente de él y lo introdujo en las instituciones. Me parece lo responsable. Otra cosa es hasta qué punto sus líderes disfrutan de la vida institucional o si tienen la paciencia necesaria para pensar en términos que vayan más allá de la indignación y la comunicación, y para hacer políticas e influir de verdad en las leyes que se hacen. Aunque, sin duda, gente preparada para hacerlo tienen.
La historia es muy rara y nos recuerda todo el rato que no podemos ser intelectualmente mecanicistas. Una crisis brutal, iniciada por unos claros excesos de la banca que fueron permitidos por los políticos, que arruina a mucha gente e interrumpe la carrera profesional de mucha otra que tenía grandes expectativas acaba… con un regreso de la derecha al poder. Es muy llamativo. Y la muestra más evidente de que los intelectuales y quienes pensamos mucho en las ideas políticas y las ideologías, sus orígenes y motivos, no solemos tener ni idea de lo que pasa.