Escena de Interstellar. Imagen: Warner Bros. / Syncopy / Paramount Pictures / Legendary Pictures.
Este artículo contiene SPOILERS de Interstellar.
Cristian Campos: Juan José, tú eres físico de partículas, una disciplina muy próxima a la astrofísica. Es un privilegio poder debatir sobre Interstellar contigo. Me gustaría abrir la charla con una pregunta. Muchas de las críticas de la película dicen que esta es científicamente incorrecta, que no es realista. Pero Kip Thorne, astrofísico y asesor científico del director Christopher Nolan durante el rodaje, dice en su libro The Science of Interstellar que la película cumple dos requisitos. El primero, no incluir nada que viole leyes firmes de la física o nuestro conocimiento actual del universo. El segundo, basar todas sus especulaciones en ciencia real o en ideas que al menos algunos científicos respetables consideren posibles. Es un debate que se repite a lo largo y ancho de internet desde el estreno de la película, que como ya sabes cuenta con tantos partidarios entusiastas como detractores furibundos. ¿Es la ciencia de Interstellar realista? ¿Cuál de los dos bandos tiene razón?
Juan José Gómez Cadenas: Obviamente, la película se toma unas cuantas licencias, pero creo que son licencias aceptables desde el punto de vista científico. Por ejemplo, las ecuaciones relativistas tienen soluciones válidas que contienen agujeros de gusano. Por tanto, es imaginable que una civilización muy avanzada sea capaz de crear o amplificar esos túneles en el espacio-tiempo. Otro ejemplo son los efectos gravitarios —las enormes mareas, la dilación temporal— asociados a la vecindad del agujero negro, que también son correctos. De hecho, como bien mencionas, Kip Thorne ha escrito un libro sobre el tema. Lo primero que yo le recomendaría a cualquiera que quiera opinar sobre la física de Interstellar es que se lo lea.
Así que la respuesta a tu primera pregunta es muy clara. Los conceptos físicos que se manejan en la película se los ha pensado un notable científico y gran divulgador, Kip Thorne, y me parecen todos plausibles. Por supuesto, no tenemos ni idea de qué tecnología usar para abrir o mantener un agujero de gusano, o ni siquiera de si eso es posible, pero las leyes de la física no afirman que sea imposible. Por último, otros muchos detalles de la física en el espacio están también muy cuidados.
Por otra parte, la narrativa ignora algunos hechos científicos «por necesidades de guion». Me explico. El satélite Kepler ha detectado, a día de hoy, del orden de mil planetas confirmados y más de tres mil candidatos. Los resultados de Kepler apuntan a que los sistemas solares son habituales en la galaxia. Si tenemos en cuenta que en la Vía Láctea hay cien mil millones de estrellas, no sería nada extraño que tuviéramos cientos de miles o incluso millones de planetas habitables —Kepler ya ha identificado algún candidato— y posiblemente bastantes de ellos a unos «pocos» años luz, entre veinte y cincuenta. En este contexto, resulta un poco extremo abrir un agujero de gusano para enviar a los protagonistas a visitar tres planetas, de los cuales dos están al lado de un agujero negro… ¡en otra galaxia! Este hecho es, posiblemente, el elemento de la trama que más forzado veo.
C. C.: A mí ese detalle en concreto no me molesta demasiado. Si no me equivoco, con la tecnología actual y a la máxima velocidad posible jamás conseguida en el espacio nos llevaría casi cinco mil años llegar a Proxima Centauri, la estrella más cercana a nuestro sistema solar. Así que ya que el agujero de gusano es imprescindible en la película, enviar a los personajes a veinte o a dos mil años luz de distancia es una decisión de guion relativamente secundaria. Quizá los personajes necesitan ir tan lejos porque es en ese agujero negro donde esa civilización superior ha podido construir el teseracto en el que Cooper aprende a manipular la gravedad. O quizá es ese agujero negro y no cualquier otro el que conecta nuestro universo con el espacio supradimensional en el que habitan esos seres, la mole de la que se habla en la cosmología de branas.
J. J.: Sí, te doy la razón. Desde el punto de vista narrativo, hay varias maneras de justificar la trama, aunque quizás yo habría introducido una escena en la que los científicos de la NASA especularan sobre estos puntos:
Cooper: ¿A otra galaxia? ¿Hacía falta que nos mandaran a otra galaxia, habiendo tantos planetas habitables en esta?
NASA: Puede que «ellos» no hayan creado el agujero de gusano, sino que solo se limitan a mantenerlo abierto. El agujero lleva adonde lleva, lo tomas o lo dejas.
Cooper: ¿Y tenía que llevar al lado de un agujero negro? ¿No había un sitio mejor?
NASA: Quizás la presencia del agujero negro esté relacionada con la del agujero de gusano.
