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30 May 08:58

La enfermedad del beso

by - Bella -
12 de mayo
21.24 pm
Año 4013
2000 años desde el descubrimiento de la Enfermedad.
Statford (Chicago)




Desde hace 2000 años, la humanidad vive separada. Las mujeres por un lado, los hombres por otro y sin posibilidad de encontrarse. Todo esto fue impuesto por el Sistema a causa del descubrimiento de la Enfermedad. A nadie le está permitido enamorarse. Porque enamorarse conlleva al acercamiento. Y de ahí a tocarse. Y de tocarse a besar.
Y si besas... mueres.



Eran las 21.24h y vi como los hombres de blanco entraban en casa de Hanna y se la llevaban por la fuerza. De algún modo ella sabía que yo estaba allí, contemplando como la metían en la furgoneta del Sistema para llevarla al Centro de Rehabilitación. ¿Cómo podían pensar siquiera que Hanna pudiera ser capaz de cruzar la Valla? Ella jamás se atrevería a acercarse, a desacatar las normas, a intentar ver a un hombre para luego enamorarse y...morir.
Cuando las soldados se alejaron dejando en penumbras el callejón en el que me encontraba, salí corriendo detrás. Sabía bien como entrar en los garajes del Centro de Rehabilitación, yo era la que reparaba los trastos inútiles a los que ellos llamaban robots de patrulla. Esos estúpidos artefactos que vigilaban día y noche que nadie traspasara la Valla. Suspiré pensando que no era justo que desde hace 2000 años nadie pudiera enamorarse. Nos separaron para que no sufriéramos, para que, si nos enamorábamos no muriéramos de pena por no poder besarnos.
No sé como llegó la Enfermedad del beso a infectar toda la humanidad, pero creo que es la más cruel de las enfermedades de las que he oído hablar.


Accioné el mecanismo de la puerta justo después del cambio de guardia. Tuve tiempo de colarme antes de que el siguiente robot de patrulla apareciera por la esquina y me descubriera. Todo estaba a oscuras y a penas se oía nada aparte de mi respiración.
Busqué la puerta que me llevaría hasta la última planta, donde sabía que llevaban a todas las que tenían que estar en observación. La atravesé y me metí en el ascensor rápidamente, no había vigilantes en las plantas más bajas pero sabía que arriba me encontraría dificultades y así era. Una vez el ascensor se hubo abierto en la última planta, serpenteé hasta una maceta que decoraba una de las esquinas y me oculté detrás. No había casi luz por los pasillos pero sí se oían débiles alaridos de las chicas que tenían allí encerradas, ¿a qué torturas las estarían sometiendo?
Dos soldados charlaban al final del pasillo, al rato salieron por el ascensor y aproveché para buscar la habitación donde tendrían a Hanna. Hanna Massle, Hab. 213.

-¿Hanna?
Todo estaba oscuro. Una lámpara se encendió.
Verla así me dio un vuelco el corazón. Lo que en otro tiempo había sido mi mejor amiga, llena de vitalidad y esplendor, era ahora una figura débil e inmovil. Estaba en un camastro, del que salían dos tubos que le proporcionaban suero y nutrientes vertidos directamente sobre sus venas.
-¿Isla?
Me tambaleé al escucharla tan frágil.
-Dios, ¿qué te están haciendo, Hanna? ¿Qué mierdas son estas? ¿Por qué no has opuesto resistencia?
-Para no acabar ahí.
Señaló una puerta pequeña en una esquina de la habitación. "Rebeldes", se leía en la inscripción. No me hizo falta preguntar qué pasaba si "acababas ahí".
-¿Sospechan que hayas cruzado la Valla? ¿Que te hayas enamorado?
-Y yo me pregunto-ignoró mis cuestiones-¿qué más dará si hubiera sido así? ¿Y si me hubiera enamorado? ¿Y si quisiera besar a alguien y morir?
-...pues que la humanidad se condenaría, Hanna. Imagina que todos nos enamoráramos y nos besáramos. Morirían millones de personas, todo se iría a pique, quedarían... los solterones o los amargados. ¡O los raritos!
Hanna rió, pero luego volvió a ponerse seria.
-Pues eso es cosa de cada uno. Yo creo que no enamorarse es morir mil veces más.
-No puedes morir por algo que no sabes lo que es.
Hanna sacó de debajo de su almohada un libro. Un libro que según nuestro Instituto, forma parte de los libros prohibidos.
-Romeo y Julieta, ¿de dónde lo has...?
-No importa eso, Isla-bramó, negando con la cabeza-lo tengo desde hace tiempo. Esto, es amor. Esto es de lo que nos están privando, ¿entiendes? Y yo, yo ya...

Escuché un ruido y me moví rápidamente detrás de la mesita que estaba junto a la cama. Una soldado entró para ver a Hanna.
-¿Con quién estabas hablando?
-Rezaba.
-Será mejor que lo hagas, rebelde. Mañana te espera un día muy duro. Te quedarás aquí encerrada mientras nosotros abandonamos el Centro, a primera hora, volveremos por ti.

