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Bulgogi Beef – How They “Barbecue” in Korea (the Good Korea)
This Asshole Doctor Says Exercise Will Help Treat Depression
Exercise can help treat clinical depression according to Dr. Martin Andrews, a professor of psychiatry at the University of Texas Southwestern Medical Center, and also a total dick.
The idea of using exercise to boost one’s mood occurred to this jerk when he noticed that several of his patients remained depressed, even with antidepressants and therapy.
“Something as simple as 20-minute jog can make a big difference in your mood,” says the idiot Dr. Andrews. Certainly the possibility seemed worth investigating to a sick fuck like him.
This asswipe conducted studies, testing exercise as a treatment for depression and found that in many cases, exercise can help keep depression symptoms at bay…you know, something that a real douche would tell you.
“A modest exercise program is an effective, robust treatment for patients with major depression,” says this fucking know-it-all asshole.
However it works, Andrews explains, the concept that exercise gives us an emotional lift makes sense evolutionarily.
“To survive as a species, we needed to run to avoid danger and hunt food. Nature obligingly found ways to make this strenuous movement pleasurable by providing us with a ‘runner’s high,’” Andrews continues, acting like a real know-it-all.
The psychiatrist, who can take a long walk off a short fucking pier, argues that those struggling with depression would do well to up their exercise routine.
He’s even taking things a step further, joining a growing movement of other shitheads who think exercise should be classified and studied as a formal medicine. These dickheads believe patients should even be given prescriptions for daily walks, runs or bike rides, just as if they were pills.
Andrews suggests that people with depression talk to their doctors about integrating workouts into their treatment.
“Side effects are almost nonexistent,” he said smiling, like a real son-of-a-bitch.
“Plus,” he pointed out, like a fuckwad, “as far as medicines go, a run in the park is relatively cheap.”
¿Por qué a los jóvenes les asusta tanto el ‘cunnilingus’?
Fotografía por Jason Pratt vía
Hace diez años, un grupo de investigadores que estudiaban el uso del condón en el Reino Unido se toparon con un hallazgo mucho más interesante: su estudio reveló que los jóvenes británicos coincidían en que las mujeres desean el sexo oral en mucha menor medida que los hombres —20 por ciento de mujeres respecto al 43 por ciento de hombres—. A principios de este año, las investigadoras Ruth Lewis y Cicely Marston descubrieron que el asunto era bastante más complejo —y contradictorio— tras realizar un estudio propio en el que entrevistaron a varios jóvenes de entre 16 y 19 años para conocer su comportamiento.
Su estudio reveló que todos los adolescentes consideraban que el placer de ambos sexos era equivalente. "Es un toma y daca", dijo uno de ellos. Sin embargo, en sus encuentros sexuales, los chicos se mostraban más dispuestos al sexo oral que las chicas.
Sin duda entre los entrevistados existía la creencia de que el sexo oral en mujeres se practica con el fin de prolongar la relación o para conseguir algo
"Nuestro análisis", afirmaron Marston y Lewis, "reveló la existencia de dos ideas que parecen competir entre los jóvenes: que el sexo oral entre mujeres y hombres se produce de forma equitativa y que la práctica del sexo oral en mujeres se percibe como "algo más extraordinario" que en hombres.
Claramente, existe un conflicto. Pese a que los resultados señalaban que ambos sexos estaban a favor de la igualdad genital, las mamadas se percibían como una práctica más frecuente que el cunnilingus. Esto suscita la pregunta de por qué se consideraba esta última práctica "algo extraordinario".
"Sin duda entre los entrevistados existía la creencia de que el sexo oral en mujeres se practica con el fin de prolongar la relación o para conseguir algo", nos cuenta Marston al teléfono. "En una cita de una sola noche, por tanto, puede que no exista esa motivación". Las entrevistas también revelaron que los chicos perciben la vulva como algo "sucio", "asqueroso", "feo" e incluso "apestoso", lo que lleva a concluir que el sexo oral en la mujer no es una práctica deseable.
"Cuando iba al instituto", explica Angelo, estudiante de 22 años, "muchos de mis compañeros pensaban que era algo bastante asqueroso, aunque tengo la impresión de que ahora quizá esté menos estigmatizada, esta práctica. La mayoría de los tíos que conozco solo se lo harían a las chicas con las que están saliendo, pero no a rollos esporádicos". Ahí la tenemos, de nuevo: la excepción de las relaciones de pareja.
Pero el concepto de la vulva como un órgano asqueroso no solo se limitaba a los chicos entrevistados. "Creo que a todos los chicos les gusta que se lo hagan, pero... eh... muchas chicas también piensan lo mismo", afirmaba Becky, una joven de 17 años. "A ellas tampoco les gusta mucho, se sienten incómodas". Preguntada sobre cuál podía ser la preocupación de las mujeres, explicó: "Supongo que es una zona con la que no te sientes muy segura... Al menos en mi caso".
El estigma que pesa sobre los genitales femeninos constituye el pretexto más extendido de los chicos para justificar su aversión a practicar sexo oral a las chicas. Los jóvenes de este estudio en concreto consideraban que comérselo a las chicas podía dañar su reputación.
Te puedo decir con toda seguridad que di más sexo oral del que recibí a esa edad — Miranda, 21
"Sí, cuando era joven recuerdo que había muchos prejuicios al respecto", señala Tom, de 21 años. "Muchas veces los compañeros ponían motes ofensivos a los tíos que se lo comían a las chicas". Obviamente, no siempre ocurre esto, pero todavía persiste esa visión del hombre que practica sexo oral a la mujer como algo excepcional, visión en la que se escudan los hombres para justificar sus objeciones, alegando que simplemente se ciñen a la norma habitual.
Si bien "los chicos suelen felicitarse por cualquier logro, en el caso del cunnilingus no siempre es así", afirma Marston. "Especulamos con que pudiera deberse al hecho de que esta práctica se aleja del discurso tradicional de que el cuerpo de la mujer está para el disfrute del hombre. Eso podría explicar por qué los hombres que lo practicaban sentían la necesidad de dejar claro el placer que les producía, ya que de ese modo podían justificarlo".
Lo curioso es que cualquier persona, al margen de su sexo, puede encontrar los genitales de los demás desagradables o encantadores, o un poco de ambas cosas. "No es que las chicas tuvieran gustos o sensaciones distintas", aclara Marston. "La diferencia radica en cómo gestionaban esas sensaciones después: ellas practicaban sexo oral de todos modos, mientras que ellos se negaban. En lugar de decir, 'Qué asco, no lo voy a hacer', mostraban una actitud más de, 'Qué asco, voy a usar lubricante con sabor a fresa'".
Se espera de las chicas que lo hagan pese a todo. "Te puedo decir con toda seguridad que di más sexo oral del que recibí a esa edad", dijo Miranda, estudiante bisexual de 21 años, recordando su adolescencia. "Era como que las mamadas eran un preámbulo habitual en el sexo, mientras que comérselo a una chica era como un favor excepcional. La verdad es que a los 16 y 17 años, el sexo oral en mi caso se reducía básicamente a chupar pollas".
¿Qué puede hacerse? Un buen comienzo sería normalizar el sexo oral para todos y derribar los mitos impulsados por vídeos porno, en los que siempre aparecen chicas con "labios vaginales perfectos". Otra forma es ir por la vía práctica. "Ahora que tengo más edad y ya se lo he comido a un par de chicas", explica Miranda, "he tenido oportunidad de ver más vaginas, lo que ha hecho que me sienta más cómoda con la mía".
Traducción por Mario Abad.
Eugene McDaniels, el músico a quien el mundo debe una disculpa
Eugene McDaniels. Imagen cortesía de emBLICko.
¿Recuerdan la película Searching for Sugar Man? Pues bien, vamos con una historia parecida, pero sin documental oscarizado y con un músico más talentoso todavía, que publicó sus mejores discos en la época en que Sixto Rodríguez, el protagonista del susodicho documental, trataba de hacerse un hueco en la industria discográfica; negocio que, ya lo sabemos, es cruel. Eso, y que el público, en general, tiene un gusto adocenado y volátil, y que la prensa musical en buena parte alimenta sus titulares con la fama y no tiene tiempo para lo que no haga vender portadas. Compongan el relato que prefieran, pero son las únicas causas con las que consigo justificar que un individuo dotado de tanto talento como Eugene McDaniels cayese en el olvido a mitad de los años setenta, después de haber grabado unos fantásticos álbumes que, de haber estado firmados por otros apellidos, gozarían hoy de la consideración de clásicos.
McDaniels supo reinventarse como pocos; empezó siendo un artista soul del montón, que tenía una gran voz pero ejercía como juguete de la compañía de discos, grabando canciones muy convencionales para vender discos a una audiencia facilona. A finales de los sesenta, cuando en Estados Unidos los propios músicos todavía no habían terminado de derribar las barreras entre música «negra» y «blanca», McDaniels empezó a seguir su camino, sin atender a lo que, ya fuese por su trayectoria (o por su color de piel) se esperaba de él. Se convirtió en un maravilloso híbrido entre Bob Dylan y Miles Davis, entre Al Green y Cat Stevens, entre Curtis Mayfield y Jefferson Airplane. Casi nadie entendió o prestó atención a su trabajo. Es complicado explicar por qué. Su mezcla funcionaba de maravilla en lo musical y además resultaba agradable de escuchar. Aunque quizá era difícil de entender, detrás de su engañosa sencillez. No lo sé.
Hoy casi nadie le recuerda. A principios de este siglo hubo un pequeño contado de rescate de su figura gracias al hip hop, porque algunos productores y raperos utilizaron fragmentos de sus canciones, pero fue algo que interesó más a un puñado de voluntariosos periodistas musicales que al gran público. Nada parecido al hype de Searching for Sugar Man. Es casi, casi, como si McDaniels no hubiese existido. Y eso es algo que el mundo necesita corregir.
Tras la senda de Sam Cooke
Eugene McDaniels nació en Kansas City, una ciudad que no ha producido tantos grandes nombres como otras de su país pero sí puede presumir de ser la cuna del gran Charlie Parker. Como tantos otros músicos negros de su generación, McDaniels aprendió a cantar en la iglesia. Después, mientras estudiaba en el conservatorio, llamó la atención su registro vocal, que cubría cuatro octavas. Sus primeros pasos como profesional los dio cantando jazz, hasta que en 1960, a los veinticinco años, firmó un contrato con Liberty Records. Eso constituía una gran oportunidad, porque Liberty (en donde habían militado nombres como Eddie Cochran, Julie London o Jackie Wilson) estaba viviendo un momento dulce. Cuando McDaniels empezó a trabajar para ellos, el meloso Bobby Vee —¡no confundir con Bobby Dee!— estaba colándose con frecuencia en las listas de ventas. Además, uno de los músicos que la empresa tenía bajo contrato, David Seville, había tenido la curiosa ocurrencia: grabar una canción con la voz alterada para que sonase muy, muy aguda; el invento vendió mucho, así que la compañía, viendo que al público le gustaba esa técnica, se dedicó a promocionar un grupo de ardillas cantarinas llamadas The Chipmunks («Alvin y las Ardillas»), cuyo primer álbum ascendió hasta la cuarta posición de las listas, demostrando que la gente nunca ha sabido en qué gastarse el dinero.
Así pues, en 1960 Liberty tenía el viento de cara y esperaban mucho del fichaje de McDaniels. A cambio de esa confianza, Eugene —entonces conocido por el diminutivo, Gene— no tendría voz ni voto sobre la música que grabaría, debiendo de aparcar sus aspiraciones como compositor. También tuvo que abandonar alguna formación de jazz en donde militaba. En Liberty era simplemente un empleado, que aportaba una buena voz, nada más. Él era joven e inexperto, así que les dejó hacer. Pretendían convertirlo en una nueva versión de Sam Cooke, que tres años atrás había alcanzado el estrellato con la balada «You Send Me». Eugene también procedía del gospel, pero siendo justos resultaba difícil equipararlo con el divino Sam, al menos si nos referimos a ese estilo melódico. Por entonces su voz no tenía el toque mágico y celestial que Cooke imprimía a todo lo que cantaba. Tampoco la sofisticada apostura, como de príncipe de Disney, con la que Cooke volvía locas a las mujeres. Ni, que sepamos, demostró que podía desplegar el mismo ímpetu arrollador en directo, una habilidad para la que Sam se había entrenado como niño prodigio del gospel, cuando levantaba de sus bancos a los asistentes de las celebraciones religiosas. Pero, es verdad, las comparaciones son odiosas. Sam Cooke era sencillamente el rey en ese estilo de soul suave, un modelo demasiado perfecto como para pretender duplicarlo. McDaniels, eso sí, tenía las cualidades suficientes como para seguirle la estela, al menos en la medida de lo posible. Y la jugada salió bien durante un par de años. Con su tercer single llegó el bombazo: número 3 en las listas estadounidenses. En lo musical, hay que decir, la canción no tenía nada de particular. Pero le permitió obtener un gran éxito cuando la tinta de su contrato todavía no estaba seca:
Aquella fue la canción más vendedora de las que se publicó con su nombre, en toda su carrera. Eso sí, su tirón permitió que varios de sus posteriores lanzamientos vendiesen bien y la racha se extendió con canciones agradables como «Tower of Strenght» (otro bombazo, número 5 en las listas), «Chip Chip», «Point of No Return», «Spanish Lace», o «A Tear». Como se ve, una música pop con toques de soul descafeinado que sonó bastante en la radio, y con la que llegó a tener un cierto predicamento en el Reino Unido. Incluso apareció en alguna película. Su debut, pues, no podía haber salido mejor. Eso sí, cuando empezó a sugerir a sus jefes que podría incluir material compuesto por él, recibió una firme negativa. McDaniels, con ingenuidad, creyó que los ejecutivos rechazaban sus creaciones por motivos artísticos. Tenía una gran inseguridad sobre sus dotes como compositor. Solo más tarde entendió que en realidad trataban de evitar que tuviese algún tipo de participación en los derechos de autor.