C. C.: Pero volviendo a las críticas. He querido empezar el debate con esa pregunta porque me ha sorprendido la facilidad con la que se pontifica en internet sobre temas que resultan complejos hasta para aquellas personas, como tú, que llevan toda su vida estudiándolos. Se estrena una película como Interstellar y de repente todo Twitter es astrofísico. Después rascas en esas críticas y te das cuenta de que están vacías, de que no hay nada debajo de su superficie. Son valoraciones sin discurso. Como mucho, intuyes que la película no ha gustado y que ante la incapacidad de argumentar el porqué de ese rechazo —porque que puedas escribir no significa que sepas escribir— se ha intentado vestir la crítica diciendo que la película es incoherente desde el punto de vista científico. Pocos de esos textos van más allá de la media estadística del resto de opiniones volcadas en el resto de internet. Que si la película es «estridente», que si «pesada», que si «rimbombante», que si «pomposa», que si «coñazo», que si «presuntuosa», que si una «mamarrachada», que si «pedante» y, mi preferida, que si «sentimental». Son calificativos que aparecen incluso en las reseñas positivas de la película, como si el redactor quisiera defenderse preventivamente de no se sabe bien qué acusación. ¿De la de haberse dejado llevar por sus emociones con una película que busca de forma evidente emocionar al espectador, quizá? Supongo que el modelo emocional correcto en 2014 es una cafetera Magefesa.
Curiosamente, ninguna de esas críticas supuestamente científicas hace hincapié en la especulación más aventurada de la película: la de que una plaga podría exterminar la práctica totalidad de los cultivos del planeta y convertir la atmósfera en irrespirable. Todos los biólogos consultados por Kip Thorne coincidieron en que esa es una posibilidad extraordinariamente remota. Pero como la de que la humanidad puede estar condenada por sus pecados ecológicos es una idea políticamente correcta que coincide con los prejuicios de muchas personas, nadie repara en ella y se da por perfectamente válida.
Escena de Interstellar. Imagen: Warner Bros. / Syncopy / Paramount Pictures / Legendary Pictures.
J. J.: Coincido contigo en varios aspectos.
El primero es la facilidad con que se descalifica hoy en día —en internet sobre todo, pero no solo en internet—, recurriendo al epíteto, o directamente al ataque ad hominem, sin molestarse en argumentar qué es exactamente lo que nos disgusta o nos maravilla de la película, libro u obra de arte en general. No es nada infrecuente que a una misma película, ya que estamos hablando de cine, se la tache de «sublime» en una crítica y de «bodrio» en la siguiente sin que en ninguna de las dos se explique en qué se sustentan los calificativos.
También me ha llamado bastante la atención lo rápidamente que la gente se pone a opinar del fundamento científico de la película, a menudo citando opiniones que han leído en fuentes secundarias. Se agradecería que todos estos opinadores leyeran antes el libro de Kip Thorne y luego explicaran exactamente en qué no están de acuerdo.
En cuanto a hipótesis aventuradas. Creo que la posibilidad de que algún día se pueda manipular un agujero de gusano es, con diferencia, la mayor especulación. Tanto es así que algunos autores de ciencia ficción entre los que me incluyo consideramos que el uso del agujero de gusano —WH en lo sucesivo— es un truco un poco sucio. Me explico: una civilización capaz de abrir un WH realmente tiene que estar muy, pero que muy avanzada, y por tanto resultaría incomprensible para nosotros, tanto tecnológica como socialmente. Serían como dioses. Ya conoces la frase de Arthur C. Clarke «toda tecnología lo bastante avanzada es indistinguible de la magia». De ahí que las óperas espaciales en las que la civilización intergaláctica dispone de la tecnología para atravesar el WH pero por lo demás sigue en las cavernas —entiéndase que en mi opinión nuestra civilización todavía está en las cavernas— me parezcan infantiles. Pero en eso, Interstellar, al igual que algunas de sus predecesoras, usa un buen recurso: la mano divina o civilización cósmica que proporciona la herramienta, el WH, y nada más. El recurso, además de resolver el problema que te planteaba, añade un discreto componente que roza la teología. Sustituye la civilización avanzada por «Dios» y el WH que nos abren por «ayuda divina», que sin embargo es limitada, dejando a la humanidad que decida por ella misma si quiere salvarse o no.
En cuanto a la plaga como causante del final del planeta, pues en efecto es una hipótesis que parece un poco extrema, pero en el fondo es equivalente a otra más plausible, en la que el cambio climático ha resultado en un planeta inhabitable. El problema aquí es que, por lo que sabemos, el cambio climático no va a resultar en un planeta infierno en unos pocos años o décadas. Incluso si se da una transición de fase, siempre quedarían regiones habitables. Por ejemplo, la Antártida —ese es uno de los temas que pretendo explorar en la saga de novelas que he empezado con Spartana— podría ser un vergel, mientras el resto del planeta se cuece.
Así que lo de la plaga en cierto modo es un atajo, otro WH, para que la acción se pueda mover deprisa y en un futuro cercano. Desde mi punto de vista, también aceptable. Entre otras cosas, por la manera brillante en que se presenta: la evocación del big dust, de la Gran Depresión y de Las uvas de la ira es más que clara.
