Estrenamos año en nuestro club de lectura, con sede en
la Biblioteca Reina Sofía, para comentar una de las novelas que ha cosechado
más éxito en los últimos años Mil soles
espléndidos, de Khaled Hosseini (Editorial
Salamandra, 2007).
El encargado de elegir y glosar esta
novela fue Daniel Moríñigo, profesor de Ingeniería Eléctrica de la Universidad
de Valladolid, gran lector y persona implicada en diversas ONGs que tienen estrecha
relación con el tema principal de la novela.
Con todo y por encima de las diferentes
posturas ante la terrible situación para las mujeres en determinados contextos
culturales, Daniel Moríñigo nos ofreció una magnífica reflexión con motivo de
la obra, cuya versión escrita nos ha dejado generosamente para este comentario.
Son suyas, pues, en resumen, las palabras que incluimos a continuación:
Quería comenzar mi presentación con tres
citas:
Aleksander Solzhenitsyn escribió en el prólogo
de una de las ediciones de su obra Archipiélago
Gulag: “Si fuera posible para cualquier nación comprender la amarga
experiencia de otro pueblo a través de un libro, cuánto más fácil sería su
destino futuro y cuántas calamidades y errores podría evitar. Pero es muy difícil.
Siempre existe esta creencia falaz:
"Aquí no sería
lo mismo; aquí esas cosas son imposibles”.
Azar Nafisi, académica y escritora iraní, en
su última obra recientemente publicada Leer peligrosamente. El poder subversivo de la literatura en tiempos revueltos,
hace un repaso personal sobre los últimos acontecimientos en su país natal y
EE.UU. donde se encuentra exiliada. Ella defiende con pasión el poder de la
ficción para entender y comprender el mundo, para intentar cambiarlo y
cambiamos a nosotros mismos: “La ficción despierta nuestra curiosidad, y
es esta curiosidad, esta inquietud, este deseo de saber lo que hace que tanto
la escritura como la lectura sean tan peligrosas”.
Por último, Ayaan Hirsi Ali, activista por los
derechos humanos, de origen somalí y ahora afincada en EE.UU., comienza su
última obra Presa. La inmigración, el Islam y la erosión
de los derechos de la mujer con la siguiente y contundente sentencia:
“Este libro contiene material sensible. Leerlo debería hacerte reaccionar”.
Khaled Hosseini, autor de Mil soles espléndidos, es afgano y también es un exiliado. Vive en EE.UU.
y es médico de formación. Hasta la fecha ha publicado cuatro obras. La primera,
Cometas en el cielo, le lanzó a la fama
(también se publicó en formato de novela gráfica y se llevó al cine). Su
segunda obra, Mil soles espléndidos,
es la que comentamos hoy. Creo que Khaled Hosseini coincidiría con Azar Nafisi
y Ayaan Hirsi Ali en el poder de la ficción para hacernos comprender el mundo actual
y reaccionar antes los problemas del mismo. Desafortunadamente, los últimos acontecimientos en
Afganistán entristecerían a Solzhenitsyn y demuestran que los humanos no aprendemos
de la historia o, en este caso, de los libros que nos relatan la historia, y
repetimos indefinidamente los mismos errores y tragedias.
En Mil
soles espléndidos hay muchos personajes. Uno de ellos es el propio país, Afganistán. Khaled nos muestra
que en este país no solo hay zonas
áridas y tribales, como se ve en las noticias y las películas. Hay
valles fértiles, montañas y ciudades. También que es un país multi-étnico y multilingüe. En su
territorio conviven diferentes etnias como los pastunes, los tayikos y los
uzbekos. Se hablan diferentes lenguas, siendo el idioma persa el más extendido
seguido del pastún. Todo esto queda
reflejado en el libro,
que fue escrito en inglés,
aunque de forma intencionada Khaled incluye palabras
nativas, principalmente en
persa. La novela también nos muestra la historia reciente del país y cómo han sido tratadas
las mujeres por las diferentes formas de gobierno, desde los últimos años de la monarquía, su
derrocamiento, la invasión soviética, las luchas intestinas de los grupos
muyahidines y la llegada de los talibanes. Durante toda la obra queda claro la
misoginia cultural de la sociedad afgana, que se percibe en los matrimonios
concertados, en el matrimonio de las niñas, en la educación de las mismas y
otros aspectos. El autor refleja, además, diferencias entre los afganos de
Herat, de habla persa, y los afganos de habla
pastún procedentes de las zonas
fronterizas con Pakistán. Mariam procede de
Herat y su marido, Rashid, es de la zona de Kandahar, próxima a Pakistán. Los
primeros, como los iraníes, son amantes de la poesía y de los poetas. Los
segundos proceden de zonas tribales
compartidas con Pakistán, donde nació la
ideología talibán y donde los derechos de la mujer son especialmente
pisoteados.
En la primera página de la novela se presenta a tres personajes de la historia. Mariam, que
es una harami, o hija ilegítima. Esto ya es un signo
de la escala de valores
de esa sociedad. El segundo personaje mencionado es Yalil, su padre y la tercera
es Nana, su madre. Yalil, es un hombre débil, que sacrificó a su hija para poder mantener
su estatus social. Nana es una víctima, primero de Yalil, de la sociedad
que la obliga a vivir apartada, y luego de su miedo a quedarse sola y perder a
su hija. Nana describe muy bien desde el principio la misoginia de esa sociedad cuando advierte a Mariam y le pide que aprenda lo siguiente:
“Como la aguja de una brújula apunta siempre al norte, así el dedo acusador de un hombre encuentra siempre a una mujer.