Caída y metamorfosis
El periodo dorado de su carrera como cantante de soul no llegó a durar ni veinticuatro meses. Tuvo que ser duro probar el éxito para caer tan pronto, pero los acontecimientos no podían ser detenidos. En 1962, cuando McDaniels ya parecía haberse hecho un hueco en la industria, aparecieron los Beatles. En 1963, claro, ya lo habían puesto todo patas arriba, acabando de un plumazo con el fugaz reinado del pop melifluo que había seguido al declive del rock & roll. En aquellos años todo sucedía a una enorme velocidad, así que eran pocos los artistas que conseguían mantenerse a flote en mitad de la marejada cuando sus estilos habían quedado repentinamente desfasados. Por ejemplo, Sam Cooke, que parecía tocado por los dioses, continuó siendo exitoso hasta su asesinato en 1964, pero la carrera de McDaniels se desplomó con estrépito. Pagó un alto precio por interpretar una música tan alejada de la nueva onda. La beatlemania recuperaba la frescura de la fiebre rockera de los cincuenta, demostrando una vez más que los jóvenes querían bailar, que buscaban energía. La balada aterciopelada ya no interesaba. En 1963 McDaniels publicó una canción que entró entre las cien primeras de las listas estadounidenses («It’s a Lovely Town»), ocupando un modestísimo puesto sesenta y tres. Fue la última vez que un tema interpretado por él entraba en las listas.
Durante casi todo el resto de la década, el pobre Eugene tuvo que malvivir de unas pasadas glorias que estaban quedando olvidadas en mitad de la explosión creativa de los sesenta. En 1965 abandonó Liberty Records. Quisieron deshacerse de él a causa de su falta de éxito y de una escalada de tensión con los ejecutivos, provocada por la creciente tendencia de McDaniels a expresar su descontento («Empecé a hablar alto y claro, y ellos querían que me fuese. Demasiada información con la que no querían lidiar»). Fichó por Columbia, pero nada cambió. Ya no vendía discos. Apenas había cumplido la treintena y su situación profesional mostraba todos los síntomas propios de la de un artista acabado. Se vio obligado a actuar en salas de fiestas y garitos nocturnos para ganarse la vida. Como tantos cantantes anónimos, interpretaba temas que estuviesen de moda; el equivalente de lo que en España llamamos «orquesta de pachanga», pero con canciones mejores, claro está. McDaniels consideraba que su nueva actividad era humillante; le exasperaba que los espectadores se mostrasen más preocupados en socializar, ligar, reírse y hablar a gritos, que en prestar atención al escenario. Es muy posible que durante aquella travesía en el desierto, siendo como era un hombre de gran talento, se diese cuenta de que se había dejado manipular por las discográficas, grabando canciones aptas para las radiofórmulas de la época, pero que no aportaban nada interesante. Que lo habían encasillado y eso le había impedido unirse a nuevas corrientes.
Un hombre como él no podía ser feliz en esas circunstancias. Era algo más que un cantante. Sabía componer, sabía escribir letras, y tenía necesidades creativas que no conseguía satisfacer. Además, su humildad le impedía considerarse un compositor valioso. Quizá no hubiese dado el paso de no recibir los ánimos del pianista de jazz Les McCann, con quien había trabajado en el pasado. McCann, para quien McDaniels siempre tuvo palabras emotivas («Les tiene el corazón más grande del mundo. Es un hombre maravilloso, maravilloso. Es un ángel») sentía mucho respeto por su talento y consiguió convencerlo para que escribiese composiciones expresando lo que llevaba dentro. Sabía que McDaniels estaba repleto de ideas. Su primera composición, «Compared to What», la escribió teniendo a McCann en la cabeza. Más abajo hablaremos de la canción.
Mientras lo arrastraba el remolino del olvido, nunca dejó de prestar atención a lo que se cocía en la vanguardia musical. Pese a su imagen de cantante melódico soul, escuchaba cosas que no se ajustaban a ese estereotipo, incluyendo una creciente pasión por estilos «blancos» como el country o el rock psicodélico. También le apasionaba el folk de la nueva ola, y Bob Dylan se convirtió en una de sus máximas influencias, junto a la deriva eléctrica de Miles Davis. Lo del country, en especial, resultaba espinoso por cuestiones raciales. Para muchos negros (y para muchos blancos progresistas) aquella música de vaqueros era la representación de la Norteamérica más racista. Esto era un sambenito no del todo justo, la verdad, pero tampoco es extraño que en aquella Norteamérica racialmente quebrada existieran esos reparos. Incluso el exitosísimo disco country que grabó Ray Charles estuvo acompañado por la polémica; nadie negaba que el álbum había servido para darle un empujón al estilo (Willie Nelson llegó a decir que su amigo Ray había hecho por el country «más que ningún otro ser humano»), pero muchos negros se sintieron incómodos, quizá pensando que su ídolo se había «vendido». Por supuesto, estaban equivocados. Ray Charles, como otros importantes músicos afroamericanos, apreciaba la buena música, y punto. Y en el country había muy buena música. Recuerden la famosa anécdota de Jimi Hendrix, cuando los miembros —blancos— de su habitual corte de seguidores vieron atónitos, y un tanto soliviantados, cómo el guitarrista de Seattle se pasaba la noche echando monedas a una máquina de discos para hacer sonar temas country. No podían entender que su ídolo, un músico negro, disfrutase tanto con aquellas canciones, que ellos no conseguían separar de un contexto político. Le llamaron la atención y Hendrix se limitó a responder «pero, ¡escuchad qué letras!». Pues bien, algo parecido le sucedía a McDaniels. La industria trazaba una línea entre «música negra» y «música blanca», gran parte del público también creía en esas fronteras. Pero a él, en su fuero interno, lo único que le importaba eran las notas, las escalas, las sensaciones. Los diversos estilos se difuminaban ante sus ojos; lo único que tenía vida propia eran las canciones. Si el country le gustaba, lo incluiría en su propio lenguaje.
Comparado con qué
Sin ningún futuro aparente como músico y desencantado con la situación política y social de su país, decidió hacer las maletas para marcharse a Europa. Vivió durante cuatro años en Escandinavia, ejerciendo todavía como cantante de tercera fila, escribiendo el resto del tiempo. El viento empezó a soplar a su favor cuando aquella canción, «Compared to What», empezó a aparecer en discos de sus amigos. Fue grabada por Roberta Flack, que la incluyó en su disco de debut y hasta la lanzó como primer sencillo de su carrera (el tema, de contenido político, hablaba sobre la guerra del Vietnam, así que no crean que Roberta Flack se limitaba a las baladas de amor). Es verdad que Roberta Flack todavía no era la superestrella en que se convertiría después gracias a «Killing Me Softly With His Song» o «The First Time Ever I Saw Your Face», y la grabación tuvo una repercusión modesta. Eso sí, la interpretación era exquisita, tanto por parte de ella como de los músicos de primerísimo nivel (¡esas impecables líneas de contrabajo de Ron Carter!) con los que trabajó en el álbum.
Dicho sea con toda la admiración que merece la extraordinaria interpretación de Roberta Flack y su banda, creo que la suya, por increíble que parezca, no es la versión definitiva de «Compared to What». Recordemos que McDaniels la había compuesto pensando en Les McCann, y cuando este incluyó la canción en su repertorio, la cosa despegó. Su interpretación es impresionante, arrolladora, ¡descomunal! Cómo cabalga el tema, los desarrollos instrumentales; incluso su forma de cantarla, con una enorme garra, le añade un je ne sais quoi a la canción que ni siquiera Flack había conseguido en su versión (de hecho, a raíz de los elogios que recibió por su desempeño vocal, McCann empezó a cantar más a menudo). El pianista la interpretó en el famoso festival de Montreux, junto al saxofonista Eddie Harris. La actuación fue grabada para ser editada como disco de directo bajo el nombre de Swiss Movement. El álbum que tuvo un gran impacto en el mundo del jazz. Fue nominado para un grammy y alcanzó el número 30 en las listas de ventas, algo poco habitual para un disco en directo del género. Fue número 2 en las listas de rhythm & blues, o dicho de otro modo, vendió muchísimo entre la audiencia afroamericana. McDaniels recordaría muchos años más tarde la conversación telefónica en que le informaron del éxito:
—¡Enhorabuena!
—¿Enhorabuena por qué?
—¡Una canción tuya está en el número uno de las listas de jazz!
—¿Qué canción?
—«Compared to What»
—¡Sí! ¡Esa es mía!
Escuchen y disfruten con la apotéosica «Compared to What» de Les McCann. Merece la pena ya solamente por ver algunos planos fugaces de caras de felicidad entre los músicos conforme avanzan los minutos, porque notaban cómo esa noche la banda estaba tocada por la varita mágica de los dioses. Increíble, increíble actuación. Poder contemplarla es una de esas cosas que justifican la existencia de YouTube.
Las oportunidades perdidas
«Compared to What» demostraba que, cuando se sentaba a componer, McDaniels sí tenía ese toque mágico que quizá le había faltado en sus años como cantante melódico, cuando hacía interpretaciones convencionales de canciones que debían de saberle a poco después de su etapa en el jazz. El éxito de Swiss Movement, además, hizo que recibiera una buena cantidad de dinero en concepto de derechos de autor, así que por fin podía dejar de cantar en clubes nocturnos. Decidió planear un retorno a los Estados Unidos, animado por la oferta de Atlantic Records para grabar un par de álbumes. Empezó a trabajar en el noveno LP de su carrera, que en realidad iba a ser casi como un disco de debut, ya que abría una nueva etapa donde tomaba las riendas en el aspecto creativo. Ahora que se había ganado cierta reputación, le dejarían escribir su propia música y hacer lo que realmente sentía. Poca gente se acordaba de él y «Compared to What» había saneado su cuenta bancaria, así que no tenía encima la misma presión de sus inicios. Quizá por ello tituló el disco como Outlaw («El forajido»), dando a entender que ya no pensaba ser un títere. Se dejó fotografiar para la portada con aspecto propio de un wéstern, algo totalmente opuesto a los impecables trajes de sus años en Liberty. Su música era ahora mucho más viva, más real. Su manera de cantar había cambiado tanto que, sin saber quién era, dudo que muchos pudieran identificar al mismo vocalista de aquellas baladas de principios de los sesenta.
El disco se abría con la canción homónima, «Outlaw», donde su timbre de voz recordaba, increíblemente, ¡a Mick Jagger! El tema, de hecho, no es muy distinto en la manera de enfocar el country que la que tenían los Rolling Stones en aquella misma época; para romper más estereotipos, McDaniels se daba el lujo de hacer algo de yodeling, ese forma de canto tirolés adoptada por los estadounidenses. ¡Un negro cantando yodel! Era lo nunca visto; de hecho se adelantó por cuestión de meses a Sly Stone, que también incluyó yodel en su indescriptible «Spaced Cowboy» (aunque en el caso de Sly, por supuesto, era todo mucho más marciano, rebozado por toda clase de drogas). El resto del disco no tenía desperdicio: el ácido y bellísimo medio tiempo «Sagittarius Red», cantado con una increíble intensidad que nunca había desplegado en sus años de Liberty. O la irresistible «Welfare City» con sus «la la la» y ese inesperado «¡fúmate un porro!» del estribillo. O la hippiosa «Silent Majority», la celestial «Black Boy», o mi favorita del disco, «Cherrystones», con esa atmósfera envolvente, cambiante, cálida, en la que McDaniels demuestra que no solamente estaba muy al tanto del rock que se hacía en su tiempo, sino que no había olvidado sus habilidades como cantante de jazz.
Outlaw era el disco que debería haber relanzado su carrera. Sonaba muy de su tiempo y contenía canciones de mucha calidad, intensas y ricas en matices, pero también asequibles. Sin embargo, el público no prestó la menor atención. Es posible que influyese la nefasta actitud de la prensa musical; no es que colaborasen al desinterés general, es que en ocasiones atacaron el disco de manera que hoy resulta difícil de entender. La revista Rolling Stone llegó a titular su crítica como «Outlaw or thief?» («¿Forajido o ladrón?»), acusando a McDaniels de no haber escrito las canciones del disco, pese a lo que así aparecía reflejado en los créditos. ¿Por qué decían semejante cosa? Pues quizá porque todo les sonaba muy blanco y porque toda la información que tenían sobre él eran los éxitos que había tenido años atrás, y que había compuesto un tema jazz muy distinto a lo que se escuchaba aquí. Ya ven que a principios de los setenta incluso una publicación que se preciaba de representar la modernidad tenía problemas para asimilar la idea de que un antiguo imitador de Sam Cooke se hubiese reconvertido hasta el punto de componer una música que sonaba más propia de alguna banda de rock formada por blancos. Por supuesto, la insinuación era una estupidez, pero así son las cosas. McDaniels se sintió muy dolido y nunca olvidó esa afrenta; décadas más tarde todavía recordase el titular en alguna entrevista, consciente del daño que hizo a su carrera. Está claro es que los críticos blancos no supieron captar los ingredientes «típicamente negros» que todavía había en su música, más allá del visible rock y folk. La crítica negra, por su parte, estaba demasiado volcada con el funk y la revolución que estaba produciéndose dentro del nuevo soul como para hacer caso de un «hermano» que se empeñaba en reivindicar a Bob Dylan. Por desgracia para McDaniels, era como si el recientemente fallecido Jimi Hendrix nunca hubiese existido. Las barreras raciales volvían a levantarse ante sus narices. Él quería pensar que la música no tiene color, pero no había mucha más gente que compartiese esa idea.
Lejos de desanimarse, grabó otro disco todavía más personal con el fantástico título Headless Children of the Apocalypse («Los hijos sin cabeza del Apocalipsis»), en cuya portada demostraba una vez más que iba a la suya, porque aparecía ¡gritando con unos samuráis de fondo! Esa actitud rompedora se traslucía en el contenido y el disco está considerado por muchos como su obra maestra. Se abría con la adictiva «The Lord is Back», un gran inicio. Seguía con la elegante y fantasmagórica «Jagger the Dagger», repleta de inquietantes disonancias en los juegos de voces; la irresistible «Lovin’ Man»; la elegante «Headless Heroes»; la bellísima «Susan Jane» y su melodía country sobre una base funk; la intrincada «Freedom Death Dance» (¡qué bien cantaba en esa época!), la exquisita «Supermarket Blues» o la delicada «The Parasite». En resumen, un álbum magnífico.
Headless Children of the Apocalypse tampoco tuvo éxito. Era su segundo fracaso consecutivo con discos escritos por él. Entretanto, había reunido una banda a su medida llamada Universal Jones. Escribió y produjo un disco llamado Universal Jones Vol.1, donde trabajó codo a codo con el arreglista y multinstrumentista Leon Pendarvis. Compartió las voces principales con Sister Charlotte, una cantante que estaba trabajando con Les McCann por la misma época. El disco era, una vez más, magnífico. Yo lo pondría sin dudar al nivel (y casi por encima) del propio Headless Children. Contenía joyas como la bellísima «Tuesday Morning», la increíble «Takin’ Care of Business», la épica, apabullante «Feeling That Glow» (¿cómo puede ser que esto no fuese un himno en su época?), la preciosa «River», la enérgica y fascinante «Sidewalk Man», la luminosa «We All Know a Lot of Things But It Don’t Never Show», donde rescataba su pasado gospel, o la jazzera y psicodélica «Hello to the Wind», muy influida por Miles Davis y que tampoco hubiese desentonado en un álbum de Frank Zappa. El álbum, para variar, apenas vendió. La única canción que alcanzó una muy modesta repercusión fue «River», pero no la bastante como para despertar la atención general.