Finalmente, un punto en el que me parece que das en el clavo. Las acusaciones de «sentimental» a la película, ¡como si hacer una película sentimental —sentimental=sentimientos— fuera un pecado! Curiosamente, yo creo que ese es uno de los puntos fuertes de Interstellar.
Quizá vale la pena aquí recapitular un poco y recordar, por poner un ejemplo cercano, la obra del mismísimo Clarke, que produce muchas novelas —entre otras, 2001: Una odisea espacial o Cánticos de la lejana Tierra— cuyo único defecto era, en mi opinión, una cierta frigidez. Clarke y muchos de su brillante generación, incluyendo al demiurgo Isaac Asimov, estaban tan ocupados contando las maravillas de la ciencia y la tecnología, que en ese momento estaban en plena erupción en el mundo, que se olvidan a ratos de que toda historia es la historia de un ser humano y que uno quiere saber cómo esa persona ha sido transformada —en la opinión de algunos sentimentales como el que suscribe, redimida— por lo que le ocurre. En este contexto, las novelas de Ursula K. Le Guin, en particular Los desposeídos: una utopía ambigua y La mano izquierda de la oscuridad, recuperan toda la dimensión humana, la emoción, los sentimientos. Y yo creo que Interstellar se inscribe en esa tradición. La ciencia que nos presenta —incluyendo la parte en la que se desliza a la metafísica y nos lleva, deliciosamente, a la Biblioteca de Babel, al interior del teseracto— es todo un placer. Pero la relación padre-hija —fíjate que la película tiene la inspiración de que esa sea la principal historia de amor, relegando el flirt romántico a segundo plano— me parece todo un acierto. ¿Es sentimental darse el lujo de revivir las líneas de Dylan Thomas «rage, rage, against the dying of the light»? A mí me conmovieron más que el WH.
Por contextualizar un poco, Contact, con la que Interstellar tiene muchos puntos en común, también trata de compaginar una buena y arriesgada historia de ciencia ficción con la redención de un ser humano. Y lo hace muy bien, pero a mí la fórmula padre-hija de Interstellar —date cuenta de la belleza con la que la película te plantea dos historias de amor padre-hija— me parece muy, pero que muy acertada.
Escena de Interstellar. Imagen: Warner Bros. / Syncopy / Paramount Pictures / Legendary Pictures.
C. C.: Exacto. A eso me refería cuando te decía que determinadas críticas de Insterstellar me parecen superficiales. No entiendo muy bien a qué se refieren algunas personas cuando dicen que la película es sentimental. Sentimental es El Padrino, que logra que salgas del cine con una visión romántica de la Mafia cuando esta es en realidad un mundo cerrado, endogámico, autárquico y solitario en manos de los individuos más lerdos y destripaterrones de las castas rurales de la Italia profunda. ¿Sabes la cantidad de manipulación emocional necesaria para lograr que el fratricidio, la extorsión y los crímenes de El Padrino le resulten atractivos al espectador? Es una idealización como cualquier otra. Quítale el montaje, el maquillaje, el vestuario, el actor carismático y la banda sonora de Nino Rota a El Padrino y tienes uno de esos vídeos terribles de YouTube grabados por una cámara de vigilancia en los que se puede ver un tiroteo real en una calle napolitana. Ese vídeo es la realidad y cualquier imagen que pretenda adornar eso en una pantalla de cine será «sentimental». Pero es que incluso en el caso de que el director pretenda mostrarte la zafiedad de un asesinato real no va a tener más remedio que caer en una estilización de la zafiedad, en una zafiedad de diseño. Al lado de eso, la manipulación necesaria para que te emociones con la historia de una hija que llora a su padre es infinitamente menor.
Pero es que a mí me parece evidente que el objetivo de Christopher Nolan en Interstellar es emocionar al espectador. Y emocionarlo a tres niveles diferentes.
En el primer nivel, que ha pasado desapercibido a mucha gente, Nolan presenta un planeta devastado en el que son los burócratas los que deciden quién va y quién no va a la universidad porque se prefiere a cien granjeros analfabetos antes que a un científico genial; en el que la NASA, el paradigma de la excelencia, es una organización casi clandestina; en el que los New York Yankees se han convertido en un puñado de aficionados que apenas logran batear la pelota; en el que han desaparecido las tecnologías médicas que permitían salvar la vida de millones de personas; y en el que han triunfado las tesis más ridículas de los conspiranoicos, como la de que las misiones lunares fueron una pantomima para engañar a los soviéticos y conducirlos a la ruina. Es un mundo conquistado por la mediocridad y la resignación y en el que se ha exterminado toda excelencia. La excelencia asociada a la fe en el progreso, la ciencia y la tecnología. Y frente a ese mundo de medianías que solo pretenden conservar lo que tienen, frente a ese mundo de funcionarios y de granjeros, Nolan opone la figura del pionero, del aventurero, del explorador. Interstellar es un alegato a favor de las misiones espaciales, de la tecnología y de la fe en el ser humano en detrimento de la política. Aquellos que dicen que Interstellar no tiene profundidad intelectual deberían prestar atención a este punto.