Siempre”. Mariam entonces no es consciente, pero la historia se lo
recordará constantemente. Cuando Mariam sufre
su primer aborto
y observa como caían los copos de nieve recuerda lo que le había
dicho Nana, que los copos
eran el suspiro
de una mujer a la que habían ofendido en algún lugar del mundo.
Todos estos suspiros, según decía Nana, suben al cielo, forman nubes y luego
caen silenciosamente sobre las personas para “recodar cuanto sufren las
mujeres” como ellas, con cuanta resignación soportan tolo lo que las toca sufrir. El resto de la historia
es una constatación de estas afirmaciones de Nana.
Después de la muerte de su
madre, Mariam es entregada en matrimonio a Rashid. La historia de este matrimonio refleja con crudeza el papel que la mujer
tiene en esa sociedad misógina. Rashid considera a la mujer como un objeto con tres
funciones, mantener la casa, satisfacer sus más primitivos o bajos deseos y asegurar
la descendencia, entendiendo
por descendencia los hijos varones. Es un sádico que no tolera la frustración y
que es capaz de la mayor
crueldad posible.
Laila,
la otra mujer protagonista de la historia, es de otra generación y su vida ha
sido totalmente diferente a la de Mariam. Ha ido al colegio, tiene amigas,
Hasina y Giti, un amor, Tariq, y unos padres diferentes, Hakim y Fariba. Sin
embargo, su familia también ha sufrido los avatares de la historia del país. Su
padre, intelectual y educador, es echado de su trabajo como maestro y tiene que contentarse
con trabajar en una fábrica de harinas. Pero sigue educando a su hija, a la que intenta inculcar sus valores, y así le dice cuando
tiene 9 años: “El
matrimonio puede esperar; la educación no”, “puedes llegar a ser lo que tú
quieras”,
“cuando
esta guerra termine, Afganistán te necesitará tanto como a sus hombres, tal vez más incluso. Porque
una sociedad no tiene la menor
posibilidad de éxito si sus mujeres no reciben educación, Laila. Ninguna
posibilidad”. Estas palabras parecen premonitorias. Pero la guerra interna entre las diferentes facciones afganas,
después de haber vencido a los soviéticos, también acaba con la vida de sus
padres y Laila acaba aceptando casarse con Rashid al saber que está embarazada
de Tariq.
Laila
tendrá dos hijos: una niña, Aziza, y un niño, Zalmai y sufrirá la ira y el machismo de
Rashid. Al principio, la relación entre Mariam y Laila es mala, tensa, incluso
violenta. Pero el sufrimiento causado a ambas por Rashid acaba forjando una
unión inquebrantable, en la que, por primera vez, Mariam se siente querida y
amada.
Después de terminar la lectura y conociendo la
situación actual, uno se pregunta cómo podría haberse evitado la historia
trágica de Afganistán y la tragedia personal de las mujeres afganas que sufren
esta misoginia tan cruel, como lo hicieron Mariam y Laila. No tengo la
respuesta, pero me gustaría reaccionar como nos pide Ayaan Hirsi Ali al
principio de su libro. La historia de Khaled y la realidad nos indica que la
educación podría ayudar a evitar estas tragedias. De hecho, en la historia
observamos el efecto de la educación sobre Zalmai. Intuimos que la educación y
el ejemplo de comportamiento que recibe de su padre Rashid podría llegar a
producir en su hijo el mismo comportamiento machista. También intuimos que con
Tariq, su padre adoptivo, el resultado será diferente.
Sabemos lo que pasó en Afganistán los años
posteriores, no reflejados en la novela, y que
culminaron con la desastrosa salida de las tropas occidentales del país, la
caída y el desmoronamiento de un gobierno corrupto, la vuelta de los talibanes y los miles
de refugiados que se ven obligados a abandonar otra vez su tierra.
Me gustaría terminar con tres apuntes:
• La
transcripción de las declaraciones de Marwa, una joven de Kabul que iba a
ingresar en la universidad, la primera en su familia: “Ojalá Dios nunca
hubiera creado a las mujeres. Si vamos a tener tan mala suerte, mejor que no
vivamos. Estamos siendo tratadas peor que los animales. Los animales pueden ir
solos a cualquier parte, pero las chicas no tenemos derecho ni a salir de
casa”.
• “En el
último año y medio, los talibanes han hecho numerosas peticiones irracionales a
las alumnas, como regular su vestimenta, imponerles el hiyab, clases separadas,
ir acompañadas de un mahram [tutor legal masculino], y las estudiantes han
accedido a todas ellas. Todos los profesores impartían las mismas clases dos
veces por semana, una para los hombres y otra para las mujeres. A pesar de
ello, los talibanes han seguido
imponiendo nuevas prohibiciones a las mujeres”, dice Ekleel, profesor de
desarrollo urbano en la Universidad Politécnica de Kabul.
• “Nuestras hermanas tienen talento y merecen un trato mejor. Estas
prohibiciones a la educación tendrán un impacto muy negativo e irreversible en
nuestra sociedad. Por este motivo, nosotros [los hombres afganos] tenemos que
alzar la voz ahora”, añade el estudiante de Nangarhar.