En fin, ¿qué más necesitaba Eugene McDaniels para que se le hiciera caso? Su música no podía ser de mayor calidad, pero no encontraba acomodo comercial. Como decía al principio del artículo, es difícil entender por qué. No tenía nada que envidiar a lo que hacía gente mucho más famosa. Desencantado con una industria musical en la que no parecía haber sitio para él («estaba repleta de tiburones», diría más tarde) dejó de grabar discos. Eso sí, tuvo por lo menos una buena noticia: su amiga Roberta Flack había reventado las listas de 1973 con la famosísima «Killing Me Softly With His Song», y no se olvidaba de él. En 1974 Roberta grabó otra canción compuesta por McDaniels, «I Feel Like Making Love», que fue número 1 en ventas y por la que ganó un Grammy. Esto le supuso otra bienvenida inyección de dinero y la oportunidad de grabar un nuevo álbum en solitario, llamado Natural Juice, esta vez publicado por la compañía Ode Records, la misma que era propietaria de los derechos de The Rocky Horror Picture Show. Para intentar aprovechar el tirón, McDaniels incluyó su propia versión de «Feel Like Making Love» (¡extraordinaria!), además de canciones tan interesantes como «Natural Juice», «Honey Can You Know», «Dream of You and Me», «Shell of a Man»… en fin, otro estupendo disco que, pese a su orientación más decididamente soul, tampoco consiguió atraer a la audiencia.
Había sufrido ya cuatro fracasos comerciales consecutivos. Su carrera parecía difícil de rescatar y su confianza se había hundido. Aunque siguió ejerciendo como compositor y ocasional productor, no volvió a participar como cantante en un disco en años. En 1983, al compositor Alan Silvestri se le encargó una banda sonora alternativa para la sustituir a la original de la película The Mack, que Richard Pryor había protagonizado diez años antes y que estaba a punto de ser editada en video. Recordando el talento de McDaniels como contador de historias, le llamó para que escribiese las letras y ya de paso pusiera voz a un par de temas. De nuevo, poca gente mostró interés, aunque esta vez el papel de McDaniels era menos visible y la música no había sido compuesta por él. No fue hasta 2004 en que, gracias a ciertos artistas de hip hop que habían sampleado sus antiguos discos (y a quienes agradeció públicamente el detalle, diciendo «es un gran orgullo para mí»), volvió a grabar un álbum propio, titulado Screams and Whispers. Era el canto del cisne para un hombre que había regalado al mundo auténticas maravillas durante los primeros setenta, pero que padeció un constante ostracismo. Nnunca dejó de recordar a las personas que habían intentado ayudarle durante su carrera, y era tan noble que llegó a pedir disculpas (¡décadas después!) por haber abandonado la banda de McCann a principio de los sesenta, obligado por sus obligaciones contractuales. Gran tipo. Eugene McDaniels murió en 2011, todavía en el margen, aunque «Compared to What» y otras de sus canciones hubiesen sido grabadas por otros artistas (oigan por ejemplo a Ray Charles). Ahora solo queda confiar en que, de alguna manera, su música vaya siendo redescubierta por el gran público. Alguien con tanto talento nunca debió permanecer tan ignorado de casi todos. La industria musical es injusta, y eso es culpa suya; el que la memoria sea injusta también… eso, amigos y amigas, eso es culpa exclusivamente nuestra.
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La entrada Eugene McDaniels, el músico a quien el mundo debe una disculpa aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.
Un yonqui llamado Adolf Hitler. Cómo las drogas desmadraron al Tercer Reich
Podría ser una secuencia inverosímil de 'El gran dictador', pero es real: Un Adolf Hitler completamente drogado le explica a Mussolini que la guerra está ganada, justo cuando la invasión aliada de Italia es ya una realidad. Lo cuenta el periodista alemán Norman Ohler en 'El gran delirio. Hitler, drogas y el Tercer Reich' (Crítica), investigación que desvela por primera vez datos cruciales sobre la importancia del consumo compulsivo de estupefacientes en la deriva del nacionalsocialismo.
Theodor Morell, médico personal del Führer, le inyectaba a diario un “cóctel de hormonas, esteroides y vitaminas” para que el comandante en jefe mantuviera el ritmo durante el arrollador inicio alemán de la II Guerra Mundial. Pero cuando el conflicto empezó a torcerse, llegó la hora de las drogas duras. El 18 de julio de 1943, el Ejército Rojo había aplastado a los blindados alemanes en Kursk, los aliados ya estaban en Sicilia e Italia barajaba capitular. Hitler, que había pasado la noche en vela y con dolores de estómago, tenía una reunión vital con Mussolini en unas horas. La situación era tan límite que el doctor Morell decidió tirarse a la piscina: inyectó Eukodal a Hitler.
El Eukodal era un narcótico cuyo principio activo era un robusto opioide. Su efecto analgésico, que “doblaba el de la morfina”, “tenía un potencial euforizante de efecto inmediato, el cual es claramente superior a la heroína, su primo hermano farmacológico. Con una dosis adecuada, el Eukodal no produce cansancio ni deja KO, sino todo lo contrario”, explica Ohler.
Era la primera de las decenas de dosis de Eukodal que se iba a meter Hitler. El Führer iba a pasar el resto de la guerra con un ciego considerable.
El descubrimiento del Eukodal puso al líder nacionalsocialista como una moto. La primera vez que lo tomó se sintió tan bien que le pidió más mandanga a Morell casi inmediatamente. El doctor le inyectó una nueva dosis de Eukodal antes de la reunión con el Duce.
Tanto los testigos directos como los informes de los servicios secretos estadounidenses confirman que Hitler llegó pasado de rosca a la reunión, celebrada en Villa Gaggia (Feltre, Venecia). “El Führer estuvo hablando sin parar tres horas seguidas, intentado persuadir a su colega dictador, quien, agotado, no tomó la palabra ni una sola vez… En realidad, Mussolini quería convencer a Hitler de que lo mejor para todos era que Italia se saliera de la guerra, pero lo único que pudo hacer fue amasarse su dolorida espalda, secarse la frente con un pañuelo y suspirar profundamente. Constantemente alguien abría la puerta y le informaba sobre los bombardeos que estaban teniendo lugar en Roma, pero ni siquiera de eso podía hablar a Hitler, quien no dejaba de describir con lenguaje pomposo a los confundidos presentes los motivos por los que no se podía dudar de una victoria del Eje. El Führer, artificialmente venido arriba, tenía al deprimido Duce contra las cuerdas. Resultado de la reunión: Italia no se iba, de momento. El doctor Morell se sintió ratificado, como si con sus jeringuillas hubiese hecho alta política”.
En otras palabras: tratar esos días con Hitler era como tratar con borrachos o drogados cuando uno está sobrio: la cosa -entre engorrosa e incomprensible- no suele tener gracia; a no ser, claro, que uno decida ponerse a tono/a la altura del otro. Eso es precisamente lo que hizo el staff del búnker hitleriano – la Guarida del Lobo (Rastenburg, Polonia) - para poder seguir el delirante hilo político y emocional del Führer.
“El atrincheramiento bioquímico de Hitler trajo consigo otro efecto: quienes debían mantener una reunión con él, agradecían de pronto un sostén farmacológico para salir indemnes del encuentro. Exhaustos, agotados o, simplemente, sobrios, para muchos era demasiado complicado comunicarse con un comandante en jefe constantemente embriagado… La pervertina (una potente metanfetamina ingerida masivamente por los soldados alemanes durante la guerra relámpago) era la droga más eficaz para soportar una reunión informativa de realidades maquilladas… El hecho de que los visitantes de Hitler necesitaran drogas cada vez más duras para soportar la presión en la sala de reuniones contribuía a reforzar todavía más la atmósfera de virtualidad en los más altos niveles de la dirigencia nazi. La presencia politoxicómana de Hitler descompuso los vínculos con la realidad de todas las personas de su entorno”, razona Ohler.
No ya es que Hitler tuviera bruscos cambios de humor, es que su desajuste emocional era de traca. El día que los aliados desembarcaron en Normandía y Alemania comenzó a perder la guerra, el Führer estaba exultante. Sus comentarios sobre la invasión, de hecho, parecen salidos de un 'Celebrities' de Joaquín Reyes. “El humor de Hitler el Día D presentó severas fluctuaciones. A las nueve de la mañana debió de entrar en el salón de desayuno gritando: 'Pero ¿ya es la invasión o no?' Cuando Morell se pasó por allí y le inyectó, se tranquilizó de inmediato, se mostró súbitamente afable y de buen humor, disfrutó del día y del buen tiempo y dio joviales palmaditas en el hombro a todo el que se cruzó con él. En la reunión informativa de las doce, el dictador, a pesar de la catástrofe que se avecinaba y para sorpresa de los presentes, estaba radiante”, cuenta Ohler.
Tras ingerir ese día la cena -sopa de albondiguillas de sémola, champiñones con arroz y strudel de manzana- el Führer “cayó en uno de los interminables monólogos totalmente alejados de la realidad. Esta vez iba de elefantes, de los que decía que eran el animal más fuerte y, cómo él, aborrecían el pescado”. Una conversación surrealista ya de por sí, pero que el contexto sitúa en niveles disparatados históricos: mientras Hitler divagaba sobre paquidermos, los aliados desembarcaban con éxito en Francia.
Dame veneno que vais a morir
La cosa se salió definitivamente de madre tras el fallido atentado contra Hitler en la Guarida del Lobo el 20 de julio de 1944. Las secuelas físicas (dolor de tímpanos) y emocionales generaron una crisis médica cuya resolución fue tal chapuza que resulta difícil de creer. Un otorrino llamado Erwin Giesing se unió al equipo médico de Hitler. Los piques laborales entre Giesing y Morell llegaron al punto de no informarse entre ellos de las drogas que suministraban al paciente. Así que el Führer se convirtió en una bomba química. Giesing le daba cocaína para paliar los dolores nasales y auditivos - “era un material de primera, absolutamente puro”- y Morell continuaba con su habitual suministro de Eukodal. En efecto, más que la Guarida del Lobo aquello parecía el Festival de Woodstock.
“Cocaína y Eukodal. El cóctel en la sangre del Führer actuó como el clásico speedball: la acción sedante del opioide compensaba el efecto estimulante de la cocaína. Una euforia desmedida y un estado de exaltación de todas y cada una de las fibras del cuerpo son el efecto de este ataque farmacológico por dos frentes en el el que dos potentes moléculas bioquímicamente contrapuestas luchan por la hegemonía del organismo”, resume Ohler.
“Ahora tengo la cabeza despejada y me encuentro perfectamente”, dijo Hitler tras probar la coca vía pincelaciones nasales.
Lo que Hitler entendía por “tener la cabeza despejada” era en realidad el clásico estado cocainómano de egocentrismo delirante: había llegado la hora de las bravatas. “Cuando, el 16 de septiembre de 1944, volvió a recibir otra dosis de manos de Giesing, tuvo una de sus temidas ocurrencias e hizo saber a su desconcertado séquito que, a pesar de la descomunal inferioridad de efectivos y material, quería retomar la ofensiva en el oeste… ¡La gran victoria estaba asegurada!… A Giesing empezó a inquietarle la afinidad de Hitler por la cocaína y su efecto inhibidor de la inseguridad y potenciador de la megalomanía, así que decidió acabar con las potentes pincelaciones. Sin embargo, Hitler no se lo permitió”, explica el autor.
La sangrienta rave del Führer iba a seguir hasta que los aliados le sepultaran a bombazos: “El dictador hizo un uso generoso de los paraísos artificiales en este último otoño de la guerra y de su vida. Cuando, en las reuniones informativas, el paciente caminaba solemnemente por su Olimpo farmacológicamente creado, apoyando primero el talón y estirando después la rodilla, chasqueando la lengua y balanceando las manos, creyendo poder pensar con claridad meridiana y urdiendo un mundo a la altura de su éxtasis de Führer, a los generales, más que desilusionados por la opresiva situación en el frente, les era imposible seguirle. La medicación mantenía al comandante en jefe estable en su locura y levantaba un muro inexpugnable, una armadura integral que nada ni nadie podía atravesar. Cualquier duda era disipada por la confianza artificialmente provocada. Aunque el mundo quedara reducido a cenizas a su alrededor y sus actos acabaran con la vida de millones de personas, el Führer se sentía más que justificado en sus actos si una sustancia dura corría por sus venas y la euforia artificial se instalaba”, zanja Ohler.
I Kill Giants Movie Begins Filming Today, Your Feels Better Get Ready for a Pounding
Joe Kelly announced on Twitter today that the movie adaptation of I Kill Giants has just begun filming, kicking off the countdown to when your feels will take a punch right to their soft, fleshy guts.
In other news, #IKillGiants has begun principal shooting today. So excited, so proud and so lucky I met @ken_niimura!
— Joe Kelly (@JoeKellyMOA) September 27, 2016
Last year, we shared the news that Zoe Saldana and Madison Wolfe had been cast to play the lead characters, a fact that we were super excited about.
I Kill Giants is a graphic novel centered on a girl named Barbara (Wolfe) who claims to slay giants. She believes in being a giantslayer so much that it attracts the attention of her school psychologist (Saldana), who wants to investigate just why Barbara acts the way she does. In addition, Barbara’s words and actions have made her a bit of an outcast amongst her peers at school and elsewhere. The book examines the use and even importance of fantasy worlds in children’s imaginations as it slowly unfolds to reveal Barbara’s greatest challenge as a giantslayer.
I won’t spoil the novel, simply because it’s my belief that everybody should absolutely read the book or at least give it a chance. It was one of the first graphic novels I read that showed me comics weren’t confined to the single stereotypical “capes and crusaders” definition. As well, I Kill Giants packs a pretty strong emotional wallop, one that I am sincerely hoping carries over to the screen. There’s a lot to love about writer Kelly and artist J. M. Ken Niimura’s book, and I’m so excited that others feel the same way, enough so that they’d want to make a movie out of it.
What say you? Are you stoked to find out that things are chugging along for the movie?