J. J.: Aquí te tengo que contestar ya, porque estoy saltando en la silla. Fue EXACTAMENTE eso lo que más me emocionó. Yo creo que el problema de la mediocridad lo tenemos ya encima y no nos damos cuenta. Te pongo como ejemplo la inversión en ciencia. Cada euro que echas a la hucha de la ciencia te vuelve multiplicado por millones. Y digo «millones», literalmente. Todo lo que nos rodea, desde Skype, que te permite hablar con tu gente en cualquier parte del planeta —hasta hace poquísimo tiempo hablar por teléfono no era gratis como ahora: costaba una fortuna—, hasta el PET que te detecta un cáncer, la quimioterapia que te lo cura, el avión que te lleva de vacaciones o a trabajar, el ordenador sin el que no puedes vivir, las técnicas agroalimentarias que permiten alimentar a los miles de millones de personas que vivimos en el planeta, TODO, se lo debemos a la ciencia y a la tecnología que viene de su mano. Y, sin embargo, nuestra sociedad no quiere invertir en ciencia, no quiere pagar investigación básica porque descubrir el bosón de Higgs o que el neutrino es su propia antipartícula «no sirve para nada» —cuando algunos de los descubrimientos más dramáticos de la historia, como la penicilina, los rayos X, el transistor o la web, por no remontarnos hasta la electricidad, ocurren como consecuencia directa de la ciencia básica—. Esa ceguera, que posiblemente nos lleve a cerrar el CERN o la NASA —todavía no estamos ahí, pero si continúa la tendencia no tardaremos en llegar a ese punto—, es la misma que ha condenado al planeta a muerte en la película de Nolan. Es la auténtica plaga, mucho peor que los parásitos que destrozan los sembrados.
Nolan deja clarísimo un mensaje que muchos compartimos. La esperanza de la humanidad está en el progreso y en la exploración, exterior e interior. Aprender más de la naturaleza y de nosotros mismos, aprender a manejar mejor los recursos del planeta, entender mejor el cerebro, la inteligencia, la fisiología, la ecología, la física… y buscar otros hábitats. En esta época en la que parece que lo único que se pueda hacer con el dinero es quemarlo en casinos financieros, quizás un programa espacial —explorar Marte, minería en los asteroides, estaciones flotantes en los puntos de Lagrange donde aprendiéramos a vivir fuera del planeta— podría reactivar la economía y dar ilusión a las nuevas generaciones. Nolan se rebela contra una sociedad que está retrocediendo al medioevo, a la superstición, contra una sociedad que se resigna y que se está echando, ella solita, la soga al cuello.
Escena de Interstellar. Imagen: Warner Bros. / Syncopy / Paramount Pictures / Legendary Pictures.
C. C.: El segundo nivel emocional desde mi punto de vista es el de las relaciones sentimentales entre los personajes. Tú lo has dicho casi todo al respecto, así que solo añadiré que a mí Interstellar se me caería de las manos sin la escena en la que Cooper se aleja de la granja en su camioneta, tras el rechazo de su hija, y levanta la manta del asiento con la esperanza de que esta se haya escondido debajo. O sin el tan criticado monólogo de la doctora Brand sobre el amor como entidad física que va más allá de su mera función social. Me gustaría que aquellos a los que ese monólogo les parece ridículo me explicaran, en términos estrictamente científicos, qué función evolutiva cumple el amor que no esté ya cubierta por el sexo, el instinto de protección de las crías o la religión. Evidentemente hay una respuesta no metafísica a esa pregunta, pero me gustaría verlos salir del laberinto por sí solos.
J. J.: Me resulta curiosísimo que se critiquen, en particular, las metáforas poéticas inspiradas en la ciencia. Aparentemente, es válido decir «el amor mueve montañas» —aunque es un cliché más viejo aún que «en la boca del lobo»— pero se puede criticar una frase como «el amor es la única fuerza que puede romper los límites del espacio-tiempo». Uno detecta aquí cierto prejuicio que me atrevería a llamar «de letras». Aceptamos la rosa como sujeto poético pero no una estrella de neutrones. Eso no puede ser un objeto bello por su conexión con la ciencia. ¿No será que no nos hemos molestado en entender la belleza —inmensa, por cierto— de esos objetos, de esas nuevas ideas? Afirmar que el amor puede romper los límites del espacio-tiempo es bastante más elegante y original que otras formulaciones que ya nos sabemos —«el amor puede más que la muerte», etcétera—. Pero nada: parece que el espacio-tiempo solo se pueda mencionar poniendo cara de estreñimiento y vistiendo bata blanca.