La soldado se marchó tras lo que me pareció una pequeña carcajada. ¿A qué torturas someterían a Hanna? No podía permitirlo. Al imaginármela débil y vulnerable ante esa panda de dictadoras mi cuerpo se revolvió por dentro y el dolor se intensificó en algún punto del pecho.
-...Isla, lárgate tú que puedes.
-Puedo, pero no quiero.
Acaricié su pelo lacio. No era la primera vez que lo hacía y el tacto familiar me calmó un poco en aquella situación tan desesperada. Hanna tenía el pelo corto, por las orejas, y siempre me hacía reir que se lo colocara detrás de las mismas porque le hacía una cara muy cómica. Ella siempre lograba hacerme reír con lo que fuera.
-Nos quieren tener controlados. Les hubiera dado igual que yo, una entre un millar, se enamorara y besara a alguien. Pero quieren infundir miedo, por eso me retienen aquí. No sé qué serán capaces de hacerme, pero no quiero verte mezclada en eso. Moriría si te pasara algo, Isla. Lárgate de aquí.

Una lágrima surcó su rostro, blanco como la nieve. Sus enormes ojos azules brillaban bajo la intensidad de la luz de la lámpara, lo que los hacían más hermosos todavía. Y aún no había encontrado nada que fuera más bonito que el mar de su rostro.
-Te voy a sacar-gruñí-no hay nadie aquí ahora y puedo burlar a esos estúpidos robot patrulla. Yo los reparo, ¿recuerdas?
-No es tan fácil sacarme todo esto, y aunque así fuera, ¿dónde vamos a ir? 
-Algún sitio debe haber... ¿Te acuerdas cuando me dijiste que la Torre Eiffel en realidad era una base secreta para que los que se enamoraran pudieran huir ahí a vivir y besarse y morir si quisieran? Comprobaremos si es cierto. Iremos a París.
-Nos encontrarán...
-Es mejor que quedarse aquí.

Tardé cerca de media hora en desconectar a Hanna de todo lo que la retenía, pero finalmente y con el libro de Romeo y Julieta en las manos pudo seguirme hasta el ascensor de aquella planta. 
Bajamos tan deprisa como nos permitió el infernal aparato y al llegar a los garajes comprobamos que efectivamente nadie se hallaba allí. Estaba todo en completo silencio, como lo estaba cuando entré horas atrás. Pero sabía que al salir los robots de patrulla podrían alertar a la guardia que se encontraba vagando por la ciudad en busca de más rebeldes. Todo consistía en burlarlos a ellos, todo consistía en alcanzar el botón K57 que estaba en su espalda. Nadie, excepto yo, conocía la existencia de ese botón, porque yo misma lo había instalado en todos los robots pertenecientes al Centro de Rehabilitación. Pulsarlo una vez, desactivaría la alarma de todos, que seguirían moviéndose pero su sistema interno quedaría inservible.
-Son cinco, ¿cómo vamos a...?
-Pues poco a poco, no queda otra. Observa...
Tiré una piedra hacia la parte de la izquierda y acudieron a ver de donde provenía el ruido. En cuanto alcancé al último del pelotón, pulsé el botón de su espalda. Uno a uno fui repitiendo el proceso, eran bastante tontos y poca amenaza.
-¡Vamos!

Corrimos por las calles de la ciudad en dirección a casa.
-Cogeremos lo necesario en mi casa.
-¿Y qué vamos a hacer? En el aeropuerto me detendrán...
-Tenemos solo hasta esta noche, tu ficha aún no está actualizada y no te tendrán por una rebelde si sales del país esta misma noche. Si tardamos más tendremos que viajar de otra manera, como fugitivas. Ir ahora al aeropuerto será la manera más fácil de llegar a París.
-¿Y si no es cierta la leyenda de la base secreta?
-Confiaremos en que lo sea.

La luna era la única que nos iluminaba en la huída. Todos los farolillos de las calles estaban apagados, señal inequívoca de que la gente debía permanecer en sus casas. Nos dirigimos al aeropuerto rezando porque hubiera una cancelación de cualquier vuelo a París en el último minuto. 
-No estés nerviosa-le cogí la mano-todo saldrá bien.
Mientras pasábamos el control y entregábamos nuestras fichas, Hanna temblaba. Sabía que no estaría tranquila hasta que llegáramos a París. Ni yo tampoco.
-Señorita, ponga las dos manos sobre los círculos, en la pared-pidió a Hanna la asistenta. Ella obedeció.
En aquel momento nada me causó más terror que una voz en los interfonos diciendo "Rebelde" y resonando por todo el aeropuerto. Inmediatamente reaccioné y cogí a Hanna de la mano para salir corriendo por el pasillo mientras sentía como una patrulla de soldados nos pisaba los talones.
-¡No ha sido muy buena idea!-gritó Hanna para hacerse oír entre los "Rebelde" que hacían eco por todo el pasillo.
-Esto no tendría que estar pasando, tu ficha no puede haberse actualizado tan rápido.
-Pues lo ha hecho-Hanna jadeaba, doblamos una esquina hacia la salida-¿qué plan tienes ahora? Nos persiguen y no tardarán en hacerlo por toda la ciudad.
Mi cerebro iba a mil por hora, quería ponerla a salvo, era mi única prioridad.
-Vamos por ahí, tengo una idea.