(via CBR)
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Greg Rucka Confirms Wonder Woman Is Queer and “Themyscira Is a Queer Culture” in New Interview
This probably isn’t a surprise to very many Wonder Woman fans. Comics readers have been looking at her books through an LGBTQIA lens forever, and in her current Rebirth title, her queerness has been pointedly hinted at. Today, however, Wonder Woman’s current writer, Greg Rucka, has confirmed in a new interview that yes, Diana of Themyscira is canonically queer.
In an in-depth interview you can read in full over at Comicosity, Matt Santori-Griffith, an openly gay man himself, asks Rucka flat-out if Wonder Woman is queer. Rucka wisely asks him to define the word, as he is “an ostensibly cis male (and white to boot), so ‘queer’ to me may not be the same as it is to an out gay man.” Santori-Griffith defines it as “involving, although not necessarily exclusively, romantic and/or sexual interest toward persons of the same gender,” though he admits that this is also an incomplete definition.
Rucka answers:
“Then, yes.
I think it’s more complicated though. This is inherently the problem with Diana: we’ve had a long history of people — for a variety of reasons, including sometimes pure titillation, which I think is the worst reason — say, ‘Ooo. Look. It’s the Amazons. They’re gay!’
And when you start to think about giving the concept of Themyscira its due, the answer is, ‘How can they not all be in same sex relationships?’ Right? It makes no logical sense otherwise.
It’s supposed to be paradise. You’re supposed to be able to live happily. You’re supposed to be able — in a context where one can live happily, and part of what an individual needs for that happiness is to have a partner — to have a fulfilling, romantic and sexual relationship. And the only options are women.
But an Amazon doesn’t look at another Amazon and say, “You’re gay.” They don’t. The concept doesn’t exist.”
However, Rucka isn’t using this as an excuse to be coy about things. Later in the interview, as they discuss the culture of Themyscira more generally, Rucka says, “By our standards where I am standing of 2016, Themyscira is a queer culture. I’m not hedging that. And anyone who wants to prevaricate on that is being silly.”
Rucka mentions that it means a lot to him, as well as his artist/co-creator Nicola Scott, to be able to show rather than tell that Diana is LGBTQIA in part by not presenting her as having left Themyscira “for Steve Trevor.” In other words, she doesn’t leave her home because she’s finally seen a man and wants to run off to be with him. Especially since she’s likely had several meaningful relationships on the island throughout her life. According to him, she leaves, because “she wants to see the world and somebody must go and do this thing. And she has resolved it must be her to make this sacrifice.”
I would highly recommend checking out the full interview for all the nuances and the ins-and-outs of what this means for Wonder Woman as a character and as a title. It’s a really interesting read, and it gives me confidence that, from now on, we’ll be getting the LGBTQIA (possibly polyamorous!) Wonder Woman we deserve!
(images via DC Comics)
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Feminist Frequency’s New Video “Sinister Seductress” Explores How Femaleness is Exploited to Show Evil in Games
Feminist Frequency has added a new video to their Tropes vs Women series. This one, titled “Sinister Seductress,” explores the ways in which games seek to exploit femaleness to convey evil or villainy. In each of the examples provided, women are shown to be villains not necessarily through their actions or other non-gendered means, but rather through their being women. These practices serve to further the idea that women are inherently evil simply because they are women.
Their first, prime example is in Doom 3, where one of the new monsters was a demon with the top half of a nude woman and the bottom half of a spider. She also just so happened to be pregnant with a demonic fetus because, you know, that’s just how demons work I guess? Looking at that example, not only is the topless female half an image designed to titillate and excite the player, but its combination with the spider half carries with it connotations that women are dangerous. The perversion of pregnancy serves to reinforce the falsehood that pregnancy is a dark, evil, even demonic thing.
While it’s true that not only women can be pregnant (as trans men and folks all along the gender spectrum can, too), the idea that women and the things they do or carry are evil is still reinforced.
The video establishes a strong link to classic mythology, wherein women are often shown to be deceptive or otherwise harmful to men. Greek mythology is especially guilty of reinforcing such notions, the foremost example of which being the myth of Pandora, the first woman created by Zeus. She’s created to serve as counterpart to man, and she’s given a box that she is instructed to never open. She does, however, exposing man to all manner of terrible things. Sounds familiar to another creation myth, doesn’t it?
The countless examples throughout gaming can’t all be summed up in this 11 minute video. But the games they go through here are great examples of how femaleness and femininity are exploited, thus pushing this “othering” to which women are so often subjected.
And because I know some of you are going to comment before watching the whole video: yes, there are plenty of examples of physically gross, repulsive male villains throughout gaming and other media, but the nature of their villainy or repulsiveness isn’t based in their gender, not nearly as much as women. There is an inequality, and a very clear prejudice towards writing female villains with this trope in mind.
The video also shows a few examples of properly written female villains whose evil nature stems not from their femaleness but rather just from them being plain ol’ villains. Those examples include Kreia from Knights of the Old Republic 2, GLaDOS from Portal/Portal 2, and even Carmen Sandiego.
By making these tropes clear and bringing them to the light, one hopes that designers and writers can be made more aware of the tropes they buy into, be it consciously or unconsciously. There are many ways to make a villain; their gender does not have to be one of those ways.
(featured image via screencap)
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No More Adventure Time After Season 9, But The Show Will Inevitably Live On Through Its Cosplayers
I didn’t even know what Adventure Time was until I saw a bunch of cosplayers walking around at a convention a few years ago. It’s easily Cartoon Network’s most successful show, amassing a loyal fanbase over the last six years and making way for others like Steven Universe. But now, it looks like wacky escapades of Finn the Human and Jake the Dog will come to an end…in 2018.
According to Entertainment Weekly, the show’s ninth season will be its last. In a statement, the network announced that its final run will consist of “142 half-hours of content” including new episodes, miniseries, specials, and more.
“Adventure Time was a passion project for the people on the crew who poured their heart into the art and stories,” said creator Pendleton Ward. “We tried to put into every episode something genuine and telling from our lives, and make a show that was personal to us, and that had jokes too! I’m really happy that it connected with an audience for so long. It’s a special thing, I think.”
With the finale being more than a year away, fans will have time to process. But even after it’s done, there’s no doubt you’ll still see pieces of the show popping up at conventions through its many dedicated cosplayers for years to come.
(via Gizmodo, image via screencap)
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La Española Que Inventó El Libro Electrónico En Los Años 40
"¿Es posible ser ama de casa e inventora al mismo tiempo?". A preguntas tan ofensivas y machistas como ésta tuvo que enfrentarse Ángela Ruíz Robles, profesora de infantil e inventora del Libro Mecánico, el germen de lo que hoy conocemos como e-book.
En plena posguerra española, Ángela desafiaba las normas sociales y osaba desobedecer los mandatos de la omnipresente Sección Femenina. Se quedó viuda muy joven y a cargo de tres hijas, pero lejos de recluirse en casa, ser discreta y alejarse de la sociedad de su tiempo, fomentó sus inquietudes intelectuales y creyó en su capacidad como inventora, adentrándose en una esfera profesional reservada para los varones: la Ciencia y la Tecnología.
Una mujer inventora en España en los años 40-50 era algo de lo más exótico y subversivo, aún más si cabe en una ciudad como Ferrol. Ángela quería hacer las cosas más fáciles y prácticas, modernizar un modelo educacional, a su parecer obsoleto, basado en memorizar sin asimilar para después recitar los ríos, los reyes, las tablas de multiplicar, etc. La maestra quería conseguir con sus inventos hacer accesible el conocimiento a toda la población, porque la mayoría era analfabeta y además los niños accedían a una edad muy temprana al mercado laboral.
Debido a esta preocupación por la educación del pueblo, creó la Academia Elmaca —suma de las iniciales de los nombres de sus tres hijas: Elena, María Elvira y Carmen—, para formar a los jóvenes sin trabajo. Después de la Guerra Civil la mayoría de los jóvenes no tenían ninguna formación académica ni profesional, así que ella les ayudaba a prepararse para incorporarse al nuevo mercado laboral de las empresas emergentes, les preparaba para acceder a oposiciones de todo tipo, o para ingresar en las escuelas superiores. También impartía clases gratuitas a los obreros para alfabetizarlos, incluso leía y escribía la correspondencia de aquellas personas iletradas que recibían correspondencia de sus familiares emigrados a las Américas.
Imágenes vía Yorokobu
Una de las principales motivaciones que le llevó a crear el denominado por ella misma "Libro Mecánico", era aligerar el peso con el que cargaban los estudiantes en sus carteras, quería unificar todo el material escolar en un único libro, que fuese interactivo y estimulante para el alumno. En 1949 presentó la patente de su Libro Mecánico en el Registro de la Propiedad Industrial, el cual aparece descrito como "un procedimiento mecánico, eléctrico y a presión de aire para la lectura de libros". Era un mecanismo activado por pulsadores que mostraba las diferentes materias, de una forma visual, interactiva y amena. Ángela, casi como una premonición de los futuros valores del gigante tecnológico Apple, buscaba con su invento que fuese fácil de manejar, intuitivo, de poco peso y volumen, tenía aumentos para las letras pequeñas, incluso tintas luminiscentes para que se pudiese leer en la oscuridad, etc., adjetivos y características por las que podríamos estar hablando perfectamente de una Tablet o un e-book, pero que sin embargo, a mitad del siglo XX en una España sumida en un receso industrial, donde la tecnología más conocida y usada era la radio, debían sonar a ciencia ficción.
Su Libro Mecánico más importante fue la Enciclopedia Mecánica (aquí puedes acceder a una página interactiva para echarle un vistazo). De su idea original solo se conserva una parte en un boceto dibujado a lápiz y repasado con tinta azul. Ángela la diseñó como un libro mecánico formado por dos partes diferenciadas, al cerrarlas era como un libro tradicional. En un lado estaban los "abecedarios automáticos", éstos permitían al alumno formar sílabas, palabras o pequeñas frases por medio de pulsadores. Los abecedarios eran en diferentes lenguas: español, inglés y en francés, aunque en un primer momento, para facilitar y globalizar el conocimiento, se planteó usar el esperanto, pero enseguida desechó la idea ya que, además de poco práctico, le hubiese podido ocasionar problemas y mala imagen, ya que ésta lengua fue utilizada por los movimientos socialistas, comunistas y sobre todo anarquistas. En el lado opuesto, estaban las diferentes asignaturas, de las que se conserva una lámina de la asignatura de Geografía, presentadas en una bobina con las láminas escritas a mano por ella misma, que se deslizaban bajo una lámina transparente, las bobinas se podían extraer para extenderlas sobre la mesa como un libro normal.
La maestra presentaba de este modo una pedagogía ultramoderna, aunando en un único libro todas las materias, presentando una máquina tecnológica de utilidad práctica en el mundo de la enseñanza. A partir de 1952 hay constancia de que su patente y diferentes láminas y planos recorren las exposiciones nacionales, los salones de la inventiva y demás, por ello recibió un gran reconocimiento, medallas y diplomas. Pero en 1962 solicitó una nueva patente de invención, que esta vez registró bajo el título de "Un aparato para lecturas y ejercicios diversos". Había simplificado la idea original, simplificó el mecanismo, e incluyó una importante novedad, un espacio en la parte inferior para introducir un aparato de reproducción de sonido, ofreciendo la posibilidad de escuchar las lecciones. De éste aparto sí que consiguió construir un prototipo, aunque ella quería utilizar materiales ligeros como el plástico, tuvo que ser construido en bronce, zinc y madera porque se realizó en el Parque de Artillería de Ferrol, donde ella misma supervisaba los trabajos, introduciéndose una vez más en un espacio vetado al género femenino, pero en el que ella se movía libremente.
Con la patente del invento y el prototipo, se recorrió todas las ferias de España buscando financiación. Además, acudía con frecuencia al Ministerio de Educación, para presentar su invento a las instituciones como la gran mejora en el sistema educativo español. Incluso escribió una carta al mismísimo Francisco Franco para pedirle apoyo económico, pero no sirvió de nada. Sin embargo, recibió ofertas desde Estados Unidos, más acostumbrados a reconocer el talento, pero ella no quería que su proyecto saliese de España. Aunque obtuvo reconocimientos, como el Lazo de la Orden de Alfonso X, ninguna empresa se animó a comercializar su invento, ya que algo tan novedoso y producto de la invención de una mujer no debía parecer un negocio muy alentador para los inversores. Ella nunca perdió la esperanza de ver fabricado su invento, por lo que continuó pagando la patente hasta su muerte en 1975.
Ángela fue una mujer controvertida en muchos aspectos de su vida, y desafió los límites del castrador mundo femenino de la posguerra española, fue una moderna a su manera, quizá por ello la escritora Carmen Paya le dedicó un capítulo de su libro Una mujer triunfa (1963), una recopilación de crónicas donde habla de diferentes personajes. Pero quien nos refrescó la memoria recientemente fue nada el gigante Google, que el 28 de marzo de este año hizo protagonista de su Doodle en España y México, a nuestra admirada maestra e inventora Doña Angelita, como la llamaban con cariño sus vecinos.
Por Qué Todo El Mundo Lleva 'chokers'
Desde los collares de cuero con hebillas y pinchos de Vivienne Westwood hasta las versiones sintéticas inspiradas en tatuajes de la década de 1990, el collar tipo choker ha rodeado los cuellos de miles de personas, desde las kinksters británicas hasta las chicas de instituto que compran sus cosméticos en el súper. De hecho, se cree que este accesorio de inspiración sumisa adornó en primer lugar el cuello de la tristemente famosa adúltera (y acusada de brujería e incesto) Ana Bolena, cuya vida le fue arrebatada cortándole aquello que anteriormente había adornado con su collar de perlas, lo que sitúa el origen de este accesorio en el siglo XVI.
Si tiene suerte, la moda de llevar un accesorio va fluctuando y pasa de ser muy guay durante una década a volver unas cuantas después, llevado a modo de oda vintage a una época que no volverá. En el caso del choker, este ir y venir de su popularidad ha continuado durante siglos y, actualmente, ha vuelto con energías renovadas.
Gran parte del reciente regreso del choker puede vincularse al resurgir de las tendencias de los noventa. Entre los artículos más en boga se encuentran los pantalones vaqueros Levi's de cintura alta, los monos y petos, todo ello procedente de la década que nos dejó Twin Peaks, el movimiento Riot Grrrl y The Miseducation of Lauryn Hill. Dado que la moda del choker parece sobre todo popular entre las mujeres de veintitantos y treinta y pocos años, la mayoría de sus seguidoras probablemente también lo llevaban en los noventa.