C. C.: Y ahí conectas con el tercer nivel, el de la emoción científica. Desde mi punto de vista, la película es una fábrica de futuros astrofísicos. Solo un ciego negaría que Interstellar es, en este aspecto, una de las películas más apabullantes jamás filmadas. Y lo habría sido incluso más si Nolan hubiera decidido ser 100% fiel a la realidad de un agujero negro supermasivo como el de la película. Explica Kip Thorne en el libro The Science of Interstellar que un agujero negro de ese tamaño colosal ocuparía 180 grados de visión visto desde el planeta de Miller, el de las olas gigantes. Es decir la mitad del cielo. Nolan decidió que la imagen de una «pared» que ocupara el 50% del cielo sería demasiado difícil de entender para los espectadores y optó por representar el agujero negro a un tamaño mucho menor del que le corresponde. Pero a pesar de la decisión de Nolan, la película es un festín para los aficionados a la astrofísica.
J. J.: Completamente de acuerdo. Todavía se podían haber dado algunas vueltas de tuerca más. Por ejemplo, jugando con el horizonte de sucesos: el tipo que cae en un agujero negro nunca deja de caer desde su punto de vista ya que el tiempo, para él, se detiene, mientras que un observador exterior sí le ve desaparecer. Pero Nolan ya nos deleita lo suyo con esas olas gigantes o ese teseracto maravilloso.
Pero ahora es mi turno de preguntar. A pesar de lo que disfruté de la ciencia de la película, cuando me doy cuenta de que Nolan ha tenido la santa cachaza de meterme a Cooper en la Biblioteca de Babel, casi me desmayo. Para mí, la referencia a Borges no puede ser más directa y el juego de manos es prodigioso. Ciencia hasta que me caigo en el agujero negro y me abren el teseracto —como te comentaba, ahí hay varios elementos que se podrían haber aprovechado: el tiempo se ralentiza, las dimensiones se alargan, hay todo tipo de distorsiones que se podrían haber plasmado—. Y a partir de ahí se plantea, jugando con licencias poéticas, una metáfora visual sin renunciar al discurso científico. Cooper acaba por mandar las ecuaciones cuánticas del agujero negro en morse, ¡al reloj de su hija! Seguro que más de cuatro habrán especulado lo improbable que es esa solución, olvidándose de la improbabilidad global: el tipo está en un teseracto cuadrimensional que acaba de salvarle de que le engulla un agujero negro.
¿Cómo lo ves tu? En mi opinión, esas licencias funcionan. En el momento en el que entramos en la Biblioteca de Babel aceptamos un elemento casi onírico que puede ser más una representación de la realidad que se hace el propio Cooper que la realidad en sí misma —cualquiera se atreve a hablar de la realidad en esas circunstancias—. Esta parte me parece muy arriesgada y original, un auténtico experimento que mezcla literatura y ciencia.
Escena de Interstellar. Imagen: Warner Bros. / Syncopy / Paramount Pictures / Legendary Pictures.
C. C.: A mí me parece una solución brillante tanto a nivel narrativo como simbólico. Narrativamente, porque es evidente que ningún ser humano de nuestra época o de un futuro cercano sería capaz de entender, al menos a bocajarro, la física asociada a dimensiones extra. Si yo, ser superior con respecto a un pez, intentara hacerle entender a este que existe un universo entero fuera de su pecera, probablemente utilizaría referentes que él pudiera entender. Referentes acordes a su experiencia y a su nivel de inteligencia. O dejaría que fuera su cerebro el que escogiera de forma inconsciente aquel escenario que más puede ayudarle a entender lo que quiero transmitirle. Es el mismo concepto del dormitorio neoclásico de 2001: Una odisea del espacio y del «padre» de la doctora Arroway en Contact.
Simbólicamente, la metáfora de la biblioteca me parece redonda. En un planeta Tierra en el que los libros de ciencia han sido prohibidos o considerados «obsoletos», son esos mismos libros los que, físicamente, nos transmiten las primeras señales de que existe un espacio cuadrimensional, o pentadimensional si consideras el tiempo como una dimensión más, más allá de nuestro universo.
Y aquí hay una segunda metáfora interesante: la ecuación es transmitida por Cooper a su hija a través de las manecillas de ese viejo reloj analógico que tú has mencionado. ¿Por qué no uno digital, con el que resultaría mucho más fácil transmitir esa misma fórmula? Por dos razones. Primero, porque Nolan nos está diciendo que el pasado importa, que todo lo que hemos sido en el pasado nos conduce a lo que seremos en el futuro. Y en segundo lugar, porque el reloj analógico, al contrario que el digital, está cargado de emociones. El reloj analógico «pesa» porque es el vínculo emocional que une a Murph y a su padre. De ahí la frase de «el amor es la única fuerza que puede romper los límites del espacio-tiempo». Esa frase no es una simple proclama new age sacada de una galletita china de la suerte: es la clave de la resolución de Interstellar y tiene consecuencias prácticas, físicas, reales, en la película.