Salí por la puerta principal al tiempo que otra patrulla comenzó a perseguirnos por el flanco derecho, se empezaron a oír disparos y tiré de Hanna aún más fuerte. Llegamos justo al punto en el que despistaríamos a toda la horda de soldados que nos seguía, solo un poco más, un poco más...
PLOM. 
Entramos en lo que era una minúscula habitación maloliente que antes había sido un restaurante.
-¿Ves qué bien? Encontré este sitio cuando buscaba piezas para la reparación de esos robots del infierno. Decían que tenía que traer las mías, así que hice una búsqueda exahustiva porque en el Mercado podría vender mi riñón que no me daría para pagarlas. Y este sitio camuflado se me apareció como un milagro, y si bien no me dio piezas, sí que es un magnifico escondi... ¡Hanna!
Mi mejor amiga se había tendido en el suelo con una mano sangrante en el costado.
-Me...me han alcanzado. Menudo plan de huída.
-Bueno, estamos a salvo ¿no?
Aún le quedaban fuerzas para fruncirme el ceño. Yo le dediqué una sonrisa nerviosa.
-Iré a buscar algo para...
Me detuvo.
-No te vayas, por favor.
Señaló al sitio que estaba a su lado, y yo, cada vez más nerviosa, obedecí y lo ocupé.
-Cada vez estás más débil, si tú te... si tú...
Sentí como su pequeña manita se posaba en mi mejilla. Cerré los ojos.
-¿Te acuerdas cuando me dijiste que no se podía morir por algo que no se sabía lo que era? Yo sí lo sé, Isla. Sé lo que es el amor. Por eso muero cada día. Por no poder besarte...
Sentí como mi corazón se paraba de pronto y volvía a latir como si fuera la primera vez.
-Hanna, yo...
-No digas nada. Me he cansado de luchar. Si no puedo tener lo que quiero entonces prefiero que no vayas a buscar nada para curarme esto. Les daré lo que querían desde un principio.
-Igual no pasa nada si dos personas del mismo sexo... en fin, no está demostrado. Ellos nos han enseñado toda la vida a que solo mueren si se enamoran un hombre y una mujer. Que dos mujeres o dos hombres no se enamoran.
-¿Qué intentas decir?
-Que te amo, Hanna.

Sus pupilas se dilataron y brillaron en la noche, como si una pequeña lucecita se hubiera encendido entre ambas. Su rostro estaba peligrosamente cerca del mío, sentía su aliento sobre mis labios y la punta de su nariz, larga aunque achatada, chocaba contra la mía. ¿Y si nos atrevíamos a dar el paso? ¿Y sí...? ¿Qué clase de mundo cruel y agonizante no permitía besarse a dos personas enamoradas?

Yo, que ahora había descubierto mis sentimientos por ella no podía concebir un mundo sin un beso suyo, incluso sin haberlo probado. Pues solo con imaginármelo, tal y como había leído en los libros prohibidos, sabía que sería el mayor placer del mundo. Y si debía morir por un beso suyo, sería una muerte dulce. La mejor de todas.
Supe que estaba dispuesta cuando acarició mis cabellos y enterró sus dedos en ellos. Entreabrió la boca y sentí el roce de sus labios en los míos. No podía aguantar, la presión se hacía insoportable. ¿Qué debíamos hacer? ¿Sucumbir al placer de un beso y morir o amarnos juntas y para siempre, como dos fugitivas? ¿De qué sirve amar a una persona a la que no vas a poder besar jamás? ¿Quién permite esa clase de tortura?

Como por un imán, nuestros labios se juntaron. El movimiento fue tenue al principio, temeroso, transformándose después en un baile de máscaras en el que nuestras lenguas luchaban seguras de la victoria en aquel juego imaginario. No sé si pasaron diez minutos, veinte o una hora entera, pero nos separamos jadeantes mucho tiempo después.
Palpé mis ropas como si no pudiera creérmelo, seguía viva. Quizá no existiera tal enfermedad. O quizá no se daba en humanos del mismo sexo, pero seguía viva.
-¿Hanna?
Cuando clavé mi vista en ella, estaba tumbada en el suelo, inmóvil. El sonido de las sirenas proveniente de las brigadas de soldados que nos buscaban, me ponían cada vez más nerviosa.
Llegué hasta su rostro y palpé su cuello, presionándolo con dos dedos para tomarle el pulso, nada. Busqué su muñeca para hacer lo mismo, ni un latido. Hanna estaba muerta.

Era imposible que hubiera muerto por la Enfermedad, ya que sino yo también lo hubiera hecho. Estaba herida y no me dejó ir a buscar algo para curarla, prefirió confesarme su amor. Prefirió besarme. Qué ironía, pues podría haberse salvado y el beso en sí no la mató. Y a su vez, sí que lo hizo.
23 May 06:53

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