Como sucede con la mayoría de tendencias de moda, el aumento de popularidad de este collar empezó en las pasarelas, donde lleva varias temporadas reinando: La colección prête a porter de Dior para la temporada Primavera 2016 confirió a los chokers un giro romántico emparejándolos con delicados pañuelos atados al cuello, y la colección prête a porter de Alexander Wang para la temporada Otoño 2016 incluía versiones de cuero con hebillas. Pero no fue hasta la primavera pasada cuando Emma Grady, una experta en estilismo residente en NYC, empezó a ver a la plebe llevando chokers de tela y cadenas apretadas en torno a su cuello. Ella vincula el auge de su popularidad a las más adoradas fuentes de inspiración en lo que se refiere al estilo: las celebridades.
"A principios de este año empecé a ver que Kim Kardashian, Gigi Hadid y Kendall Jenner llevaban chokers", afirma, "y poco después vi que la gente los llevaba por la calle en Nueva York. Creo que la tendencia del choker creció con tanta rapidez porque es una forma muy sencilla de añadir un toque muy noventas a cualquier conjunto de ropa".
Jessica Tse, experta en accesorios en la agencia de predicción de tendencias Fashion Snoops, vincula gran parte del factor cool de este tipo de collares a una celebridad en particular: Rihanna. Después de que llevara el choker Monarch de Fallon a principios de este año, este accesorio ―que cuesta 375 $ (unos 334 €)― se agotó en las tiendas inmediatamente (el Monarch también es el favorito de Khloe Kardashian).
Sin embargo, es posible que lo que mantenga vivos a los chokers sea en realidad su desvinculación de la década de 1990. Tse afirma que, aunque su popularidad surgió el año pasado con celebridades "it-girl" y modelos, este accesorio lentamente se está desprendiendo de su vinculación con el look de "chica molona de los 90". "El choker se ha convertido en un accesorio clave", indica. "Ha dejado de ser simplemente una tendencia de los noventa".
"El choker ha adoptado tantas formas porque existen innumerables formas de recrearlo", añade. Y además indica que cuando vemos a una mujer llevando un delicado choker de raso probablemente nos viene a la mente la moda de la época victoriana. "Pueden ser metálicos, llevar incrustaciones e incluso ser de inspiración romántica". Por lo tanto, Tse cree que los chokers se quedarán durante un tiempo si continúan disociándose de la década en que estuvieron de moda y, en su lugar, se convierten en una pieza exclusiva de joyería. Puede que esta evolución ya se esté produciendo; mientras que el choker de cuero de Monarch que llevaba Riri era bastante atrevido, el de la colección de Dior Primavera 2016 podría fácilmente acompañarse con una diadema y un par de zapatos de goma: ambos son chokers, pero eso es todo lo que tienen en común.
Ahora es el momento de que regresen los piercings en el ombligo.
23 cosas muy WTF que solo podían pasar en España
Spain is different. Muy different.
Esta persona que sería el rey de Twitter.
Twitter: @joseluisportela / Via Twitter: @EDiazAroca
Este naming apropiadísimo para pedirle una botella a ese cajero que te cae mal.
Esta etiqueta que asume que nadie tiene ni idea de qué cojones significan los símbolos de las etiquetas.
Este cartel que te hace dudar de qué implica exactamente ese puesto.
Un incendio obliga a desalojar la discoteca Apolo
Galicia 100: inauguramos na Coruña o martes 4 de outubro
Pois xa sabedes. Despois duns meses en Compostela que foron unha auténtica delicia, a exposición Galicia 100 inaugúrase na Coruña o martes 4 de outubro ás 20 h., na sede de Afundación nos Cantóns. O acto é aberto e público, e nel daremos algunhas claves dos obxectivos da exposición.
A exposición ocupa dúas plantas de Afundación, nos Cantóns da Coruña, o acceso será de balde e haberá visitas comentadas a cargo do equipo didáctico de Afundación os xoves e os venres ás 19 horas. Recomendo que fagades alomenos unha das visitas con guía, porque esta é unha exposición de falar e escoitar. Debido a estar na Coruña, eu non poderei facelas persoalmente, pero se aínda así queredes, anotade unha data: o 21 de outubro. Ese día teremos unha xornada moi especial en Galicia 100 e farei un percorrido pola mostra.
Fomento abandona a escavación de 18 castros en Pontevedra
Un total de 18 proxectos arqueolóxicos en castros da provincia de Pontevedra están paralizados. E todo, pola incapacidade do Ministerio de Fomento de cumprir...
Por Redacción
Sr. Anido & Sra- Álvarez entregan el videoclip del momento.
Hispania se rompe, Galicia avanza con paso firme hacia su destino, ser Mordor, y las terceras elecciones penden sobre nuestras cabezas cual espada de Damocles. El PSOE agoniza, Pedro Sánchez se desintegra, Ciudadanos no existe, y Feijoo, tras ganar una mayoría absoluta, se va a pintar la mona al programa...
La entrada Sr. Anido & Sra- Álvarez entregan el videoclip del momento. aparece primero en Pentavox.
” La cogí del cuello, la tiré al colchón,me...
”
La cogí del cuello, la tiré al colchón,
me lancé hacia ella, le di un palizón.
”
No Te Modernices, Niña. El
Payo Juan Manuel
Diez años después de tocar en El Libro Negro dos posibilidades que arrastraban en todo debate un anatema quizá sólo equiparable a todo lo que concierne al terrorismo y la pedofilia, tras aquello que hizo de mostrar la plausibilidad de existencia de nazis buenos y judíos malos durante la II Guerra Mundial, vuelve Paul Verhoeven. Y lo hace más cafre, más desatado y más de vuelta de todo que nunca. Quizá cosas de saberse más con un pie –por edad- en el camposanto que sujeto a abucheos de mentes estrechas. El caso es que el genio inspirador de Chris Morris alcanza en Elle unas cotas de ambigüedad y relativismo moral que parecían difíciles de lograrse tras esa marca autofijada en la ya citada El Libro Negro. Elle es una comedia negrísima ante todo, y de altísimo nivel en lo que respecta a hacer reír; lo de la cena de navidad es antológico. De este palo a uno se le viene a la cabeza Very Bad Things, las obras del gran Paul Bartel y 4 Lions, si bien todas –salvo la última- palidecen comparadas con Elle. Y esto es porque Verhoeven es, de nuevo, una especie de máquina de esas que usan los bateadores para entrenar a solas, de las que les bombardean a pelotazos. Solo que él lo que lanza son dilemas, perspectivas y tabúes para que te replantees no pocas cosas.
Isabelle Huppert es una alta ejecutiva que se comporta con altivez en todas las facetas vitales que rigen a la clase media: familia y trabajo son campos de juego donde delimita las reglas e incluso impone a los demás. En lo tocante al libreuso de su sexualidad igual sucede. El ámbito familiar es ella siendo dueña de la vida de los demás y en el laboral otro tanto de lo mismo. Lo único que le tose es su nuera –igual de echada para adelante que ella con el añadido de la juventud y la carencia de su status economicosocial- y un notas de la empresa en la que trabaja. En ningún caso problema alguno ni la una ni el otro, excepciones a ese dominar todo ámbito de juego que pisa. Cuando Elle no lleva ni un minuto un enmascarado con pasamontañas Quechua irrumpe en el sacrosanto hogar de la Huppert –ese perímetro de status y seguridad que es la casa en toda burguesía- y le da una golpiza mientras la viola. El gato de Isabelle mira, y al espectador se le ofrece la imagen desde la mirada del felino. Mirada que comprende un encuadre dentro de otro: esa puerta que sólo deja ver parcialmente a Isabelle primero sola y luego con el violador ya nos dice que no sabemos todo, que tenemos muchos detalles que aún no se pueden conocer.
Isabelle no denuncia. Asume esa decisión porque su padre hizo en su día algo a ojos de la ley bastante peor que lo que supone la agresión que ha vivido. Se da a entender que es para que los medios no irrumpan de nuevo en su vida, pero tampoco se puede determinar sin fallo que sea por esa razón: Isabelle no está acostumbrada a ser la víctima, y una denuncia le hace asumir al instante ese rol. De hecho lo comenta con sus allegados del trabajo, todos altos cargos, todos de su status; un ámbito en esas posiciones donde cualquier indicio de debilidad es aprovechado en beneficio de quien mueva ficha, algo que tan bien narraría el Demonlover de Assayas, película con la que tiene ciertos paralelismos en lo laboral Elle, y no sólo por las animaciones 3D a lo Urotsukidoji. El caso, decía, es que lo comenta, así como su intención de no denunciar; algo que viene a ser enunciar a sus competidores que ni eso la va a doblegar, que le ha sucedido algo horrible que en vez de debilitarla le hará más fuerte. Y así es: asume el rol de cazadora. Se arma. Hace rondas nocturnas por su casa para rociar gas antiviolación ante cualquier sospechoso. Incurre en no pocos delitos en su empresa para vigilar y monitorizar todo lo que hacen sus subalternos a resultas de un mail choteándose de ella.
´´Toda mujer que se quede con quien la maltrata es cómplice de su situación.¨ Eso dijo Camille Paglia, y aquí Verhoeven va más lejos. Una vez se desvela la identidad del violador, que no es ni De Gea ni Woody Allen, la Huppert establece una relación masoquista con él. El primer encuentro deja con la duda si en la violencia usada el violador le ha roto el coño a Isabelle, pero si se echa la vista atrás ella está teniendo justo el orgasmo que les describía a los animadores de su empresa en pos de un hentai creíble. Tienen sus códigos y es un ámbito de experimentación hasta que sepan uno y otro quién puede mandar, quién lleva la voz cantante. Es una relación tan ambigua que al matar un tercero al violador no se sabe si todo el previo de la Huppert de amenazar con denunciar y esperar atemorizada es de verdad o parte de esa escenografía que sólo ellos dos entienden y conocen para el ejercicio de esa nueva relación que mantienen. Es algo que, además, desemboca en todos los personajes de film resolviendo sus conflictos de una forma u otra con quienes lo tenían. Isabelle visita a sus padres en el cementerio perdonándole a él que condicionase su vida y a ella que no le considerase un monstruo, la compañera de trabajo le perdona a ella su infidelidad con su marido porque considera más importante la amistad que las une y su hijo y su nuera son todo amabilidad con ella luego de haber tenido broncas monumentales. Verhoeven estudia también los vínculos. Si se puede perdonar una infidelidad que deriva en el hijo de otro. Si se puede seguir queriendo a alguien que una ocasión dada te puso la cara girando como el pivote de una olla express vieja. Si puedes vivir sabiendo que estuviste casada con un violador. Gracias al guión del experto en telefilmes David Birke, la película nunca abandona esa forma y temáticas –hace el barrido por todo el canon temático de Antena 3 cualquier sábado al mediodía- solo que planteando Verhoeven sus cosas. Si las apelaciones al absoluto son buenas, sobre todo. Porque lo que nos dice Verhoeven cuando la Huppert –sensacional esta mujer, como mezclar su papel en La Ceremonia con el de La Pianista- le habla a su gato es lo que explica la película ella le pregunta de forma retórica cómo es que sabiendo arañar no le hizo nada al violador cuando irrumpió en casa. Y esa mirada del gato del primer plano de Elle, la del espectador, plantea similares preguntas sobre Isabelle Huppert y, por extensión, del resto de personajes, microcosmos humano.
Y encima la mujer del violador hace un Jesús de Nazaret al final, la gran obsesión de Verhoeven.
”Come con las manos, come con los dedosNo habrá servilletas ni...
”Come con las manos, come con los dedos
No habrá servilletas ni servilleteros.”
La Fiesta Medieval, Los Nikis
En Elle Isabelle Huppert habla en dos ocasiones a su gato: una para reprenderle por haber sido un mierdas que no la defendió al entrar un intruso en su casa para violarla, y otra para de nuevo regañarle por ser una mala bestia y estar comiéndose un pájaro que se había dado un trompazo contra el cristal de su salón. Ese gato de Schrodinger es o un manso o un salvaje según desde la circunstancia que lo mire la Huppert. Paul Verhoeven es un señor que hizo física, y de alguna manera parece aplicar sistemas de observación cuánticos a algo tan complejo como es la realidad: a él no le sirven los sistemas binarios de bueno y malo que se sostienen durante épocas y biografías el relato fabulador que crea el hilo narrativo del mundo real dividiendo exclusivamente en negro y blanco le da la risa. Verhoeven piensa que José Bretón algún día habría en el que fuera un ciudadano sin mácula, igual durante meses; que Josef Fritzl de padre regular pero lo mismo de jefe y de vecino fenomenal; que la Velvet Underground tiene un disco malo y Murakami un libro bueno y eso no convierte ni en bazofia a los primeros ni en un autor en que desperdiciar el tiempo al segundo . La edad media tiene una de las tradiciones más notorias en cuanto a lo de articular su relato en torno a buenos muy buenos y malos malísimos; o proyectabas luz o eras sombra. En Los Señores Del Acero Verhoeven se ocupa de esa época. Y encima en un periodo liminal, el año 1501: fin de la Baja Edad Media una década atrás y ya inmersos sus habitantes –para los historiadores del futuro- en el Renacimiento.
Para Verhoeven la situación era idéntica a la de quienes se encontraban en ese periodo bisagra: todavía aferrado a la nimia posibilidad de seguir haciendo cine en Holanda mientras intentaba alcanzar con su otra mano el brazo que le tendían desde Estados Unidos, la película terminó siendo una caída en España (lugar donde se filmó, detalle que aprovechó hace poco el gran Óscar Aibar para tratarlo en un episodio de Cuéntame) con financiación de un buen puñado de países distintos. Este hecho ocasionó que cada parte del mecenazgo intentase inmiscuirse en aspectos de la trama urdida por Verhoeven y su socio de toda la vida Gerard Soeteman, ya fuera añadiendo o censurando detalles; consecuencia de estas intromisiones fueron que Paul hiciese por primera -y última- vez en su vida un film sin tener un storyboard, así como la inclusión de una trama amorosa que de base no estaba prevista. También supuso que Verhoeven estuviese a un pedo de dejar esto del cine para dedicarse a cualquier otra actividad, aunque eso es otra historia que supone hablar de la manera en la que se desarrolló el rodaje, las jaranas sin freno de todos los técnicos y demás hechos colaterales al film.