Por otra parte, ¿qué motivación puede tener una civilización de seres superiores para ayudar a una especie inferior como la nuestra? Aquí, como tú decías antes, Nolan introduce un elemento de debate muy interesante, casi religioso: el de que la distinción entre un dios que «crea» el espacio y el tiempo y una civilización superior capaz de «dominar» ese espacio-tiempo es nula en la práctica. Lo que está diciendo Nolan en Interstellar, su mensaje final, es que la humanidad está destinada a controlar el espacio-tiempo, a convertirse en su propio dios. No existe un dios creador ajeno a nosotros: es la propia humanidad la que ha creado el universo en el que esa misma humanidad nacerá y evolucionará hasta alcanzar el conocimiento necesario para crear el universo en el que esa misma humanidad nacerá y evolucionará hasta crear el universo en el que etcétera. Es un bucle infinito de creación y de acceso gradual al conocimiento total. El multiverso que sugieren algunas teorías inflacionarias. Y por eso los seres superiores de Interstellar ayudan a Cooper y a Murph: para que no se interrumpa ese ciclo infinito de creación. Lo repito de nuevo: aquellos que creen que Interstellar es una «mamarrachada» deberían verla de nuevo porque creo que se les está escapando algo.
Y aquí me gustaría hacerte una pregunta. Has publicado en Jot Down un relato corto que gira alrededor de esta misma idea, Universo 2.0. Desde un punto de vista estrictamente científico, y suponiendo que la humanidad llegara algún día a alcanzar el conocimiento necesario para dominar el espacio y el tiempo, ¿sería factible la creación de un nuevo universo? Y en el caso de que eso fuera posible, ¿las leyes físicas de ese universo serían azarosas o podrían estar determinadas de antemano? Es decir, ¿ese universo podría ser «diseñado» a priori para albergar vida?
J. J.: La idea es vieja. No sé si es Isaac Asimov quien la introduce por primera vez, pero yo la leí en uno de sus relatos cuando aún era un zagal. La humanidad crea un gran superordenador y le pregunta si hay dios. El ordenador contesta que le faltan datos para responder esa pregunta. Poco a poco, la humanidad y el gran ordenador crecen y evolucionan juntos. La humanidad se expande por la galaxia y el universo, pero la respuesta a la pregunta sigue siendo la misma: «Faltan datos». El universo evoluciona y se va enfriando poco a poco, como de hecho le va a pasar a este. La humanidad se «funde» con el gran ordenador y dejan de ser entes separados, pero este —que ya no existe físicamente en silicio, sino desparramado por el universo— no deja de evaluar la cuestión hasta que, un instante antes de que el universo se extinga, da con la solución para crearlo de nuevo y con la respuesta a la pregunta: «Ahora sí».
En Universo 2.0 se plantea un giro de tuerca asociado con el hecho de que la cosmología moderna nos plantea misterios realmente extraños, como el de la materia y la energía oscura, el de la ausencia de antimateria, etcétera. Uno no puede por menos que recordar las herejías gnósticas, en las que Dios es imperfecto y su poder limitado, e imaginar que el universo en el que vivimos contiene «chapuzas» que se reflejan en algunas de las observaciones que la cosmología nos revela y que delatan al Dios o a los programadores.
La idea de que somos nosotros mismos quienes acabamos por evolucionar hasta la divinidad —o, si se quiere, la inteligencia y el sentimiento— del universo es muy atractiva y yo diría que hay una «prueba» extra de esta hipótesis. A saber, la famosa paradoja de Fermi: «¿Dónde están?». Fíjate que la Tierra parece ser un planeta relativamente corriente, en una estrella cualquiera, de una galaxia entre miles de millones. Esto nos lleva al concepto de vulgaridad. No debería haber nada especial en nosotros. Pero entonces, si somos una civilización corriente, podría haber millones de civilizaciones corrientes en la galaxia y algunas de ellas mucho más avanzadas que la nuestra, al igual que un jugador corriente de ajedrez, con ELO 1500, sabe que hay millones de ajedrecistas como él, pero también bastantes que son mucho mejores y unos pocos muy, muy superiores. Pues bien: esas civilizaciones de ELO 3000 deberían de haber colonizado ya la galaxia o, como mínimo, haber dejado rastro de su presencia. Y por todo lo que sabemos, estamos solos en la Vía Láctea. Este es un resultado que no te esperarías y que está en contradicción aparente con el principio de mediocridad. Podría darse el caso de que las civilizaciones sean raras y no coincidan en la misma ventana temporal, o de que en la galaxia todo el mundo esté callado —o bien porque es un sitio salvaje o bien porque es un club reservado—, pero también podría darse el caso de que seamos la primera civilización tecnológica de la galaxia, aquella que algún día, con ELO 3000, ayudará a evolucionar a otras civilizaciones… o puede que a nosotros mismos.
Escena de Interstellar. Imagen: Warner Bros. / Syncopy / Paramount Pictures / Legendary Pictures.
C. C.: He leído algún comentario sobre Interstellar en el que se dice que Nolan ha introducido en la película decenas de detalles innecesarios para aumentar la comercialidad de la película y hacerla digerible para el público masivo. Por ejemplo el robot TARS, que funciona como elemento cómico que aligera la densidad de la película en determinados momentos. Eso es cierto, pero es solo una parte de la historia. Ese tipo de comentario infravalora el trabajo inmenso, de centenares de personas, que existe detrás de una película como Interstellar. Como si las decisiones se tomaran en un bar a base de ocurrencias y con el vaso de tubo en la mano. «¡Eh! ¿Por qué no metemos un robot que cuente chistes? ¡Para aligerar toda la cháchara científica y tal!».
Me sorprende la facilidad con la que completos desconocidos pontifican en internet sobre detalles que han infravalorado. Es el viejo «todos tontos menos yo». Explica Kip Thorne, por ejemplo, cómo le sorprendieron las preguntas que Anne Hathaway, que a primera vista podría parecer la arquetípica actriz frívola y artificiosa de Hollywood, le hizo antes de empezar el rodaje de la película. ¿Cuál es la relación del tiempo con la gravedad? ¿Por qué creemos que pueden existir dimensiones superiores? ¿En qué punto se encuentran las investigaciones sobre gravedad cuántica? Son preguntas clave, extraordinariamente difíciles de contestar incluso para un experto en astrofísica como Kip Thorne. Solo dos ejemplos más al azar: Oliver James, el jefe del equipo de efectos visuales de la película, es licenciado en Física Atómica y experto en la teoría de la relatividad especial de Einstein. Eugénie von Tunzelmann, jefa del departamento de arte encargado de transformar las ecuaciones y los códigos informáticos creados por Kip Thorne y Oliver James en imágenes para Interstellar, es licenciada en Ingeniería por la Universidad de Oxford y especialista en ingeniería de datos y ciencia computacional.
Así que volviendo al ejemplo anterior: TARS funciona como elemento cómico, es cierto. Pero también cumple otras funciones en la película. TARS es un robot metacognitivo. Es decir que tiene la habilidad para pensar acerca de sus propios pensamientos. Es el primer paso de la humanidad hacia la creación de vida inteligente. Hacia la creación de universos enteros y su conversión en dios. Y eso sin entrar en el hecho de que el humor es una característica del ser humano extraordinariamente difícil de explicar desde el punto de vista de la neurociencia. El humor es un claro signo de inteligencia avanzada. El hecho de que TARS tenga sentido del humor te está diciendo que la frontera entre la creación de meros objetos —una silla de plástico— y la creación de vida está a punto de ser franqueada por el ser humano.
J. J.: Completamente de acuerdo y también un clásico. La referencia a los robots de Isaac Asimov y la inversión narrativa con respecto a HAL es muy clara. Por supuesto que es un elemento cómico y amable que aligera la narración —otra referencia obligatoria: La guerra de las galaxias—. No entiendo por qué utilizar técnicas narrativas perfectamente decentes molesta a esos «críticos». Supongo que se quejarían de que la película es un tostón sin el robot y se quejan de lo contrario cuando lo introduces. Por otra parte, me resulta familiar la facilidad con la que determinados críticos, que han pensado en el tema, el contenido y los recursos narrativos de una película como Interstellar durante treinta segundos, se descuelgan con estupendos juicios que, por otra parte, no tienen más valor del que queramos darles. La marea de internet se lo lleva todo hoy día, pero yo creo que Insterstellar es un hito en el género. Si no, al tiempo.
Escena de Interstellar. Imagen: Warner Bros. / Syncopy / Paramount Pictures / Legendary Pictures.
C. C.: Esa «marea de internet» a la que aludes enlaza con algo de lo que se habla en la película. Te pongo un ejemplo. Antes de lanzarme a este debate, yo he visto la película dos veces. La primera para disfrutarla con el estómago y la segunda para analizarla con la cabeza. Después me he leído decenas de críticas y artículos. Este artículo del New Yorker, por ejemplo. O este artículo de Wired. O la crítica de The Guardian. O este artículo de Slate. Después me he leído The Science of Interstellar de Kip Thorne. Y después he contactado contigo, un físico de partículas, no con un aficionado al cine cualquiera, para debatir sobre ella. No sé si el resto de personas que opina sobre Interstellar ha hecho lo mismo.
J. J.: Claramente no.
C. C.: Y ya sé que hoy en día se escribe rápido, es decir mal, y que es hasta de mala educación recordarlo. Nada que objetar al respecto: la precisión y la profesionalidad cotizan a la baja y solo queda adaptarse al nuevo paradigma como los granjeros de Interstellar se adaptan a la plaga cultivando maíz en vez de trigo.
J. J.: Pues no. Yo no pienso adaptarme y espero que tú tampoco. Y puestos a pedir, ruego que Jot Down tampoco lo haga. Aquí viene a cuenta que te cite la línea de Dylan Thomas, «rage, rage, against the dying of the light». Yo no pienso rendirme a la tontería.