Los Señores del Acero se llama Flesh And Blood. Carne y Sangre, en su traducción literal. O, en simbolismo obvio, Sexo y Muerte. Lo primero es constante: la gente no rica folla sin parar, ya sea de forma consentida o violando, y los métodos contraceptivos son o procedentes de libros prohibidos por el cristianismo imperante o prácticos rollo separar un tercero a los que anden faciendo el coito a la manera del que separa a su yorkshire de un gran danés en el parque. Fruto de esta ubicuidad sexual es la todavía más omnipresente muerte, casi fruto de intentar vencerla en pos de la pervivencia de la especie a base de tener no hijos sino camadas. Aumentar las probabilidades de transmisión de herencia genética que sobreviva a la miseria imperante, la constante violencia y abuso de poderes y, sobre todo, la peste. Que arrecia que ni el trap en España, sin intención alguna de identificar lo primero con lo segundo más allá de querer insinuar que Yung Beef merece Verhoeven le haga un biopic en la onda New Kids Turbo. Todo esto de sexo y muerte, en resumen, se clava en la secuencia con el beso bajo los dos ahorcados putrefactos: el suelo ha chupado su semen, de ahí nació la mandrágora y una chica y un chico se besan por primera vez. Niegan a la muerte contrastando a través de sus jugos salivales si les será posible esquivarla con descendencia, que es para lo que los mamíferos bípedos con Instagram hacemos la mandanga esa de juncar bocas.
El espectador ochentero de una película presuntamente de aventuras medievales se enfrenta con un problema tochísimo al ver Los Señores Del Acero: se le niega un héroe y un villano. El relato de aventuras precisa de uno y de otro, de hecho no existe el uno sin el otro. Los propios personajes de Verhoeven representan con sombras chinescas este relato, se explicita de forma autoconsciente. Verhoeven y Soeteman trazan dos protagonistas masculinos ambiguos, y las mismas decisiones y dilemas a las que les someten de continuo son las que tiene el espectador respecto a con quién debería identificarse. ¿Es mejor el pijazo civilizado que reniega de lo popular y de todos los ritos costumbristas que el salvaje mercenario que come con los dedos y antepone la violencia a la razón? ¿Acaso es más digno el que obliga a sus subalternos a acompañarle cuando busca venganza que el que procura a los suyos la mejor de las suertes? ¿Es más inhumano quien es un salvaje porque no le queda otra para sobrevivir o el que a sabiendas de lo que hace y sin necesitarlo, por mero capricho de orgullo herido, es capaz de arrastrar a otros a una muerte segura e incluso inducirla infectando de peste el agua? Hay una escena que ilustra muy bien esto en la cual el pijazo le lanza una piedra a todo el morro un perro que se dispone a beber agua contaminada de peste. A ojos de PACMA eso es intolerable e igual motivo de linchamiento eterno, pero a ojo de Verhoeven es simplemente un dilema que resuelve un personaje dentro de ese no parar de decisiones de decisiones para nada sencillas que tiene toda vida.
La protagonista, en realidad, es Jennifer Jason Leigh. Verhoeven hace que tengas que empatizar con ella la que más. De niña adinerada repelente y caprichosa pasa a mujer, y de una de las maneras más bestias que se puedan dar: Rutger Hauer, como líder de su comuna de salvajes/desheredados, procede a violarla. Una violación rollo San Fermines, de esas que tantas personas componen el grupo tantos distintos tipos de semen encuentra un forense en tu vagina. Ahí Jennifer se hace mujer en términos sexuales –al ser desvirgada- y de forma literal, pues la que hasta hace un rato era una niña ha de tomar una decisión si quiere seguir viva. Y decide revertir la situación, pase a ser ella la que toma la iniciativa casi violando a Hauer. Era o eso o la violación múltiple más una muy probable muerte. De aquí en adelante Jeniffer se convertirá en una estratega que moverá los hilos de su captor pero también de su rescatador a antojo, la astucia y el uso de su sexo garantizarán su supervivencia fluctuando de forma ambigua siempre su decisión definitiva sobre con quién se alinea: por un lado salva de morir a Hauer hasta en dos ocasiones y le permite huir en libertad al final, pero por otro no ceja de dar pie a que el pijazo le ronde y es con quien termina. Jennifer, en realidad, bascula entre el ideal de amor romántico que le han vendido con el chico y la parte más animal y práctica, la de Hauer siendo el macho alfa que siempre está ahí para garantizar ningún otro macho se acerque a ella. Es muy parecida la escena de Jennifer masajeando bajo la mesa la polla de Hauer con la de la cena de Navidad de Elle en la que la Huppert hace lo mismo con otro salvaje bien semejante a Hauer. Y es que igual Verhoeven no le considera tan salvaje: permite hasta en dos ocasiones que un arcoíris comparta plano con Rutger, primero cuando la revelación del Santo en el exilio de su tropa y después ya en el castillo cuando él mismo pasa a ser un Santo a través de un efecto de perspectiva que le pone alrededor de la cabeza la movida esa que llevan los Santos en la cabeza que no sé cómo se llama. Y, además, narra una relación homosexual tan pero que tan sutil entre dos de los mercenarios que es que ni te enteras. Puto Dios Verhoeven.
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La definición moderna del metro cumple 127 años
El 28 de septiembre se cumplieron 127 años de que la Primera Conferencia General de Pesos y Medidas, que sirvió para definir el metro como la distancia entre dos líneas en una barra de platino e iridio, si bien anteriormente, en la Revolución francesa de 1789, ya se nombraron Comisiones de Científicos para uniformar los pesos y medidas, entre ellos está la longitud.
Estas barras que definen el metro fueron depositados en cofres situados en los subterráneos del pabellón de Breteuil en Sèvres, Oficina de Pesos y Medidas, en las afueras de París. Sin embargo, afortunadamente, ya no dependemos de una barra para definir algo tan importante para todos.
Pasado y futuro
El 19 de marzo de 1791, la Academia de Ciencias de París propuso la adopción de un patrón procedente de la naturaleza: el metro. que sería la diezmillonésima parte del cuadrante de un meridiano terrestre. Ante la imposibilidad de medir todo un cuarto de meridiano desde el polo Norte al Ecuador, la solución era medir un trozo y calcular matemáticamente el valor del total. El arco de meridiano escogido en la propuesta de la academia fue el comprendido entre Dunkerque y Barcelona.
Más tarde llegó la varilla de platino que antaño definió el metro estándar.
Pero actualmente, el metro se define como 1.650.763,73 longitudes de onda de luz roja-anaranjada emitida por un átomo de criptón-86. Una medida mucho más ininteligible y abstracta, pero sin duda más precisa y reproducible en cualquier lugar del mundo. Así pues, un metro es ahora la distancia que recorre cualquier luz en el vacío en 1/299.792.458 de segundo.
Con la medida del segundo ha sucedido algo parecido. Ahora un segundo es la duración de 9.192.631.770 oscilaciones de la radiación emitida en la transición entre los dos niveles hiperfinos del estado fundamental del isótopo 133 del átomo de cesio a una temperatura de 0 grados Kelvin.
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La noticia
La definición moderna del metro cumple 127 años
fue publicada originalmente en
Xataka Ciencia
por
Sergio Parra
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Galicia, mundo y aparte (o por qué el PP arrasa)
Fotografía: Cordon Press.
El lunes media Galicia se levantó de resaca, aun sin haber bebido una gota. Con la lengua hecha lija, los oídos pitando, la cabeza a reventar. De todo menos suave había sido la noche: el Partido Popular había goleado por enésima vez en unas elecciones gallegas, eso no era novedad, pero en esta oportunidad no solo se ofrecieron sesudos análisis desde los púlpitos mediáticos, sino que también hubo lapidación gratis en Twitter. O sea, que esa mitad de Galicia —la que no votó al PP—, además de perder, tuvo que comerse el improperio y la conmiseración ajena. Hubo un momento de la noche en que a algún iluminado se le ocurrió el hashtag #prayforgalicia, y no precisamente por los incendios o los trenes. Poco faltó para convocar una fila cero: «Tus amigos tuiteros no te olvidan».
Por resumir, que es lo que está de moda, el mensaje que recibieron fue: «Ya están otra vez los viejos paletos gallegos votando al PP». Quitando los dos epítetos, la sentencia está en lo correcto, pero antes siquiera de empezar a rascar habría que matizar dos cosas: una, que lo ocurrido en Galicia —la victoria repetida y continuada del PP— también sucede en las generales (cierto es, sin mayoría absoluta). Y dos, que no solo hay gaviotas en Galicia: sin dificultad vienen a la mente varias comunidades donde ya puede pasar Atila que ese resultado se repite sin remisión, eso sí, sin que nadie se rasgue las vestiduras por una desgracia provocada por la rústica senectud de sus votantes. ¿Qué pasaría si desde Santiago, por ejemplo, se empiezan a soltar lugares comunes sobre —es un decir— la política madrileña? ¿Qué ocurriría si redujésemos las últimas dos décadas —Gallardón, Aguirre, el tamayazo, Cifuentes— a dos frases sin más? Seguramente a alguien se le encendería la bombillita y diría: «Es que no se puede extrapolar». Pues esa es la base de todo. Y más, permítase, tratándose de Galicia: para no faltar a la puntualidad con el tópico, es un sitio distinto. O, mejor, un mundo aparte que conviene entender sin demora.
El lago azul
Los que tenemos de cuarenta años para abajo no hemos hecho otra cosa que ver ganar elecciones al PP (o predecesores). Y casi siempre por mayoría absoluta. Así que puede levantar la mano el que pensaba que esta vez sería distinto. Como mucho se discutía si serían más de cuarenta escaños o no (la mayoría absoluta son treinta y ocho). Porque esas cuestiones que se supondrían razones suficientes para un giro político (corrupción, precariedad, crisis, en definitiva) no suelen ser decisivas en Galicia: no somos un pueblo que se asuste por cosas que llevamos viendo toda la vida. Si se cambia el Gobierno es porque hay razones verdaderamente traumáticas pero, por lo visto, en Galicia ocurren con la misma frecuencia del cometa Halley.
En período electoral suele importar, más que el estado de la nación, el estado de la oposición. Y esta, aunque parezca increíble después de tanto tiempo calentando banquillo, estaba aún probándose el chándal. A saber: En Marea, una confluencia de partidos y agrupaciones de izquierda autóctonos acompañados, tras muchos vaivenes, por Podemos. Un PSOE penando cuitas internas, con un candidato ocupado, y con razón, en sacar palos de las ruedas. Y un Bloque Nacionalista Galego desplazado por la irrupción de En Marea. No debe de ser casual que la gran triunfadora opositora en la campaña y los debates haya sido precisamente la candidata del BNG, y su triunfo se tradujo en conservar grupo parlamentario a duras penas. Ah, y también estaba Ciudadanos, que en Galicia sigue rimando con marcianos.
Con semejante panorama, el PP se rechupeteaba antes de empezar a jugar, y en la campaña se floreó ante su entregada audiencia. Primero, el eslogan, un simple «En Galicia, sí». Luego, unos spots clásicos de corte navideño, alternado con modernidades como unos carteles con los colores de otros partidos. De postre, el sumun de una campaña: el primer día de la contienda se anunció —después de filtrarse convenientemente— que Alberto Núñez Feijóo, cincuenta y cinco años, iba a tener un hijo. En realidad, su pareja, de cincuenta y un años y ejecutiva de Inditex. En limpio: el candidato presidente da un hijo a Galicia —con la que dice «haberse casado»— y combate la baja natalidad que atenaza su futuro. Y lo hace con una triunfadora en la mayor empresa del país y de Europa. Superen eso.
Tras la campaña, los resultados: cuarenta y un escaños, los mismos que hace cuatro años. Extendido sobre una mesa, el mapa electoral de Galicia es hoy un inmenso lago azul moteado por nueve islotes rojos y uno morado, los únicos ayuntamientos de trescientos catorce que no ganó el PP. Nos dicen los medios que esa es la imagen que resume Galicia. Se repite el dibujo del derecho y del revés, sin contextualizar. Pero no se dice, por ejemplo, que el mapa siempre ha sido igual, incluso en 2005, cuando se quedó en la oposición. Cabría explicar que en las democracias parlamentarias no siempre gobierna el más votado. Pero el mensaje entra por los ojos, el cerebro compra y enseguida sobreviene el insulto, incluso desde dentro (ocurrió con un diputado de En Marea que enseguida se retractó). En un ámbito más doméstico, el discurso que se escucha no dista mucho de esta dramática escala: a) Nos lo merecemos, b) No tenemos remedio, c) Solución napalm. No se asusten, al oído foráneo los comentarios pueden parecerle exagerados, pero en Galicia eso se entiende como retranca, una mezcla de ironía con humor negro que casi siempre conlleva un mensaje de autoodio: nos va en la sangre. Quizás por ahí empiece a entenderse, yendo hacia atrás en el tiempo, qué diablos ocurre en Galicia.
La Galicia que no fue
Los gallegos que no votan al PP rumian, elección tras elección, el «por qué aquí no». Sería como la contraparte del «En Galicia sí» de la campaña del PP, y un capítulo más de La Galicia que no fue, una suerte de Arcadia perdida en algún lugar de la historia. Porque, poniendo el angular, en Galicia (casi) siempre han mandado los mismos: más o menos conservadores más o menos centralistas. Para el imaginario galleguista, todo se remonta a los Reyes Católicos, que resolvieron sus problemillas con parte de la nobleza local (sería, quizás también, la mitad) desplazándola por la castellana, así como centralizando la administración del Reino de Galicia. El cronista aragonés Jerónimo de Zurita lo intituló «doma». El político y escritor gallego Castelao le añadió, ya en el siglo XX, algo más gráfico: la «doma y castración» de Galicia.
Aunque discutido por algunos historiadores, aquel proceso se estudia en Galicia como punto de partida para los séculos escuros, del XVI al XVIII, solo aliviados con el Rexurdimento cultural del siglo XIX, y una sucesión de movimientos políticos (provincialismo, regionalismo, agrarismo) que culminaron, ya al inicio del XX, en el advenimiento del nacionalismo gallego, teorizado por Vicente Risco, que nunca dejó de separar su concepción política de la cultural (la mayoría de políticos eran, de hecho, intelectuales). Cuando parecía que la llama galleguista prendía, con presencia parlamentaria en Madrid durante la II República, La Galicia que no fue volvió a cobrar forma. En 1936 se elaboró el Estatuto de Autonomía, se plebiscitó y se llevó a Cortes para aprobarlo. Con un detalle macabro: era 15 de julio. Tres días después Francisco Franco se alzaba contra la República. Otros cuarenta años de oprobio, otra frase fatal: «A longa noite de pedra». Ojo: en Galicia, sin tejido industrial ni clase obrera, la guerra civil duró semanas; lo que duraron los fusilamientos y represalias a los cuadros republicanos y a los activistas anarquistas y nacionalistas que no consiguieron escapar. El resto, especialmente la clase intelectual y política, huyó al exilio, donde se encontró con la emigración, otro factor fundamental al que pronto llegaremos.
«Galego coma ti»
Imagen cortesía de la Biblioteca de Comunicació i Hemeroteca General de la UAB.
El estatuto a medio aprobar de 1936 le permitió a Galicia cobrar estatus de «nacionalidad histórica» en la Constitución del 78. Dos años después, tras Cataluña y Euskadi (como siempre), se aprobó el estatuto vía referéndum, y luego se celebraron las primeras elecciones. Técnicamente, en ambos ganó la abstención: más de un 70% en el estatuto y un 55% en los comicios. Quizás eso también explique algunas cosas. Menos mal que en aquella época no había casas de apuestas. Porque, ya entonces, las elecciones gallegas se tomaron como termómetro de la política española, al ser las primeras tras el 23-F. Craso error. Contra todo pronóstico, ganó Alianza Popular —germen del PP—, la UCD fue la gran derrotada y el PSOE pasó sin pena ni gloria. Un año después, Felipe González arrasaba y se instalaba en Moncloa para los siguientes catorce años.
El desconcierto gallego, leído en clave de Madrid, no lo era tanto en Galicia: entre la descomposición de los que debían dar estabilidad —UCD— y la emergente fuerza del PSOE, Galicia prefirió la AP de Manuel Fraga, que desde Madrid saludaba radiante en los carteles electorales junto al candidato, Xerardo Fernández-Albor. El nacionalismo de izquierdas entraba en el parlamento, pero los diputados se negaron a jurar la Constitución española y fueron expulsados. Mientras, en Euskadi y Cataluña ya empezaba a gobernar el nacionalismo conservador. No es un detalle menor si queremos trazar un paralelismo que sería evidente en años posteriores: la derecha española era diferente en Galicia. Lo demuestra el demoledor eslogan de campaña: «Galego coma ti» (gallego como tú). Su creador, el expopular Xosé Luís Barreiro, sabía que esa frase contrastaba con la imagen de Fraga en Madrid, decididamente antiautonómico y ubicado en el centralismo más acérrimo. Pero ese acento galleguista —tímido y folclórico— los disparó en las urnas. Y hasta hoy.
En aquellos años no se creó un partido nacionalista moderado de peso, entre otras cosas porque los intelectuales galleguistas prefirieron integrar las filas del PSOE, e incluso de AP, antes que establecer una entidad propia. Y por ahí se quedó libre un espacio que fue hábilmente ocupado por AP, consciente de que había una mayoría conservadora y galleguista, igual que ocurría en Euskadi y Cataluña con el PNV y CIU. Tan lejos, tan cerca. En un alarde de contradicción, el galleguismo lo encarnó el partido más españolista, el más conectado con lo que quedaba del franquismo. Y aún fue más allá, cuando absorbió a la mayoría de un partido que intentó ocupar ese lugar en las elecciones siguientes. Se llamaba Coalición Galega y terminó dividiéndose, para ganancia popular. Tras un corto período de un tripartito de izquierdas y nacionalista, aupado por una moción de censura, se celebraron unas nuevas elecciones que lo cambiaron todo. Era 1989 y desembarcaba en Galicia el León de Vilalba.
Fraga y nada más
Fotografía Cordon Press.
«O presidente para un gran pobo», rezaban los carteles, con Fraga silueteado, mirando hacia la derecha, sobre un bucólico fondo de ría. Así llegaba el exministro franquista, fundador de Alianza Popular y el Partido Popular, que sobrevivió políticamente haciendo en su tierra lo que no consiguió en Madrid: gobernar. En Galicia creó su pequeño país, más bien su land, pues a él le gustaba decir que era una Baviera en ciernes. Si acaso con un pelín menos de desarrollo. En cuanto se acomodó, soltó amarras en el partido en Madrid, dejando a Aznar al frente —«ni hay tutelas ni hay tu tía»— con un pequeño lío con el tesorero del partido, Naseiro. Déjà vu. A seiscientos kilómetros, mientras, el franquista se volvió galleguista, y como no podía ser de otra manera, quiso ser el número uno: reconoció el derecho de Galicia a ser libre, con su teoría —convertida en libro— de la «administración única». En ella abogaba, en un federalismo sui generis, por un autogobierno hasta el límite «para permitir la autoidentificación de la realidad histórica social y cultural». O sea, solo un paso antes que la autodeterminación. Lo diremos de nuevo: Fraga, se lo creyese o no, pedía por escrito más autogobierno de Galicia. Y con ello ganó elecciones hasta aburrirse.
En aquel 1989 ganó la absoluta por los pelos y con reticencias, con la inestimable ayuda del voto emigrante, por entonces poco o nada fiscalizado (ahí quedó, en el limbo, la historia de las sacas llegadas de Venezuela, vencido el plazo de recuento). En el 93 superó en cinco escaños la mayoría absoluta. Y en el 97 y el 2001 ya no bajó del 50% de los votos. En esos años se dio el primer sorpasso en la izquierda, al convertirse Bloque Nacionalista Galego en segunda fuerza. Ahí va otro toque diferenciador: con el voto al BNG, uno de cada cuatro gallegos pedía la autodeterminación, la independencia o incluso una república socialista independiente, según qué fracción del frente se tuviese en cuenta. El Bloque aglutinaba a todo el abanico ideológico nacionalista de izquierdas, de la socialdemocracia al marxismo, con organización bastante especial: en su comité nacional mandaba la UPG, autoidentificado como partido comunista gallego de liberación nacional, pero su portavoz y cara visible era Xosé Manuel Beiras, un intelectual más moderado, que sin embargo protagonizó encendidos debates con Fraga. El presidente de la Xunta cargaba las tintas contra la formación en cuanto podía. Se cuenta cómo en cierta ocasión en A Coruña tuvo un acceso de ira cuando desde el coche vio una pintada reivindicativa del independentismo a la izquierda del Bloque, que decía: «Galicia y Nagorno Karabaj, la misma lucha». Sus votantes le daban la razón, como si la hermandad caucásica formase parte del programa del BNG.
Fotografía: Merixo (CC).
La izquierda galleguista, sin embargo, cobró más fuerza en la calle en 2002, el año del Prestige. La gestión del naufragio limó parte del voto al PP, aunque eso no se tradujo en un trasvase excesivo de votos en las elecciones municipales del año siguiente. Paradigmático fue el caso de Muxía, zona cero del desastre, y otros pueblos de la damnificada Costa da Morte, donde el PP repitió victoria sin resentirse en votos. El secreto estaba en el talonario: se repartieron indemnizaciones a diestro y siniestro, muchas en campaña electoral e incluso, como ocurrió en algunos concellos, se aprovechó para saldar cuentas pasadas de otro naufragio, el del Aegean Sea. La lluvia de millones del cacareado Plan Galicia no evitaron, sin embargo, el castigo en las urnas en las generales de 2004 y sobre todo en las gallegas de 2005. Definamos castigo: arrebatarle la mayoría absoluta al PP. Como decíamos arriba, solo ha ocurrido en circunstancias muy especiales. Y estas, con Fraga debilitado —ochenta y dos años— y el partido resquebrajado, lo eran.
Boinas vs. birretes
En Galicia la distancia entre la ciudad y el campo no se mide solo en kilómetros. Quedó demostrado en la lucha del poder en el PP de aquella época, acorde a la complejidad del partido. Aunque se tiñó de guerra de sucesión, en realidad fue una señal de los tiempos: a la siempre olvidada Galicia empezaban a llegar las autovías y algún que otro tramo de tren rápido, además de tres aeropuertos. Y a esa Galicia le correspondía, a juicio de Génova 13, una clase dirigente moderna, que el PP identificaba con cuadros muy diferentes a los que durante años habían mantenido el fuego vivo en las provincias del interior, Lugo y Ourense. Hasta entonces el PP (de Galicia, como se empeñaban ellos en diferenciar), había crecido y, sobre todo, se había mantenido gracias a Xosé Cuíña, José Luis Baltar y Francisco Cacharro, hombres fuertes de Pontevedra, Ourense y Lugo, que hacían política a la vieja usanza, exprimiendo el poder local hasta el límite, llegando a la última casa de la última aldea para ofrecer su ayuda a cambio, claro está, del voto.
En Galicia hay un gobierno, cuatro diputaciones y trescientos catorce ayuntamientos. Pero para entender los mecanismos de poder hay que coger el microscopio: primero está la aldea, luego el lugar, luego la parroquia y al final, solo al final, el concello. Qué lejos queda Santiago, cuánto más Madrid. Para entenderlo mejor, otro dato: en Galicia se ubican más de la mitad de los núcleos de población de toda España. De ahí se explica un localismo por veces feroz —pueblos vecinos rivales que en Galicia se tocan puerta con puerta—. Y ahí, en esa dispersión, quien maneja la llegada a cada nervio de cada rama del árbol, gana. No hace falta decir qué partido lo supo hacer mejor.
Hace un siglo, con el rural mucho más poblado, se confiaba en aquel que conseguía interceder ante las estructuras superiores para conseguir un beneficio para el pueblo. Ah, el caciquismo. Ni siquiera la tragedia franquista alteró apenas en lo micro la verdadera dinámica política de Galicia. Hoy se mantiene a pesar (o precisamente) por el despoblamiento de una sociedad que no ha avanzado en sus engranajes al mismo ritmo que el asfalto. El fenómeno del clientelismo político —caciquismo— no es nuevo ni es patrimonio gallego, pero aquí se ha redondeado una versión autóctona que le ha dado pingües beneficios políticos al partido en el poder.
En el caso de Baltar, por ejemplo, él nunca ha negado eso de ser cacique, pero, eso sí, «un cacique bueno». En Lugo ocurría algo parecido con Cacharro, si bien el corte del personaje era diferente. Y asimismo con Cuíña en el interior de Pontevedra, o fillo do muiñeiro que reinvidicaba el galleguismo del PP (de G) «al límite de la autodeterminación» y que cerraba los mítines con un verso de Ramón Cabanillas: «Galicia, Nai e Señora». Ante estos barones, aquellos otros políticos profesionales de corte moderno, estudiados y castellanohablantes, que habían pasado en algún momento por Madrid y que aspiraban a hacer buena letra para volver. No es de extrañar que hubiese encontronazos entre las boinas —los primeros— y los birretes —los segundos—, escenificados, por ejemplo, en el congreso en 1997, en el que Cuíña, entonces delfín de Fraga, mandó al poleiro, el gallinero, al ministro Mariano Rajoy y a Romay Beccaría. El segundo, en la sombra, tejió apoyos en Madrid y Santiago para ejercer como contrapeso a las boinas. Lo consiguió a partir de 2003, cuando después de caer Cuíña en desgracia, —precisamente por derivaciones del Prestige— pudo imponer a uno de sus pupilos, justo a tiempo, cuando se acercaba el ocaso de Fraga. Se llamaba Alberto Núñez Feijóo.
El poder de la Galicia exterior
Fraga y Fidel sin embargo, 2012. Imagen: Bambú Producciones.
Cómo será Galicia de singular que su bandera e himno se utilizaron por primera vez a miles de kilómetros, en América. Cómo será de singular que, estando en Europa, el desafío no es tanto integrar a los que vienen de fuera (son pocos y no hay noticias de veleidades xenófobas), sino lidiar con el legado de los muchos que se fueron. La emigración es un hecho diferenciador de Galicia y ha condicionado su devenir. Quien lo vio rapidito, cómo no, fue Fraga: él mismo emigró de niño a Cuba y eso le sirvió, en un alarde de timing político, para irse a La Habana un buen día de 1991, ponerse la guayabera y abrazar al jefe de Estado cubano, un señor de barba al que reconoció, antes que nada, como gallego. A Fidel Castro, que le dispensó tratamiento de jefe de Estado, le hizo una queimada en la noche tropical y lo invitó a visitar Láncara, el pueblo de su padre, en Lugo. Al año siguiente, después de la consiguiente visita a la aldea, se fueron a jugar al dominó y degustar un orujo. Petardearon los flashes para una foto a la que no le hacía falta pie: para el paisano que vio la imagen —en todos los periódicos, en la omnipresente Televisión de Galicia— aquellos dos eran solo dos viejos gallegos, quíteme allá esas ideologías.
Todo gallego tiene un pariente en la emigración y por eso la pregunta —más bien el lamento— siempre vuelve: por qué no se ha capitalizado, por qué no tiene la fuerza de lobby que tienen otros pueblos cuya diáspora, como la gallega, ayudaron a construir América: italianos, judíos, armenios, libaneses. La explicación puede estar en la recreación de otra estructura sociopolítica en Galicia, un localismo de ultramar. En cierto modo, provocado por lo mismo que les permitió marcharse. Sostienen varios historiadores, con toda lógica, que en el minifundismo se encuentra una de las explicaciones de la emigración. Al contrario que otros pueblos agrarios de jornaleros y latifundistas, en Galicia todo el mundo era propietario de un trocito de tierra. Y, si hacía falta, se vendía para salir pitando en el primer barco.
Solo en Buenos Aires, hasta hace no mucho la ciudad más grande de Galicia, existen no uno, dos ni cinco, sino más de cuarenta centros gallegos. Cada uno con nombres ya no de ayuntamientos o comarcas, sino incluso de parroquias, hoy con casi toda su población desperdigada por la Quinta Provincia. En 1985 a toda esa gente se le dio el derecho de votar por su circunscripción de origen (incluso a fallecidos a los que llegaba la documentación electoral, hasta que se depuró el censo). Cuando se sumaron todos los censados gallegos en el exterior, una luz se encendió en los partidos: conforman cerca del 15%. Y allí acudieron raudos por tanto a buscar el voto.
Hasta la reforma del voto en 2011, bastaba con fotocopiar el pasaporte, meter la papeleta en un sobre que llegaba a casa y enviarla por correo. Rápido se propagaron las suspicacias de quién votaba a quién, especialmente cuando se verificaba un excesivo número de votantes centenarios, por ejemplo. Ante los aplastantes resultados a favor del PP, la oposición reclamó el voto en urna, para que tuviera más fiscalización. Las acusaciones de pucherazo, sin embargo, se combinaban con mítines multitudinarios, también de la oposición, en los grandes centros migratorios gallegos: Buenos Aires, Montevideo, Caracas. En los años del fraguismo y su continuación las campañas se volvieron mucho más animadas que en Galicia: había pegada de carteles, cruce de acusaciones entre las delegaciones locales y piques a ver quién llenaba más los centros gallegos, no siempre con prácticas exquisitas («habrá cena gratis después del acto»). Algunos aseguran haber visto fotocopiadoras echando humo. A los que nos tocó cubrir durante años aquellos actos no se nos borra de la cabeza el fervor de las señoras que se echaban encima del candidato de turno. Durante mucho tiempo se llamó Fraga. Después el viento roló: el PSOE puso dinero en nuevas sedes y avivó un bipartidismo que no existía en la Galicia interior, también porque en la diáspora el nacionalismo siempre fue más activo en militancia que en resultados.