C. C.: Yo añoro los tiempos en los que los periodistas decían cosas. Porque escribir en Twitter que «Interstellar es como Ghost pero en el espacio» puede ser ingenioso y hasta divertido para según qué especímenes humanos, pero no aporta nada, no concede nada. Es un chiste de troll de codo en barra que empieza y acaba en sí mismo y que deja a su espalda un terreno aniquilado por las llamas en el que jamás volverá a crecer una opinión sincera. Tras el chiste, solo queda cerrar el debate y pasar con resignación a otro tema con la esperanza de que el troll no le pegue fuego también. Ese es el poder del troll digital: el de erigirse a voluntad en el emperador de su pequeña autarquía de las chorradas.
J. J.: Pero el crimen viene con el castigo. Le das a un botón y lo aniquilas.
C. C.: Quizá, pero la ventaja de este espécimen tan siglo XXI, lo que explica la prevalencia de sus aspavientos frente al análisis meditado, es que el lector medio no suele tener ni el tiempo ni las ganas de aventurarse mucho más allá de la capa más superficial de sus lecturas. Jauja para el totalitarismo de la mediocridad. Ni en sus mejores fantasías podía soñar el troll digital con una masa de cientos de miles de lectores capaces de felicitarle, muy seriamente, porque su ocurrencia de ciento cuarenta caracteres «expresa exactamente lo que yo tengo en mi cabeza». ¡Pues qué cabeza más pequeña la de ese público cautivo de su falta de imaginación!
Y digo que esto enlaza con uno de los temas que plantea la película porque no creo que ande muy lejano el momento en que el que las masas amontonadas en Facebook o en Twitter determinen, en función de su capricho del momento, si la NASA cierra o continúa en activo. ¿Cómo ve un científico como tú la vulgarización intelectual de ese público digital que es incapaz de leer textos de más de quinientas palabras pero que sí es capaz de mover voluntades políticas por la simple fuerza de su número? ¿Temes un futuro en el que solo haya dinero para investigaciones científicas bonitas y divertidas pero inanes, es decir para proyectos fácilmente viralizables dirigidos por científicos jóvenes, guapos, televisivos y carismáticos?
J. J.: No estoy seguro. Tengo la sensación de que la gente no es ni tan tonta ni tan trivial como parece —o parecemos, porque me incluyo— en la metavida pseudosocial del hiperespacio. Una cosa es darle al «Me gusta» en Twitter o en Facebook y otra jugarse las habichuelas. Y yo creo que 1) el ciudadano de a pie siente un intenso interés por la ciencia, y 2) tiene conciencia de que la ciencia es un motor de progreso y de futuro para él y sus hijos. Es verdad, y ya lo he mencionado antes, que existe una fuerte tendencia en nuestra sociedad, que los políticos y sus decisiones reflejan todos los días, a mirarse el ombligo y pedir panem et circenses, gratis por supuesto, en todos los ámbitos. Pero digamos que temo más el cortoplacismo —el no darse cuenta de que la inversión en ciencia básica de ayer es la revolución tecnológica de mañana, el conformarse con pan para hoy y miseria para el futuro— que la banalización. Pero es cierto que en este brave new world en el que vivimos, las reglas del juego ya están cambiando. Cuando yo hacía la tesis en el CERN, los jóvenes doctorandos y posdoctorandos éramos poco menos que monjes. Trabajábamos las veinticuatro horas del día y éramos feos, autistas y malencarados. Ahora el CERN ha producido toda una nueva generación de smooth operators muchos de los cuales son, en efecto, muy fotogénicos. Pero no estoy seguro de que nada de eso sea muy grave. Una cosa es enseñar las plumas y otra descubrir la relatividad general —o escribir las Elegías de Duino, o pintar el Guernica—. Internet quizá amplifica la pantomima, pero creo que al final el ciudadano de a pie sabe distinguir entre drama y sainete.
C. C.: Y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, y ya que tú eres escritor de ciencia ficción, me gustaría preguntarte cuáles son tus recursos para lograr despertar solo con palabras el mismo tipo de emoción científica que despierta Nolan en Interstellar con sus imágenes. Porque ahí los escritores tenéis todas las de perder. ¿O no?
J. J.: No, no creo que tengamos las de perder. Por invertir el tópico, te diría que una palabra vale más que mil imágenes. Cierto, el cineasta tiene maravillosos recursos a su alcance, pero Tolstoi es capaz de arrancar Ana Karenina quitándonos el hipo con su célebre frase «Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera», Flaubert nos demuestra que el pobre marido de Madame Bovary es tonto de capirote sin hablar de él —se limita a describir su sombrero—, y Rilke invoca ángeles terribles —«Pues la belleza no es sino el principio del terror, y nos maravillamos cuando, serenamente, desdeña aniquilarnos»— que no estremecerían tanto en imágenes. Cada rama del arte tiene sus recursos. Aunque también te digo que el cine es maravilloso. Puedes echar al mismo caldero la práctica totalidad de las técnicas dramáticas y aderezarlo con música, imaginería, efectos especiales… Sí, la verdad: en mi próxima vida, quiero ser ayudante de Nolan.