La emigración es conservadora en sentido estricto: vota mayoritariamente a quien esté en el poder en Madrid, lo que también habla de los flujos de información. Los hilos culturales y mediáticos entre la Galicia interior y la exterior no se trabajan, folclorismos al margen. Y eso le ha supuesto, incluso, disgustos al propio Feijóo, que perdió en el exterior en sus primeras elecciones, porque el PSOE gobernaba en Madrid y en Santiago, y no tocaba PP, según las cuentas. Hoy el censo de «residentes ausentes», esa gran expresión, sigue creciendo —se suman segundas y terceras generaciones— pero ya no es lo que era. Desde la reforma de 2011 el voto es rogado, o sea, hay que solicitar el voto siguiendo un proceso de varios pasos en el consulado, por lo que automáticamente la participación se ha vuelto marginal, para escarnio de los emigrantes de la última oleada. Ahora ocurre lo contrario. Incluso se ha dado el caso de que las papeletas no lleguen a pesar de haber rogado el voto en tiempo y forma. Lo atestigua el que escribe estas líneas desde Río de Janeiro, por cierto otro planeta de la Galicia exterior.
La lengua como arma arrojadiza
Emilio Perez Tourino y Anxo Quintana. Fotografía: Cordon Press.
Mitos al margen, la identidad gallega se cohesiona principalmente alrededor de la cultura y especialmente la lengua, reivindicada como arma para supervivencia del pueblo. No quiere decir esto que solo los nacionalistas hablen gallego y los no nacionalistas solo castellano. De hecho, a pesar de la reducción sufrida en las últimos décadas, sigue siendo el idioma vehicular de más de la mitad de la población, principalmente en el rural, lo que nos viene a traer algo lógico: la mayoría de los votantes del PP son galegofalantes de cuna. Sucede al contrario en las ciudades, donde el nacionalismo y los partidos de izquierda tienen mayor predicamento, pero donde el castellano manda. Los jóvenes urbanos que hablan gallego lo han incorporado aprendiéndolo a lo largo de su vida: son los neofalantes. En las ciudades gallegas se dan circunstancias curiosas. Puede ocurrir que en un bar frecuentado por simpatizantes de la izquierda nacionalista se vean grupos de amigos hablando castellano entre ellos, pero dirigiéndose en gallego a sus hijos, exactamente lo contrario a lo que sucedió durante décadas, en las que la migración interior llenó los ensanches de las ciudades de matrimonios de aldea —galegofalantes— que fueron teniendo hijos a los que hablaban castellano.
Todo esto viene al caso, precisamente, porque en Galicia se vive una diglosia rampante, y aunque la lengua autóctona conviva pacíficamente con el castellano puertas adentro, su uso se ha visto reducido a depende qué ámbitos. Y a pesar de eso, el gallego ha sido usada como arma política… por el PP. Ocurrió especialmente desde 2009, en el estreno de Feijóo. En su campaña, el popular insufló el temor al votante urbano de que el Gobierno bipartito, en el poder desde 2005, quería poco menos que prohibir el castellano. Cabe recordar que la ley de normalización lingüística se aprobó en épocas de Alianza Popular porque se estimaba que el idioma era un patrimonio demasiado valioso como para no cuidarlo ante otra lengua dominante. Pero el mensaje de Feijóo caló: el PP cosechó un espectacular resultado en las ciudades.
No fue capital, pero abultó el resultado tras una campaña mucho más virulenta de lo habitual, en la que Feijóo denunciaba el «despilfarro» de los coches oficiales o los muebles del despacho del presidente, Emilio Pérez Touriño. Cámbieme unos audis que pongo unos citroën y asunto solucionado. Y arrasó. Habían pasado cuatro años, es cierto, en los que el bipartito no había tenido una convivencia pacífica. Los desencuentros le dieron gasolina al PP para apelar a un mensaje que se repite hasta hoy: con nosotros, estabilidad. Con ellos, el caos.
Conclusión: mayoría absoluta.
Para rematar, algunos medios le echaron el cable que le faltaba. El mayor periódico de Galicia publicó, poco antes de las elecciones, una foto del vicepresidente, Anxo Quintana, del BNG, en un yate con un constructor que había sido uno de los adjudicatarios del concurso eólico de la Xunta. Feijóo salió enseguida a pedir explicaciones y pidió la dimisión de Quintana, por «mezclar la política con los negocios». Quién le iba a decir lo que se destaparía años después en otras fotografías de yates.
El transformer
Captura de la portada de El País.
Teníamos entonces a un joven veterano político de cuarenta y siete años que creció al amparo de Romay Beccaría y que se presentaba como representante del nuevo PP urbano, pese a haber nacido en un pequeño pueblo del centro de Galicia. Primero en la consellería de Sanidad, como secretario general de su jefe y mentor, Romay Beccaría, y luego, en Madrid, en el Insalud y en Correos. Estaba listo para la vuelta a Galicia, con un espíritu renovador que nada tenía que ver con la vieja política del PP gallego, o así lo presentaban. Ocho años después, Feijóo festeja su tercera mayoría absoluta, pero su imagen es otra: al birrete le ha limado las puntas y le ha puesto un rabito encima, tanto que parece una boina, en un eterno retorno siempre ganador, aunque existan escándalos de corrupción flagrantes que, como se ha visto, poco importan al fiel electorado. El Feijóo de aldea es la última jugada de una campaña, la de 2016, más personal que electoral, y no solo por el bebé. Dicen, analizan, sentencian —eso da para otro texto— que ya está todo preparado para que dé el salto a Madrid. Pero tiene alguna cuenta pendiente.
Al presidente gallego le persigue desde hace años la archifamosa foto de la cremita en el yate del contrabandista y narcotraficante Marcial Dorado, cuya amistad cultivó mientras él era número dos de Sanidad en Galicia, en los noventa. Las redes poselectorales se incendiaron (de tanto fuego, más que redes parecen la sede del PSOE) también por eso. ¿Cómo era posible que, además de todo, los gallegos votasen al amigo de un narco?
Y entonces hacemos como acto de contrición una recopilación de anomalías con las que crecimos: en Galicia se acodaba uno en la barra y pedía las copas de ron Cacique aplicándole el apellido del político de turno, se acompañaban con Winston de batea y se veían en televisión, entre chistes, las operaciones policiales en las que se detenían a señores de camisa raída y cara triste entre cajas de tabaco primero, fardos bien apiladitos después. Y se miraba para otro lado, incluso cuando se sabía que la clase política estaba relacionada con todo aquello y se iba de rositas. Decían algunos, formaba parte de nuestro folclore. No es lícito, pero son nuestros. Y así pasan los años y las décadas. Con diálogos inefables como este, escuchado en pleno Buenos Aires, entre gallegos llegados medio siglo atrás desde la misma aldea. Al encontrarse en una fiesta le decía uno al otro:
—E ti, a quen vas votar?
—Eu? Aos nosos. E ti?
—Tamén.
Más claro que el agua del Miño.
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El dichoso anuncio de Amarna Miller
En internet, lo que importa es que hablen de ti.
David Bisbal, el cantante, tiene más de ocho millones de followers en twitter. Cuando Bisbal — o su manager, o quien sea— se pone a negociar cuánto cobran por dar publicidad a algo en su cuenta ¿alguien se pregunta cuántos de esos ocho millones le siguen para saber sus últimas novedades y cuántos para ver cuál es la próxima tontería que dice? A nadie le importa. En todo caso importan cuántas cuentas falsas le siguen, pero si hay una persona detras de un follow, da igual la razón para hacerlo. Lo que cuenta es que hay una persona más, más número de followers y eso quiere decir, entre otras cosas, que se puede cobrar más por la publicidad. Lo mismo en prensa por internet, cuentas de instagram y likes en facebook. Lo que importa es hacer mucho ruido, da exactamente igual que suene desafinado.
Eso lo ha conseguido maravillosamente el anuncio del Salón Erótico de Barcelona protagonizado por Amarna Miller. Todo el mundo sale ganando: La productora un anuncio con mucha visibilidad, Amarna Miller gana en protagonismo, Apricots consigue desaparecer detrás de tantos nombres y el Salón Erótico pasa a ser algo de lo que habla todo el mundo tomando cañas o en twitter… que para eso es la publicidad. Hay algo muchísimo peor a que hablen bien o mal de ti: La indiferencia. Y eso es lo que ha conseguido el vídeo del SEB: Muchísima gente ha sentido que se tenía que posicionar a favor o en contra. Poca gente se mantiene indiferente. Todo un éxito. Cuanto más se habla de él, más gente siente la necesidad de verlo para poder opinar (¿recordáis esa frase con “50 sombras de Grey”?) y al final es eso lo que la productora del vídeo, Vimema, tiene en cuenta. Esta es una captura de su página de Facebook.
Lo primero que se le critica al vídeo es el tono de denuncia. Curioso, porque se parece como una gota de agua al vídeo del año pasado por la misma productora y no hizo ni la mitad de ruido. Lo de la publicidad con aires de denuncia es un estilo muy muy usado desde 2011 cuando Movistar imitó las asambleas del 15M para anunciar que los SMS eran gratuitos. Pero antes de esos, ha habido y seguirá habiendo siempre una cantidad inmensa de anuncios nos han dicho que seamos rebeldes… desde los 70, los 80 ¿cuántas veces nos han dicho que vayamos contracorriente?¿Cuántas veces se han usado lemas que eran usados como protesta? Este es uno más en la lista.
Pero por si no fuera suficiente eso, por si no era suficiente que anunciase un salón erótico, por si no era suficiente que el patrocinador sea Apricots, usan algo que siempre funciona y por partida doble: Mezclar 20 temas y, a la vez, atacar a un montón de colectivos. Por un lado, cita temas polémicos (es decir, que no son blanco o negro, que es imposible que todo el mundo esté de acuerdo, que son una cuestión moral, y como tal, dependen de los principios morales de cada cual) como porno, prostitución y abolicionismo, hipocresía, tolerancia, protesta y activismo, laicismo (aconfesionalidad más bien) y hablar de “un país asquerosamente hipócrita”. Así, en las mil conversaciones en internet sobre el vídeo, se tratan a la vez todos esos temas y algunos más derivados de que su protagonista sea Amarna Miller. Tratándolos todos a la vez no es raro que se líe la que se lía, que todo el mundo se caliente y que no se llegue a ninguna conclusión. Pero es que para eso se crean las polémicas…
El dichoso vídeo
Por si eso fuera poco mezclar todos esos temas se habla (de pasada) de antiabortistas, y ya no de pasada, de toreros, política corrupta y sus votantes, rescates bancarios y desahucios, imaginería católica y medallas a las vírgenes, no respetar los derechos humanos de inmigrantes, curas peligrosos… Así consigues que si no se siente agredido un colectivo, lo esté otro. Y como la atención está tan dirigida por los medios y redes sociales, y funcionan como funcionan, tienes incendio asegurado. Es muy fácil incendiar en internet, todo consiste en borrar los grises y decir que sólo se puede elegir entre blanco o negro. O con otras palabras, en eso consiste polarizar. Por eso, por ejemplo, consigue tanta atención las estupideces de Trump pero nadie tiene la paciencia de ponerse a estudiar las propuestas de Hillary Clinton. Por eso los incendios en twitter y facebook. Estamos viviendo todos los días lo que antes pasaba de cuando en cuando: Las “flame wars”. Guerras INTERMINABLES en internet que terminaban con la gente yéndose de foros, atacándose con toda la agresividad del mundo o siendo lo más hirientes posibles. Y hay una regla en esas “flame wars” que se sigue cumpliendo: Quien se calla da impresión de que ha perdido. Y entonces todo el mundo siente la necesidad de decir la última palabra… y así se eternizan esos debates, hasta que aparece el siguiente debate y de repente parece que nunca existió.
Amarna Miller
Hay algo que influye mucho en las reacciones hacia el vídeo y son las filias y fobias hacia Amarna. Lo mío bien es sabido que son filias de siempre. No por jovencita actriz porno, sino por amiga desde hace bastante, por meterse en tantos charcos, por atreverse a denunciar en el porno cosas que NINGUNA actriz se atreve, como hablar de Mindgeek, por colaborar en temas de maltrato ¿Podría Amarna hacer mejor las cosas? Pues claro que sí, como cada cual en nuestro trabajo. Pero cada vez que se le pide colaborar en algo, se lanza de cabeza y, dentro de sus luchas, se pelea en unas cuantas todos los días con un nivel de exposición inmenso. Gustará más o menos, pero antes de ella ninguna actriz porno se había atrevido a ponerse tan a la vista. Es normal que apareciendo como protagonista del anuncio le caigan a ella todas las patadas que en realidad irían a los culos de Apricots, de los gobiernos y la legislación que aprueban, de tantas cosas que no nos gustan. Pero yo no espero ni que Amarna vaya a solucionar todos esos problemas, ni que un anuncio vaya a cambiar el mundo.
Lo que reconozco a quien está detrás del vídeo es —si no está copiada de ninguna parte— la brillantez para resumir TAN BIEN la aprobación de la corrupción de las urnas con la imagen de una mujer votando con billetes que entran en la urna y caen en las manos de otra mujer, respresentando a una política (yo hubiera puesto un hombre, eso sí) recibiendo en el suelo ese dinero en sus manos. Esa idea me ha parecido gloriosa.
'Splendor' Update Adds Online Multiplayer
We really liked the digital adaptation of the famous board game Splendor [$6.99] when it originally came out, although we did note the lack of online multiplayer as a factor that took away some of the port's shine. That is not an issue anymore, though, since the latest update has finally added online multiplayer, and it comes with plenty of features. The online multiplayer part is cross-platform (you'll need a Days of Wonder account to log in and play) and includes both ranked and unranked games from 2-4 players. You can even make private games by adding a password to your game.
Splendor also has a Karma system, which is the developer's way to discourage people leaving midway through the game. If you drop out of a game, you lose Karma, and that matters because when you create a multiplayer game, you can choose to only accept players over a specific Karma threshold. Cool idea and not one you usually see in digital ports of board games. The update is live now, so go play online.